Ser Padres

Las señales gracias a las que descubrí que mi hija tenía Altas Capacidades

¿Tienes la sospecha de que tu hijo o hija tiene altas capacidades? Así descubrimos nosotros que nuestra peque de cinco años las tiene.

Con las altas capacidades de un niño o niña pequeño, desde el punto de vista de los padres, hay dos opciones: que tengáis sospechas de que puede haber algo de ello en vuestro hijo o hija, o que no reparéis en ello. Esto último puede pasar por varios motivos; entre ellos, el escepticismo —“¿Cómo va a tener mi peque altas capacidades? Nah, imposible?”— o desconocimiento acerca del tema, que es mucho más complejo de lo que la mayoría de la gente suele creer: no hay un único patrón de personalidad asociado ni tiene por qué destacar en todo el niño o niña en cuestión. Por si te ayuda, así descubrimos nosotros las altas capacidades de nuestra hija mayor.

Como te conté en este otro artículo reciente, Julia lleva dándonos pistas de su alta capacidad desde que nació. Obviamente, dado que ni su madre ni yo somos especialistas en el tema y encima éramos padres primerizos con ella, no le dimos mayor importancia a esos detalles. Ni a lo mal que dormía, ni a lo despierta que estuvo desde el primer día de su vida, ni a su asombroso desarrollo prematura del lenguaje, ni a su capacidad memorística o de abstracción…

Con el tiempo, al ir encajando las fichas, entendimos que era una niña con una capacidad para el aprendizaje sobresaliente, pero lo achacamos más a su curiosidad innata y, sí, también a su facilidad innata, pero nunca pensamos en que las altas capacidades fueran una de sus características. También es cierto que nunca leímos demasiado sobre ello, cosa que seguramente sí os está pasando a muchos de los que habéis llegado a esta pieza.

El “ojo clínico” de una profesora

En nuestro caso, que no tiene por qué ser el de la mayoría de familias con un hijo o hija de altas capacidades, fue en el colegio donde todo se desencadenó. Y ocurrió muy rápido. Tuvimos que cambiar a nuestra hija de centro educativo de cara al último año de Educación Infantil, y en su primer año en nuevo colegio se dieron todos los factores necesarios: un programa educativo que prioriza al equipo de orientación en la medida de lo posible; una estrategia en marcha para potenciar la atención a este tipo de alumnado, sobre todo niñas, que suelen pasar más desapercibidas, lo cual se traduce en profesorado con conocimientos en altas capacidad; y una profesora especial. De esas personas que tiene “ojo clínico” en lo suyo.

En primavera —recordad que nuestra hija llegó al centro en septiembre, por lo que la profesora no tenía informes previos sobre ella—, nos adelantó que Julia podía ser una niña con altas capacidades. Se lo olió antes pero pensó que podría estar muy estimulada o traer un nivel académico, si es que se puede expresar así teniendo en cuenta que es la etapa de Educación Infantil, más alto que la media, pero a medida que la fue observando y conociendo se percató de que aquello parecía ser otra cosa, mucho más reseñable que saber leer o hablar como ella lo hacía a esa edad.

Y fue así como nos pidió permiso para trasladar su caso al equipo de orientación del colegio, de manera que este pudiera comprobar si sus sospechas eran ciertas o no. Nos pidió premura en la respuesta porque acababa pronto el plazo para solicitar plaza en el PEAC —el programa de enriquecimiento de la Comunidad de Madrid, donde residimos, para alumnado con esta característica—, y es en primero de Primaria cuando resulta más “sencillo” acceder ya que todavía no se han formado los grupos, que empiezan en ese curso el programa. Además, las niñas tienen prioridad por el motivo que he citado anteriormente, destacan menos, se mimetizan más con su grupo.

La prueba, que es compleja y muy amplia, multidisciplinar —no tan centradas en pruebas “de ciencias” porque las altas capacidades no atañen solo a estas disciplinas, otro mito de este tema que está muy extendido entre la opinión pública—, difícil de explicar si no eres experto en la materia, resultó positiva. En la Comunidad de Madrid, y esto es un cambio reciente, ya no es la barrera de 130 de coeficiente intelectual. Se ha demostrado que es una losa por cuestiones varias; entre otras, que un niño o niña puede tener altas capacidades en un talento determinado sin necesidad de tener 130 de coeficiente intelectual.

La importancia de la formación y los recursos

Con la confirmación de las altas capacidades de Julia, solicitamos plaza en el PEAC, a donde acude encantada de la vida dos sábados al mes, y gracias al interés de su colegio por los alumnos y alumnas como Julia, también forma parte de un grupo de enriquecimiento que se reúne semanalmente en el centro en horario lectivo.

En definitiva, en el caso de nuestra hija Julia fue una profesora la que desencadenó todo el proceso, pero para que no sea un caso aislado o, visto de otro modo, para que cada sean más los docentes capacitados para detectar y trabajar las altas capacidades, es esencial que se invierta en formación y que se doten de recursos a los colegios públicos. Y si son concertados o privados, que den la importancia que merece esta cuestión de las altas capacidades.

No son más que nadie estos estudiantes, pero tampoco son menos, y como tal, sus necesidades, que están fuera de la media habitual, deben ser atendidas en la medida de lo posible. Algunos coles, como el de Julia, están dando pasitos hacia adelante en la dirección correcta. De lo contrario, probablemente seguiríamos sin saber, como les ocurre a muchas familias, que sus hijos tienen altas capacidades.

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