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Por qué los niños de dos años son “infinitamente” mejor que los de cuatro, según Álvaro Bilbao

La “adoslescencia”. Los terribles dos. Te sonarán estas, y seguramente otras, formas de describir la etapa que comienza en la madurez de los peques a partir de qué soplan las velas por segunda vez (o un poquito antes). Si todavía tu hijo no han llegado, quizá estés temiendo ese momento por lo que oyes y lees. Y si ya ha quedado atrás, puede que respires aliviada/o. Lo cierto, en cualquier caso, es que los dos años tienen una malísima fama entre los padres y madres de niños pequeños, y por eso mismo Álvaro Bilbao ha querido quitarle hierro al asunto. ¿Cómo? Comparando los dos años con los cuatro. Cuando leas lo que dice quizá pienses los dos años no estaban mal…

Dice Álvaro Bilbao que no cree realmente que los niños de dos años sean “infinitamente” mejor que los de cuatro, tal y como titula el post en el que basamos esta pieza. “Siendo sincero, no creo que los dos años sean peor que los cuatro no que los cuatro sean peor que los dos”, asegura.

Lo que pasa es que se le ha ocurrido hacer esta comparación para demostrar que la mala fama de los “terribles dos” no está justificada, porque a los cuatro ocurren cosas que tampoco son precisamente fáciles de llevar. “Solo se me ha ocurrido esta comparativa porque los dos años tienen muy mala fama y creo que con este post los padres y madres de niños de cuatro años van a recordar con ternura esos momentos”, dice.

Para el neuropsicólogo más famoso del país, “no hay edades mejores ni peores en la crianza”, ya que todas las etapas de infancia “tienen sus particularidades y sus desafíos”, apunta. En opinión de Álvaro Bilbao, “cada momento es igualmente difícil y bonito a la vez”.

Potenciar la psicomotricidad en niños de dos y tres años es muy sencillo: bastarán unos cuantos materiales y tratarlo como si fuera un juego. ¡Rápido aprenderán por sí mismos!

Niña pequeña pintando

La ropa y las deposiciones

Comparativa entre dos y cuatro años

Álvaro Bilbao pone en el post viral de la comparativa entre los niños de dos años y los de cuatro hasta seis ejemplos concretos que demuestran que los terribles dos no eran para tanto. Al menos, que no se merecen la mala fama que tienen porque hay etapas igual de difíciles, como los cuatro años.

Por ejemplo, Álvaro Bilbao se refiere al habla en ambas edades. “A los dos años les cuesta hablar. A los cuatro años lo que les cuesta es dejar de hablar un momentito”, dice. Quien ha sido o es padre o madre de un peque de cuatro años puede dar fe de que tiene razón…

También compara ambas edades en lo que respecta a la alimentación. “A los dos años prueban casi todas las comidas. A los cuatro años ponen cara de asco a muchas cosas. Incluso a las que les encantaban a los dos”, remarca. Tampoco le falta razón al experto en esto.

Cómo no, las rabietas también están presentes en la comparación de Álvaro Bilbao entre los dos y los cuatro años. “Con dos años, pueden tener su pequeña rabieta de bebé. Con cuatro años, una buena rabieta puede hacer que tiemble la casa o el supermercado”, argumenta. En esto, quizá solo se pueda matizar lo de “pequeña”, porque las rabietas en dos años también pueden ser intensas.

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Niña pequeña

En cuarto lugar, el neuropsicólogo cita el cambio radical de paradigma que se produce en apenas dos años. “Cuando tienen dos años hay que hacerles casi todo. Cuando tienen cuatro años quieren hacerlo todo por sí mismos y todo tarda una eternidad”, asegura, en otra comparativa muy acertada que enlaza con el quinto punto de las diferencias que resalta Álvaro Bilbao de los dos a los cuatro años: “Con dos años les tienes que vestir y eso lleva mucho tiempo. Cuando tienen cuatro años quieren elegir su ropa y combinar su ropa y sales de casa con un hada, una princesa o un niño/a que se viste de manera estrambótica”, advierte.

Y por si fueran pocas pruebas de que la “adoslescencia” no es tan horrible como la pinta, Bilbao se guarda un as más en la manga: la caca. “A los dos años te enfrentas a un pañal maloliente que tiras a la basura. A los cuatro años te puedes encontrar un pequeño escape en el calzoncillo o braguita que tendrás que limpiar a mano”, concluye. 

Ojo, el escape también puede ser enorme, no solo “pequeño”… Si te ocurre, verás como te entran ganas de ponerle el pañal de nuevo a tu hijo.

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