Durante el recreo, el patio de un colegio suele ser un microcosmos vibrante de interacciones, juegos improvisados y amistades en formación. Sin embargo, para muchos niños con autismo, ese mismo entorno puede ser desconcertante, incluso alienante. Las diferencias en los estilos de comunicación y juego dificultan que todos los niños se entiendan entre sí. Pero un equipo de investigadores de la Universidad de Bristol ha dado con una solución tan sencilla como brillante: un brazalete con luces de colores.
Presentado recientemente en el prestigioso congreso CHI 2025 en Yokohama, este dispositivo nace de un enfoque completamente distinto al que tradicionalmente ha dominado el desarrollo de tecnologías educativas. En lugar de tratar de “corregir” los comportamientos de los niños autistas para acercarlos a los modelos neurotípicos, este proyecto se ha centrado en aceptar y visibilizar las diferentes maneras en que los niños, sean como sean, juegan e interactúan.
La propuesta, liderada por expertos en informática y educación de la Universidad de Bristol, se basa en una premisa radicalmente inclusiva: todos los niños tienen derecho a jugar a su manera y a ser entendidos por los demás. A través de talleres de co-diseño realizados con un grupo neurodiverso de alumnos de 7 y 8 años en una escuela del Reino Unido, surgió un concepto que podría cambiar la manera en que concebimos el juego inclusivo.
Colores que hablan por sí solos
El funcionamiento del brazalete, llamado ChromaConnect, es extraordinariamente simple. El niño que lo lleva puede pulsar un botón para activar una luz de un color concreto: verde si quiere jugar en grupo, azul si prefiere jugar solo y amarillo si desea unirse a otros pero no sabe cómo hacerlo. Esta señal visual ofrece a los demás niños una pista clara sobre cómo acercarse a sus compañeros, evitando malentendidos y reduciendo las barreras comunicativas.
Pero lo más interesante no es solo lo que el brazalete comunica, sino el modo en que su significado es abierto y flexible. Durante las sesiones de prueba, algunos niños reinterpretaron los colores para expresar emociones como felicidad o tristeza. Lo importante no era tanto seguir un código rígido, sino dotar a los niños de una herramienta para expresar sin necesidad de verbalizar.
Este enfoque parte de una idea cada vez más reconocida en el ámbito educativo: no hay una sola forma “correcta” de jugar. Mientras unos niños disfrutan de las reglas y estructuras grupales, otros prefieren explorar el mundo en paralelo, o moverse entre juegos colectivos e iniciativas personales. La clave está en permitir que cada niño encuentre su espacio y su ritmo.

Diseñado con los niños, no para ellos
Uno de los aspectos más innovadores de este proyecto es que los niños no han sido meros sujetos de prueba. Desde el principio, participaron activamente en el diseño de los dispositivos. Durante los talleres, crearon maquetas de sus propios “gadgets espaciales” —como ellos mismos los llamaban— para usarlos en un juego cooperativo sobre exploración de planetas.
Esta metodología de co-diseño permitió a los investigadores entender mejor las necesidades reales de los niños, sus preferencias, sus frustraciones y sus alegrías. Algunos niños diseñaron rastreadores para saber dónde estaban los demás jugadores. Otros crearon “teletransportadores” o estrellas luminosas para marcar caminos. Todos ellos buscaron formas de conectar, cooperar o simplemente compartir el espacio de juego a su manera.
En esos talleres también se hicieron evidentes los desafíos que enfrentan los grupos neurodiversos al jugar juntos. Hubo momentos de incomprensión, reglas interpretadas de forma diferente o intentos de imponer narrativas. Sin embargo, también surgieron situaciones conmovedoras de inclusión espontánea, de juegos paralelos que se entrelazaban sutilmente y de amistades que no necesitaban muchas palabras para florecer.
Más que un juguete: una herramienta para comprender al otro
Uno de los grandes méritos del brazalete es que no pretende reemplazar la interacción humana, sino facilitarla. En lugar de decirle al niño autista cómo debe jugar, le da una herramienta para que se exprese a su manera y, al mismo tiempo, ayuda a los demás a entenderlo mejor.
La investigación detrás de este dispositivo se apoya en el concepto del “problema de la doble empatía”, una idea que plantea que las dificultades de comunicación entre personas autistas y neurotípicas no se deben exclusivamente a las primeras, sino a una falta de entendimiento mutuo. El brazalete se convierte así en un puente para salvar ese vacío.
Los investigadores de la Universidad de Bristol —cuya nota de prensa ha sido la principal fuente de este reportaje— destacan que este es solo el primer paso. En futuras fases del proyecto, quieren profundizar aún más en las percepciones que los niños tienen sobre el juego, qué significa para ellos interactuar y qué barreras encuentran en el día a día. El objetivo final: construir un repertorio de tecnologías y prácticas pedagógicas verdaderamente inclusivas.

Impulso para un cambio en la educación inclusiva
Este tipo de iniciativas podría tener un impacto importante más allá del patio de recreo. Las aulas, los talleres extraescolares e incluso los entornos familiares podrían beneficiarse de herramientas que favorezcan la comunicación sin exigir la uniformidad. Para los padres, especialmente aquellos que tienen hijos en el espectro autista, este tipo de tecnologías representa un paso hacia entornos donde sus hijos no solo son aceptados, sino entendidos y valorados.
Además, esta innovación llega en un momento clave. Cada vez hay más conciencia sobre la necesidad de que los sistemas educativos no se limiten a integrar a los niños neurodivergentes en estructuras pensadas para los neurotípicos, sino que se transformen para dar cabida real a la diversidad.
No es descabellado imaginar un futuro en el que los brazaletes de colores no sean un experimento en una escuela del Reino Unido, sino un recurso habitual en colegios de todo el mundo. Porque, al fin y al cabo, lo que está en juego es algo tan sencillo y a la vez tan profundo como que todos los niños puedan jugar —y ser ellos mismos— sin barreras ni juicios.
Referencias
- Brooke Morris et al, "It Helps Us Express Our Feelings Without Having To Say Anything": Exploring 'Accompanying Social Play Things' Designed With and For Neurodiverse Groups of Children, Proceedings of the 2025 CHI Conference on Human Factors in Computing Systems (2025). DOI: 10.1145/3706598.3713738