Entre los nueve y los catorce meses llega el día en el que los niños empiezan a interesarse por otros niños como ellos que pasean en cochecitos por el parque. Es el inicio de un capítulo muy interesante en el desarrollo piscológico del peque. Te contamos cómo empiezan a relacionarse con otros niños.
12 meses: mira, ¡alguien como yo!
Saber andar da seguridad: frente a frente, a la misma altura, los niños de un año empiezan a relacionarse con otros de su edad. La primera toma de contacto siempre sigue el mismo patrón: primero se miran a los ojos, luego se sonríen y el primero extiende la mano para tocar al otro. No se conforma con la manita, sino que también explora su cara. En esta etapa, los niños permiten que otro niño les toque de esta forma, pero pocos meses más tarde, ya quitarán rápidamente la mano del otro de su cara.

Las palabras no son necesarias durante este primer encuentro. Un glogó alegre, risas y chirridos bastan para comunicarse. ¡Ojo! Aún necesitan una persona de su confianza cerca para poder abrirse con tranquilidad a otros niños. Estar a solas aún les supera. Además, la compañía del otro solo les fascina durante unos minutos, con mucha suerte un cuarto de hora. Una vez agotada la curiosidad, mamá y papá vuelven a ser el centro de su atención.
18 meses: ¡empiezan a jugar juntos!
Con un año y medio, los peques empiezan a jugar realmente con otros niños. Esta evolución se manifiesta en pequeños detalles. Lo demuestran los siguientes ejemplos: un niño observa cómo otro niño (de la misma edad apróximadamente) intenta vestir a su peluche. Y entonces busca entre sus cosas un gorrito y se lo ofrece. O un niño coge un coche de juguete porque ve a otro jugar con uno y lo mueve en paralelo, emitiendo los mismos sonidos del motor. Dos que juegan de esta forma juntos ya son capaces de muchas cosas como:
Este paso en el desarrollo infantil transforma profundamente las reuniones de madres. Por fin, pueden terminar una frase porque ya no son imprescindibles para el juego constantemente.
Con casi dos años: los juegos no son pacíficos
Los juegos pacíficos son el resultado de un largo proceso de aprendizaje lleno de contratiempos. Aunque dos niños pueden estar jugando tranquilamente juntos, es muy habitual que, de un momento a otro, empiecen a tirarse los juguetes a la cabeza. Estos cambios bruscos pueden desconcertar a los padres. Pero los psícologos especializados en desarrollo infantil exculpan este comportamiento: a esa edad es normal que los enanos se aprovechen sin piedad de su poder sobre los demás.
Con apenas dos años, los niños no saben todavía lo que es la empatía. Simplemente, les entusiasma ver el impacto de sus actos. Lo mejor es apaciguar la situación desviando la atención de los niños a otras actividades y jugar con ellos un rato.
Dos años y medio: ¡qué divertido es ayudar!
Con dos años y medio, los niños ya se ponen contentos cuando fomentan la paz en vez de la guerra. Y este cambio de actitud puede apreciarse en detalles cotidianos: un niño sujeta el columpio para facilitar a otro la subida porque sabe que se mueve mucho. Cuando tiene frío en las orejas, insiste en que su amigo también necesita ponerse un gorro. Y si la profundidad del charco supera a las botas de goma, el peque ya previene a su amigo en vez de observar cómo se moja.
El niño ha aprendido a ponerse en el lugar del otro y sabe lo que siente. Evidentemente, no siempre puede reinar la paz. Los niños entre dos y tres años tienen que pelearse, quitarse juguetes, gritarse y medir sus fuerzas. A menudo hace falta separar a los contrincantes para que no se hagan daño. Y, a veces, logran reconciliarse sin la ayuda de papá y mamá. Pero lo mejor de las peleas a esta edad es que nadie guarda rencor.
Este paso en su desarrollo ya les prepara para integrarse en grupos mixtos de niños de diferentes edades. A los tres años, los peques admiran las hazañas de los niños mayores y están ansiosos por aprender de ellos. Dominan el lenguaje lo suficiente como para poder jugar con niños de cinco años. A los tres años ya son capaces de no enfadarse por que los niños mayores tengan más habilidad. Pueden observar fascinados cómo dibuja un árbol un niño de cinco años y formar un grupo de espectadores entusiastas cuando los mayores pasan con sus monopatines a toda velocidad.
Aprenden de los niños mayores de otra forma y con más ganas que de los adultos. Un ejemplo: no es fácil pillar el manejo de las tijeras infantiles, aunque papá y mamá te lo enseñen con paciencia. No obstante, en seguida imitan la técnica de cortar de los niños mayores. Además, son mucho más tolerantes con ellos que con los adultos.