El hábito clave para que los niños estén sanos y felices, según la fundadora de la primera escuela al aire libre de España

Vivimos en una sociedad que ha dado la espalda a la naturaleza y cada vez más voces nos animan a volver a ella, la educación en la naturaleza cada día toma más fuerza y se convierte en un hábito de salud y bienestar muy importante para nuestros hijos.
Niños

El “déficit de naturaleza” que definía Richard Louv hace décadas es ya una realidad. Nos hemos distanciado de la naturaleza, del medio natural, de la vida al aire libre.

Nos desenvolvemos en una sociedad básicamente urbana y adultocéntrica en la que prácticamente todo está sólo pensado para la persona adulta, de entre los 20 y los 50 años, una persona sana, ágil y con cierto estatus social y económico. El resto de colectivos casi no tienen espacio y entre esos colectivos olvidados o desplazados están los niños.

La pedagogía en la naturaleza

En la infancia se construye el vínculo con la naturaleza de una forma sencilla y fluida según señala Katia Hueso, bióloga, escritora y cofundadora de la primera escuela infantil al aire libre de España en el año 2011, y la pedagogía en la naturaleza precisamente es eso lo que busca, esa conexión en un espacio abierto pero en el que se mantienen los límites que marca el sentido común, con el entorno y con las relaciones interpersonales que se pueden desarrollar.

Se plantean tres corrientes en esta pedagogía. Las escuelas en la naturaleza, las escuelas de educación combinada y las acciones de acercar la naturaleza a las aulas (reverdecer los patios, plantear aulas al aire libre en espacios de recreo,...).

La escuela en la naturaleza es plantear el medio natural como el propio aula, algo que se viene haciendo desde hace décadas en los países escandinavos, donde según señala la propia Katia Hueso, un 25% de los niños está escolarizado en estos centros al aire libre. En Alemania tienen un porcentaje similar y la más antigua de este tipo de escuelas ha cumplido ya el cuarto de siglo en funcionamiento.

Tenemos que aprender a confiar en el niño y en la propia naturaleza como espacio para no distraernos de la conexión profunda que podemos tener con ella. - Photographer: Tomaz Levstek

Las escuelas de educación combinada se ven más en países como Reino Unido, son proyectos que permiten alcanzar a una población infantil mucho mayor de niños escolarizados en escuelas más convencionales.

La naturaleza nos sana

Ya están siendo diagnosticados distintos problemas de salud que se relacionan con esa falta de naturaleza en nuestro día a día, con ese “síndrome por déficit de naturaleza”. Por ejemplo, parece que hay reconocida una relación entre estar en la naturaleza y la disminución de la hiperactividad en los niños.

Es complicado llegar a saber hasta qué punto un niño diagnosticado de déficit de atención e hiperactividad realmente tiene ese problema de manera genética o por falta de salir a jugar, de aire libre, de naturaleza en definitiva.

Están demostrados los beneficios de la meditación activa y que estos se multiplican cuando la meditación se realiza al aire libre, incluso un paseo por el parque, por el monte o por el bosque o entorno natural más cercano puede asimilarse a una especie de meditación.

Aprender en el medio natural aporta beneficios sociales y cognitivos. Los niños se mueven mucho, desarrollan mejor su psicomotricidad al moverse en un entorno irregular, mejora el conocimiento de su cuerpo, su propiocepción. 

Poder decidir a qué juegan les da capacidad de decisión y el hecho de que el entorno sea cambiante les obliga a tener flexibilidad, capacidad de adaptación, resiliencia y aprenden a aceptar la realidad de que no podemos controlar todos los aspectos de nuestra vida, algo que les aporta madurez.

Tenemos la naturaleza en la puerta de casa

Ya están siendo diagnosticados distintos problemas de salud que se relacionan con esa falta de naturaleza en nuestro día a día. - iStock

No se trata de ir al parque nacional más espectacular de nuestro país, ni subir la montaña más alta o llegar a la playa más escondida como tampoco se trata de llevar una agenda de ministro cargada de actividades que podemos hacer en la ciudad pero con árboles alrededor.

Se trata de salir de manera regular al bosque que tengamos más cercano, algo cotidiano, que sea habitual y muy fácil de hacer para todo el mundo.

Tenemos que aprender a confiar en el niño y en la propia naturaleza como espacio para no distraernos de la conexión profunda que podemos tener con ella. No se trata de que el entorno natural se convierta simplemente en un escenario.

Que podamos sentarnos debajo de un árbol y sentir donde estamos, observar los insectos, sentir el viento en las hojas.

Esos momentos en los que podemos ser conscientes con todo nuestro cuerpo que formamos parte de algo más grande, esos momentos solo los podemos encontrar cuando dejamos tiempo y espacio para que sucedan, cuando les dejamos a los niños ese tiempo y ese espacio.

En la infancia se construye el vínculo con la naturaleza de una forma sencilla y fluida. - iStock

Salir de manera regular al campo, practicar deporte en la naturaleza, recolectar bayas o hierbas en el monte y elaborar recetas después con ellas, tener un pequeño huerto en casa o cuidar un alféizar con plantas, son acciones cotidianas muy sencillas, muy fáciles de poner en práctica y muy habituales en los países del norte de Europa que desarrollan una relación con la naturaleza mucho más intensa desde la infancia que la nuestra.

Algo tan sencillo como jugar con los juguetes que ofrece la naturaleza, como decía Tonucci “el barro es el príncipe de los juguetes”, la naturaleza ofrece innumerables juguetes a los niños, desde palos, piedras, piñas, tierra, agua, hojas, semillas. 

Son juguetes que le permiten al niño desarrollar su imaginación y su creatividad sin límites pero también sin ataduras ni normas que marque la dirección del juego por parte del adulto que es un mero acompañante y compañero de juegos y de aprendizajes.

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  • Eugenio Manuel Fernández Aguilar