En demasiadas ocasiones nos olvidamos de enseñar a los niños lo que les hará más felices cuando sean adultos. Vamos con demasiada prisa y a veces no nos damos cuenta de no transmitir nuestros miedos a nuestros hijos.
Y todo eso puede estar provocándoles estrés que quizás no sepan cómo mostrar y sobre todo, es probable que no sepan gestionar porque enseñar a los niños a controlar sus emociones es otro de los cometidos que tenemos como padres y madres, sobre todo porque nos preocupa que nuestro hijo crezca emocionalmente sano.
Para la doctora Jiménez-Perianes, psicóloga sanitaria especializada en psicología clínica infanto juvenil, el estrés infantil es “una reacción emocional intensa ante una situación” que exige del menor una aceptación, el problema es que el menor “percibe que no tiene experiencia previa o herramientas cognitivas y emocionales” para abordar con éxito esta adaptación.
Cada niño puede mostrar distintas señales cuando está viviendo un momento de estrés y no todas esas señales pueden ser evidentes, si no les prestamos la atención que merecen.
El psicólogo Alberto Soler enumera una serie de claves para detectar la ansiedad infantil que nos pueden venir muy bien en muchas situaciones, de las que hemos hablado en otras ocasiones.
Además, desde UNICEF los profesionales y especialistas que trabajan habitualmente con esta organización dedicada a la infancia, han desglosado las señales de estrés en los niños, las más frecuentes en cada franja de edad, para que sea más sencillo detectarlas por las madres, los padres o los cuidadores. Son las siguientes:
De 0 a 3 años
Es una franja de edad en la que, según indican desde UNICEF, hay que estar especialmente atentos cuando muestran mayor necesidad de estar cerca de sus cuidadores. También cuando se presenta una regresión del comportamiento del niño o la niña, si hay un cambio en los hábitos alimenticios o en los hábitos de sueño.
Hay que prestar atención si se aprecia un aumento de la irritabilidad, si aparecen temores intensos, si las rabietas o los llantos se producen de forma más frecuente. Todo esto pueden ser señales de que el niño está viviendo una situación de estrés.
De los 4 a los 6 años
Si el niño siente estrés puede que muestre una necesidad mayor y repentina de estar cerca de adultos, que tenga una regresión de su comportamiento, que haya cambios en sus hábitos alimenticios y de sueño.
Es probable que apreciemos un aumento de la irritabilidad o que tiene dificultades para concentrarse.
Son todos ellos signos de estrés, según explican los especialistas de UNICEF a los que añaden que el niño muestre el deseo de asumir papeles de adulto, que tenga una fase de mutismo, que muestre pérdida de interés por el juego o incluso que podamos detectar que el niño o la niña muestra ansiedad en su día a día.
Es importante que no nos olvidemos de que la ciencia ya ha demostrado que la ansiedad se transmite de padres a hijos y puede que tengamos que pararnos a reflexionar sobre esto si vemos alguno de los síntomas descritos.
De los 7 años a los 12
Para los profesionales de la salud y de la infancia que trabajan en UNICEF quizás aún los niños en esta franja de edad no son lo suficientemente maduros como para exteriorizar de otro modo el estrés que están sintiendo, por eso recomiendan observar si detectamos en su comportamiento un retraimiento súbito, una preocupación por otras personas afectadas por un acontecimiento concreto.
Es conveniente vigilar si se producen cambios en los patrones de sueño o de alimentación, como mencionamos en etapas anteriores y también si hay un aumento de la irritabilidad, agresividad o se producen temores exacerbados que antes nunca se habían producido.
Si apreciamos que nuestro hijo o hija muestra deterioro de la memoria, dificultad para concentrarse, agitación, sentimiento de culpa, evocación del suceso, realización de juegos repetitivos o incluso síntomas físicos de origen somático, es probable que nos esté dando señales de que está viviendo una situación estresante para él o para ella.
El estrés en los niños y los jóvenes, empeora el aprendizaje y la memoria, y aumenta sus niveles de ansiedad incluso en la vida adulta, como se demostró en un reciente estudio publicado por el CSIC.
Entramos en la adolescencia: de los 13 a los 17
Una sensación de desesperanza, de tristeza intensa, una preocupación excesiva por los demás, un sentimiento de vergüenza o culpa, son síntomas, según explican desde UNICEF, que muestran que nuestro hijo siente estrés aunque no sepa verbalizarlo ante nosotros.
Lo mismo que si apreciamos un mayor cuestionamiento de la autoridad, que aumenta su intención de asumir riesgos, su agresividad e incluso muestra un comportamiento que llega a ser autodestructivo.
¿Cómo actuar?
Es importante detectar los problemas emocionales en los niños lo antes posible.
La ciencia nos ha confirmado que conversar con nuestros hijos les calma y que a mayor actividad al aire libre menor ansiedad en su día a día, así que podemos empezar por ahí.
Es importante promover su bienestar de una forma constante, con actividades sencillas que podamos mantener a modo de rutinas o hábitos y que les ayuden a sentirse mejor. Mecanismos mediante los cuales puedan gestionar de manera más positiva sus emociones.
A modo preventivo es importante educar en la tolerancia a los niños para que las situaciones de estrés sean mucho menos virulentas para ellos y por eso mismo, también hay que enseñar a los niños a frustrarse, siempre teniendo en cuenta que ninguna emoción debería reprimirse durante la infancia, por el contrario lo que tenemos que hacer es enseñarles a gestionar todas las emociones, incluso las más incómodas.
Mi refugio
Una de las técnicas que comentan desde la organización en defensa de los derechos de la infancia, desde UNICEF, es enseñar al niño o a la niña a construirse un refugio mental al que poder acudir cuando lo necesiten y donde puedan tranquilizarse para gestionar mejor esa situación que les provoca estrés.
Cualquiera podemos sentirnos abrumados en un momento dado y a cualquiera nos puede funcionar tomarnos un momento para calmar nuestra respiración, realizar una respiración abdominal e imaginar o recordar un lugar tranquilo en el que hayamos estado o en el que nos gustaría estar.
Se trata de sentarnos o tumbarnos, colocarnos en una posición que nos resulte cómoda y con los ojos cerrados respirar profundamente mientras imaginamos que estamos en un lugar en concreto. Un sitio agradable, puede ser real o imaginario, un lugar tranquilo donde nos sintamos a salvo y al que podamos regresar mentalmente en el momento en el que lo necesitemos.
Es una práctica que podemos realizar cada día con nuestros hijos, dándoles ejemplo y compartiendo tiempo juntos.

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