Es posible que tengas en tu mente aquella época maravillosa cuando ibas a comer los domingos ese plato tan especial que tanto te gustaba a casa de los abuelos. Cuando tus padres te dejaban allí a que te cuidasen en momentos en que ellos debían salir a trabajar. O simplemente te encanta recordar el olor a la casa de los abuelos al entrar por la puerta.
Desgraciadamente, los abuelos no tienen vidas eternas como para que nos puedan acompañar durante toda la vida. Ellos han vivido mucho más que nosotros y sus experiencias nos han nutrido para formarnos como las personas que somos hoy en día.
Si te ha tocado vivir algo así, es más que probable que lo hayas sentido como uno de los momentos más tristes de tu vida: cuando se cierra la puerta de la casa de los abuelos. Cuando esa puerta se ha cerrado, también se pueden terminar los encuentros de la familia. Los abuelos son muchas veces ese punto de unión tan importante para la familia. Se acabaron esos domingos especiales donde la armonía, las risas, los abrazos y el bienestar estaban asegurados.
Como olvidar esas tardes de juegos de cartas, de la abuela en la cocina preparando algo delicioso con la compañía de nuestros padres, esas reuniones con los primos en casa de los abuelos… Mil motivos para quererlos mucho.

Allí nunca faltaba amor, cariño, comida deliciosa y un refugio al que ir. Era un ambiente especial, diferente, seguro. No hay un lugar en el que te puedas sentir de la misma manera que lo hacías en la casa de tus abuelos.
Serán tus mejores recuerdos. En casa de tus abuelos no podían faltar las sillas, nunca se sabía cuántas personas iban a visitarles en un mismo día. Podría ser un primo, un tío con la novia, un vecino o tú mismo/a. Siempre había dulces y café para las visitas.
Y esa tradición puede continuar, porque ese espíritu abierto y cercano de los abuelos permanece en cada una de las personas que tuvieron la suerte de vivirlo, y que ahora pueden abrir su casa y vivir la unión familiar de la misma manera que hacían sus abuelos.