¿Qué le pasa a tu hija de dos años cuando no puede abrir una botella? o ¿al que tiene cinco y no quiere irse a casa? o ¿al de ocho cuando pierde en un juego colectivo? Podemos decir que cerebralmente se han desconectado como bien lo explica Daniel Siegel en su libro tan recomendable “El cerebro del niño”, es decir, pierden integración. ¿Qué quiere decir esto?
Como sabrás tenemos dos hemisferios cerebrales que cuando están conectados todo va bien, el lado izquierdo, que suele ser más lógico y racional necesita estar conectado con el lado derecho, que es un poco más emocional. Cuando esto se logra, vemos un niño tranquilo, concentrado, receptivo y con mayor capacidad de autorregulación emocional. Sin embargo cuando estamos ante rabietas, berrinches o frustraciones es evidente la falta de integración cerebral, por eso interpretar estas conductas como “malos comportamientos” y responder ante ellas con castigos sería no entender que el funcionamiento cerebral requiere de otra respuesta parental.

A diario vemos como ante una dificultad los hijos se frustran en casa o en clase y lo expresan llorando, pegando o gritando. Conductas que no conviene interpretar como “malas” sino en todo caso como mal gestionadas porque las emociones que están sintiendo bloquean su capacidad para pensar en ese momento. Por eso les ayuda más saber que tienen permiso para soltar toda la tensión que han acumulado en segundos que reprimirse por miedo a una reacción desmedida por nuestra parte.
Entender que su cerebro necesita integrarse para que las emociones no les superen nos ayudará a no enfadarnos con ellos aunque la situación no sea nada agradable. En palabras de Siegel, “integrar y cultivar nuestro propio cerebro es uno de los regalos más afectuosos y generosos que podemos ofrecer a nuestros hijos” porque desde la propia gestión emocional, ayudarles a regularse será más fácil.
¿Por qué ante una rabieta un abrazo no siempre es lo mejor?
Los niños necesitan sentirse amados y comprendidos cuando experimentan emociones muy intensas pero un abrazo no siempre es lo mejor. Por una parte, porque no todos los niños quieren ser abrazados en un momento así, seguro que lo has observado alguna vez, y por otra parte porque un abrazo lejos de calmar puede impedir la salida de esas emociones.
Esto no significa que no podamos ayudarlos de otra manera o que tengamos que ignorarlos mientras lloran, algo que por cierto se sigue haciendo y no es nada favorable porque cuando un niño “se siente mal” no se puede “portar bien” y menos expresarse de forma tranquila porque precisamente lo que le falta es lo que necesita, calma, y esto sí se lo podemos dar.
Recordemos que las rabietas son evolutivas y normales a cierta edad pero las frustraciones son emociones que podemos sentir a cualquier edad, por esto es importante aprovechar las que surgen en la familia para convertir los conflictos en entrenamientos emocionales que les permita expresar mejor lo mal que se sienten y que estos aprendizajes les sirvan a lo largo de toda su vida.
Por lo tanto, por un lado, la respuesta empática de los padres es necesaria para transmitir la seguridad y el amor incondicional que facilita al cerebro integrarse en momentos tensos y por otro lado, el niño tiene la oportunidad de entrenar la regulación emocional, por eso no conviene evitar o eliminar las rabietas, porque precisamente llorar, gritar o patalear junto a una figura de referencia como la madre o el padre es lo que un niño o niña necesita para encontrar la calma que ha perdido.

La mirada del adulto frente a estos comportamientos es importante, por eso tener en cuenta las siguientes cinco reflexiones nos permitirá vivir estos momentos como necesarios por muy desagradables que sean:
- Las rabietas no son malos comportamientos sino emociones sin regular expresadas según la edad y la madurez cerebral del niño en cada momento.
- Si el menor se siente amado por el adulto y sabe que no está haciendo nada “malo” conseguirá calmarse antes y mejor.
- Un pensamiento que ayuda es “Hijo/a, mientras tengas una razón para llorar, yo tengo una razón para esperar”.
- Las rabietas son oportunidades para que nuestros hijos sientan nuestra empatía y maduren a través de ella.
- Entender que tu hijo te necesita más cuando peor se siente es fundamental para que le des lo que más necesita aunque sea lo que más te cueste.
Y ¿Cuándo puedo abrazar a mi hijo? Cuando él quiera ser abrazado, que generalmente es cuando ha logrado calmarse gracias a lo que tú le has aportado en ese momento. Los dos habéis aprendido, los dos os habéis unido, ahora sellamos ese hermoso vínculo con un abrazo maravilloso