Todo el que es padre o madre aspira al mismo objetivo: ofrecer la mejor crianza y educación posible al pequeño para que, ese aprendizaje e interiorización en la infancia se vea reflejado en la vida adulta.
Por suerte, desde hace unos años las familias están mucho más concienciadas con la educación infantil y eso puede observarse en el aumento e venta de los manuales para padres y de la implicación en las charlas con los educadores o la comunicación con el colegio. Cada vez son las familias que entienden que educar y criar no pasa solamente por satisfacer las necesidades físicas de los bebés y los niños, sino también por enseñarles todo lo que necesitan para adaptarse al mundo con la mayor facilidad posible.
En medio de toda esta vorágine de información y cuidados, suena cada vez más la palabra ‘ límites’. Esos que pueden presentarse como un arma de doble filo: por un lado son una herramienta imprescindible en la educación de los niños pero, por otro, si nos pasamos con ellos podríamos estar cayendo en el autoritarismo.
Firmeza, sin pasarse
La dificultad de poner límites sanos a nuestros hijos pasa por hacerlo sin pasarse: si ponemos demasiados límites podremos caer en el error de ser demasiado autoritarios con ellos y eso podría condicionar su desarrollo emocional futuro.
Para conseguirlo, la clave está en la firmeza. “Amabilidad y firmeza” que diría la Disciplina Positiva. Y, para ello, es necesario dar órdenes a los niños, pero siempre en clave positiva, con amabilidad, con empatía y, sobre todo, poniéndonos siempre en su lugar.
¿Cómo dar órdenes a los niños?
Más que órdenes, vamos a llamarlas ‘instrucciones’ o peticiones‘, porque deberían ser solamente eso. Pretendemos actuar como una figura de autoridad, pero no como un Guardia Civil con los peques.
Una de las dificultades más frecuentes que se encuentran los padres a la hora de dar instrucciones a sus hijos es que tienen que repetirlas hasta la saciedad porque, normalmente, a la primera no hacen caso. Y he aquí el primer error: no podemos pretender ser un dictador para ellos, sino una figura de guía y modelo educativo. Por eso, si sientes que tu hijo no te hace caso cuando le das una orden, a lo mejor deberías tener en cuenta esto:
- Elige el momento adecuado para hacerlo (si está súper concentrado con sus deberes o jugando a la consola los quince minutos diarios estipulados, espera a que termine para cerciorarte de que te escuchará).
- Procura bajar a su altura y mirarle directamente a los ojos: así te asegurarás de que su atención se centra solamente en ti.
- Sé empático y modifica la orden a su nivel de entendimiento: no le digas las cosas enfadado, sino con empatía y siempre procurando que lo que decimos lo entiende a la perfección.
- Intenta que las órdenes sean positivas: olvida los ‘no toques eso’, ‘no pintes ahí’, ‘no vas a tener helado’. Mejor ‘juega mejor con esto’, ‘será mejor que dibujes en un folio porque la pared se puede manchar’ o ‘¿qué te apetece más, plátano o melocotón de postre?’.
- Intenta decir cosas muy específicas y huir de los tópicos como ‘pórtate bien’ o ‘sé bueno’. Mejor cosas concretas y cortas que puedan entender: es hora de recoger los juguetes y venir a cenar, por ejemplo.
Y, sobre todo, no perder nunca la firmeza, pero tampoco la amabilidad. No grites, pero muéstrate serio y busca su mirada.