No es la primera vez que se pone en el ojo de mira al E-171, un aditivo alimentario utilizado como colorante en muchos más productos de consumo diario de los que imaginamos. Es, por ejemplo, el encargado de otorgar el color blanco impoluto a los chicles, la mayonesa o algunas chucherías como los caramelos o las nubes de golosina, entre otros. Además, también está presente en algunas cremas solares y otros productos de cosmética.
Sin embargo, su utilización en la industria alimentaria no es del todo segura para salvaguardar la salud de las personas que lo consumen. Al menos, esa fue la conclusión a la que llegó un estudio francés realizado en enero de 2017 y publicado en la revista científica Nature. El mismo, llevado a cabo con ratones, concluyó que este aditivo provocaba en su intestino y en su colon lesiones precancerosas. Además de este, otro estudio realizado por científicos australianos también demostró que este aditivo interfiere en el correcto funcionamiento de la flora de bacterias que tenemos en los intestinos y que previenen enfermedades. ¿Qué pudieron concluir? Que las nanopartículas del E-171, compuesto principalmente por dióxido de titanio, podrían ayudar a desencadenar Síndrome del colon irritable o, incluso, cáncer de colon.
Desde entonces, este colorante está en boca de la ciencia y son muchas las organizaciones que luchan por conseguir prohibirlo de la industria alimentaria alrededor del mundo.
De momento, el resultado de aquel estudio sirvió a las autoridades francesas para vetarlo completamente: en 2020 no debería estar presente en ningún producto que se comercializase en el país galo.
Aunque la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria creyó en su día que se trataba de una medida anticipada y calificó su uso como ‘seguro ’apoyando su hipótesis en otros estudios científicos que no han demostrado poner en riesgo la salud del consumidor siempre que se use la cantidad correcta de aditivo, quizás el último hallazgo científico les haga cambiar de opinión.
Consumir E171 en el embarazo podría afectar a la salud del feto
Y es que, un equipo de investigadores franceses encabezado por el Instituto Nacional de la Investigación para la Agricultura, la Alimentación y el Medio Ambiente (INRAE) han demostrado que las nanopartículas de dióxido de titanio incluidas en este aditivo podrían traspasar la placenta y llegar al feto, teniendo consecuencias para su desarrollo. Para ello, se limitaron a analizar el meconio de los recién nacidos de varias madres voluntarias, a las que también pidieron permiso para analizar su placenta. ¿La conclusión? Si en la placenta había restos de estas nanopartículas, en los restos del meconio del bebé, también las había.

Aunque no han podido ahondar en la cuestión, sí que ponen de manifiesto la necesidad de llevar a cabo más investigaciones que especifiquen cómo podría afectar al bebé.
Un aditivo muy consumido
Aunque el dióxido de titanio, calificado como E-171 en la industria alimentaria, se empezó a comercializar en 1923, lo cierto es que su producción y consumo ha aumentado considerablemente en la última década. De hecho, según la información recogida por el diario El Confidencial, entre 2005 y 2010, su producción pasó de 2.000 a 5.000 toneladas al año. Sin embargo, estudios como los que comentamos podrían poner en jaque su futura utilización.