Que tire la primera piedra la persona, madre o padre de niño o niña pequeño, que no haya estado junto a su peque, más o menos pendiente, y no haya mirado el teléfono móvil alguna vez al mismo tiempo. Creo, y esto es autocrítica, que es el defecto que más he cometido en mis siete años como padre. Pues bien, a mí y a todas aquellas personas que lo hayan hecho alguna vez, les pone en su sitio un vídeo viral que muestra un ejemplo real de cómo se comporta un peque si le prestan sus padres total atención o si lo hacen a la vez que miran el móvil.
El vídeo lo compartió ya hace algunas semanas @ceciarmy un usuario de X, antes Twitter (lo sigue siendo a nivel popular), y muestra un padre interactuando con su hijo pequeño a doble pantalla. En ambas escenas se reproduce una escena similar, mano a mano padre e hijo, en el mismo entorno doméstico, con una diferencia: en un lado, el adulto no tiene el móvil en la mano y sus dos ojos puestos en el aparato, y en el otro lado sí.
El resultado muestra una realidad que todos los adultos, incluyendo los que hemos cometido este error alguna (o muchas veces) sabemos: la diferencia es abismal entre cómo interactuamos con ellos y ellas y, sobre todo, en cómo los peques se comportan y reaccionan si detectan que estamos con plena atención hacia ellos y ellas o no lo estamos.
Esto último, por cierto, tiene un nombre: crianza distraída.
1724765396681580847Consecuencias de la crianza distraída
Cuando los adultos estamos en cuerpo junto a nuestros hijos e hijas pequeñas pero no lo estamos en alma porque nuestra atención está puesta en el teléfono móvil (o en la tele o en cualquier otra cosa), se habla de una crianza distraída.
Es una realidad, y no hace falta que se publiquen más vídeos virales para comprobarlo, que tener o no el móvil conectado y “abierto” nos cambia la manera en la que interactuamos con nuestros hijos e hijas. Siempre a peor, ya que nos desconecta. O mejor dicho, no nos permite conectar de una forma tan profunda como se puede hacer sin tecnología ni pantallas de por medio.
Al fin y al cabo, si lo piensas, tiene todo el sentido del mundo y no es nada nuevo ni algo que tú como adulto no hayas experimentado alguna vez en tus propias carnes. Piensa cuando estás con tu pareja o un amigo charlando o comiendo y en vez de estar conversando contigo mirándote y conectando decide hacerlo a la vez que teclea el móvil o hace scroll para ver Instagram. ¿Cómo te sientes? No muy bien, ¿verdad? Te saca del momento, te hace desconectar (y enfadarte, quizá), ¿a que sí?
De convertirse en algo habitual y reiterativo, es posible que impacte en la relación o vínculo entre ambos. Lo mismo pasa con la crianza distraída por culpa, no de las pantallas, sino nuestra, de los adultos que hacemos uso de ellas en un momento erróneo. Y ese daño a la relación llega por el flanco de lo emocional.

Con los hijos pasa exactamente lo mismo, con el añadido de que al no entender como puede hacerlo un adulto esta situación, su autoestima puede verse afectado negativamente. Tanto que es posible que pierda interés en conectar contigo, sobre todo si tiene a su alcance la posibilidad de conectar con otra persona de seguridad que sí le presta toda su atención.
Además, y esto sobra decirlo porque es obvio, le estás dando (le estoy dando, cuando soy yo el que lo hace) un muy mal ejemplo a tus hijos, que el día de mañana harán, como pasa con tantos otros hábitos cotidianos, lo mismo que han visto en casa.