A partir de los tres años y medio o cuatro, aproximadamente, es la edad a la que se empiezan a formar los recuerdos de un niño. Como padres y madres podemos ayudarles a fortalecer su memoria desde sus primeros años de vida.
En este artículo, el psicólogo especializado en infancia Luciano Montero explica qué puedes hacer con tu hijo para fortalecer su memoria.
Hablar con él fortalece su memoria
La capacidad del niño para almacenar sus experiencias y ordenar los recuerdos despierta de manera asombrosa con el dominio de las palabras y el lenguaje.
Cuando tu bebé agita las piernas o cambia el ritmo de su chupeteo cada vez que pones en marcha el carrusel musical que hay sobre su cuna, no es producto de la casualidad. Muestra alegría porque reconoce el sonido y cada una de las figuras que gira sobre su cabecita. Los psicólogos se han servido de experimentos como este, realizado con niños de entre tres y seis meses, para demostrar que los bebés ya tienen memoria. Nacen incluso con ella.
Es un tipo de memoria genética, bastante rudimentaria, que les permite, por ejemplo, acercarse al pezón de su madre para succionar o reconocer figuras humanas. Pero la memoria propiamente dicha, como capacidad para almacenar información y evocar algo que no está presente, comienza a fraguarse en los meses siguientes y se robustece, en opinión de los expertos, con la aparición del lenguaje, lo que sucede alrededor del segundo año de vida (aquí te contamos qué recuerdan los niños a los dos años de edad).
Y es más adelante, a partir de los cuatro años, cuando el niño la perfecciona con habilidades y estrategias que le brindan la oportunidad de manejar los recuerdos a su antojo.

Imitar y repetir son las claves de este proceso
Desde bien pequeño, el bebé imita y repite los actos cotidianos que observa al adulto, como usar el teléfono, peinarse o cepillarse los dientes. Con el tiempo irá aprendiendo que tal repetición constituye su más poderosa herramienta para memorizar (aquí te contamos más sobre tu bebé solo tiene meses y ya te imita).
Este descubrimiento sucede poco a poco, sin que pueda hablarse de una edad determinada. Hasta que no habla, el bebé es incapaz de vivir más allá del aquí y ahora. Solo cuando empiece a dominar el lenguaje se pondrá en marcha su memoria consciente, conocida por los psicólogos como episódica o autobiográfica.
Gracias a ella, el pequeño preguntará por el gato que vio la última vez que estuvo en casa de la abuela o husmeará en el bolso de la tía que siempre le lleva caramelos. A esta edad es importante darle seguridad y suficiente rutina en los hechos de cada día para que los pueda asimilar. Necesita, por ejemplo, que le repitamos el mismo cuento una y mil veces y enseguida nos advertirá si hemos cambiado algún detalle en la narración. O que le cantemos esa canción que tanto le gusta sin alterar un ápice los versos.
Sobre la importancia que desempeña el dominio del habla en su aptitud para recordar existen estudios sorprendentes. La psicóloga Katherine Nelson dirigió una investigación en Nueva York con niños de dos años que mantuvieron durante un tiempo conversaciones con sus madres. Unas mujeres se dirigieron a sus hijos con preguntas de tipo práctico, con un fin meramente instrumental. Otras, sin embargo, plantearon las cuestiones en términos narrativos, que obligaban a sus hijos a contar episodios con respuestas más elaboradas.

Aprender a relatar es comenzar a recordar
Los resultados demostraron que el segundo grupo desarrolló antes y de manera más rica su memoria. De hecho, cuando el niño comienza a hablar, su capacidad para almacenar los recuerdos se va a limitar a aquellas experiencias a las que ha podido dar una estructura narrativa. Es su modo de encajar en la memoria esos primeros acontecimientos.
A los adultos nos puede resultar chocante, a veces cómico, el tipo de detalles que los niños guardan en su todavía inmadura memoria. Es el caso de Pedro, un abuelo que se quedó de piedra al comprobar que el único recuerdo que su nieta Cristina, de dos años y medio, tenía de él era el agujero que descubrió en su calcetín cuando le visitó hacía unos meses. Sus persecuciones a cuatro patas por el pasillo, los regalos, la tarta del día de su cumpleaños… todo, excepto aquel detalle, parecía haberse borrado de su frágil memoria.
La explicación es sencilla. A esta edad no pueden organizar los datos igual que lo hace un adulto. Ésta es la razón de que recuperen tan solo aquellos gestos y pormenores que, aunque nimios a los ojos de un mayor, más captaron su atención
Hay dos formas de almacenar recuerdos y una de ellas tiene una capacidad ilimitada
¿Se sabe cuántos datos puede almacenar nuestro cerebro? ¿Es inalterable la memoria o existe algún modo de activar su crecimiento?
En primer lugar, hay que recordar que los psicólogos distinguen entre memoria a corto y largo plazo.
Mientras la segunda es ilimitada (siempre que no haya alteraciones psicológicas o psiquiátricas), la memoria a corto plazo u operativa es extraordinariamente reducida. Es la que nos permite, por ejemplo, aprendernos un número de teléfono o la lista de los reyes godos.
Los estudiosos aún no se han puesto de acuerdo sobre si esta memoria varía o no con la edad. Algunos consideran que aumenta hasta los quince años y luego se estabiliza. En lo que sí coinciden es en que es de vital importancia que los padres ayuden a sus hijos a recuperar y reconstruir toda la información posible: hablándoles, preguntándoles, contándoles, dibujando con ellos alguna escena, etc.

La mejor manera de entrenar su memoria es mediante el juego
Hace años se decía que entrenamientos como aprenderse un montón de números de teléfono ayudaba al fortalecimiento de la memoria, pero hoy esta creencia carece de fundamento científico.
La práctica más adecuada para que el niño madure no solo su capacidad memorística sino también intelectual viene de la mano de todo tipo de juegos y ejercicios que avivan su concentración y contribuyen a la percepción y comprensión del entorno y de los conceptos. No se trata de tomárselo como un entrenamiento, sino de aprovechar esos ratos de comunicación con nuestro hijo, potenciar que no se limite a contestar sí o no a nuestras preguntas y ayudarle a relatar, a su modo, los acontecimientos cotidianos. Además:
Cualquier estímulo sensorial sirve para avivar su capacidad memorística: objetos de colores, de tamaños y formas diferentes, música de distintos estilos, juguetes creativos, etc. Si queremos alimentar su memoria, debemos enriquecer su entorno.
El paso previo a memorizar es procesar la información. Aprenderá si desde muy pequeño le enseñamos a agruparla: colocando frutas con frutas, trenes, aviones y coches con medios de locomoción, etc. Las canciones, poemas sencillos, retahílas, cuentos breves… les ayudan a almacenar información que, de otra manera, serían incapaces de retener.
Jugar a esconder y encontrar objetos es un excelente modo de ejercitar su incipiente memoria. También es bueno relatarles historias con la ayuda de sugestivas imágenes o ayudarles a inventarse una.
Compartimos en esta pieza juegos fáciles de memoria para trabajar el desarrollo cognitivo de los niños de forma divertida y en esta otra, los juegos tradicionales recomendados por la universidad de Harvard para trabajar la autorregulación.