Las iguanas crecen en función de la jaula en la que se crían. Si la jaula es pequeñita, crecen poco. Si es grande, crecen mucho más. Algo así ocurre con los niños: se adaptan perfectamente al ambiente y espacio del que disponen. Por eso si queremos que crezcan, experimenten y expresen las muchas posibilidades de su cuerpo y personalidad, hemos de prestar atención al espacio que les ofrecemos. Cada edad tiene unas necesidades.
Solemos estar más atentos a encontrar objetos adecuados que a organizar espacios. Pero son el espacio y su disposición los que permiten que el cuerpo del niño se convierta en lo experimentado, lo que permite que el niño descubra el placer de estar en su propia piel. La clave para descubrir y disfrutar del propio cuerpo no está tanto en los objetos, sino en el espacio. Los objetos, por su parte, le permiten elaborar conceptos y experiencias. Cada espacio, cada objeto, es una invitación.
Bebé de 0 a 6 meses: una cuna segura y no muy grande
A esta edad los bebés necesitan que dispongamos para ellos un único espacio físico, o más bien dos: el cuerpo de la madre (y cuidadores) y su equivalente, un espacio blandito y recogido, como puede ser la cuna. El bebé necesita sentirse seguro, por lo que no puede ser muy grande; y tiene poca autonomía en el movimiento, así que no necesita más.
A partir de los 3 meses llega el momento de hacer una ampliación: seguiremos necesitando un solo espacio blandito, pero más grande por ejemplo una alfombra, colchoneta dura, o un parquecito. Sigue necesitando contención y límites, pero para empezar a girar sobre sí mismo o sobre el ombligo necesita más espacio. No hagamos una gran inversión, sea lo que sea se nos quedará pequeño en torno a los 6 meses.
De 6 a 18 meses: la cuna y una superficie para rodar y gatear
Al espacio blandito, que poco a poco pasa a convertirse en un espacio de relax, vamos añadiendo un "espacio duro" y amplio que le permita desplazarse. Es el gran logro del comienzo de este periodo, fundamental. Ahora necesitará una superficie que crece hasta alcanzar el tamaño de una habitación, bastante despejada si realmente queremos que gatee. Ese espacio libre y al principio sin obstáculos le servirá para hacer la croqueta y rodar sobre sí hasta alcanzar las habilidades necesarias para gatear. Cuando esté iniciado en esta importante etapa y más o menos domine el gateo, llega el momento de poner obstáculos, es decir elementos también duros que le permitan enfrentarse a nuevos retos: una rampa, un escalón, un túnel... Si no los ponemos, ellos solos los buscarán: una silla y una mesa para pasar por debajo, superficies bajas para apoyarse y ponerse de pie, cajas de cartón en las que intentarán meterse...
De 18 meses a 3 años: la cuna, un espacio para gatear y un rincón para jugar
El rincón blandito ha convertido en una zona de relax muy importante, donde el niño puede volver a descansar si está cansado o a llorar cuando está triste. Sirve una zona con cojines. Esos mismos cojines servirán para luchar, para tirarse en plancha, para esconderse bajo ellos... El espacio "duro", o en el que experimenta sus capacidades de movimiento, se habrá ampliado a toda la casa sin darnos cuenta: cualquier excusa es buena para escalar, saltar, correr... La casa, de hecho, será insuficiente y habrá que ampliar hacia el exterior.
Pero un tercer espacio empieza a cobrar importancia, el del juego de imitación, primero, y simbólico después. A los 18 meses el niño empieza a mostrar interés por los juegos de imitación (de nuestras acciones diarias), que poco a poco se convertirán en juego simbólico y que seguirá en vigor hasta pasados los 7 años. Nuestro espacio de juego simbólico puede convertirse en lo que haga falta: un hospital, una cocina, un colegio o una peluquería.
De 3 a 7 años: Hay que añadir un espacio donde pueda dibujar
A los espacios descritos, que acompañarán al niño y evolucionarán con él hasta pasados los 7 u 8 años, se une uno nuevo hacia los tres años, el espacio de la representación: dibujar, modelar, o cualquier otra forma de expresión forman parte de este espacio. Es cierto que puede pintar antes, pero más como una forma de experimentar con los materiales y los trazos que como forma de auténtica expresión de sus experiencias. A través de la representación el niño saca fuera y plasma sus vivencias. Esto le permite, entre otras cosas, poner distancia, sacarlas y observarlas desde fuera. Los cuentos, que hasta ahora habían sido una experiencia sensorial (las imágenes, la música de las palabras) se convierten en parte de este espacio de representación que ayudan al niño a entenderse a sí mismo y la realidad que lo rodea.
La extensión verde de casa
Busquemos un lugar natural, cerca de casa, y bauticémoslo como "la extensión verde de nuestra casa". Un lugar al que acudamos todos los días si es posible. Los espacios amplios, verdes y al aire libre ofrecen oportunidades de desarrollo difíciles de reproducir en un espacio cerrado. Un lugar donde las carreras no molesten a nadie y poder recibir un baño de estímulos naturales, tan suaves como efectivos.
Seguridad para explorar
Para disfrutar plenamente de la posibilidad de moverse y jugar, proporcionada por el espacio físico, el niño debe contar con la seguridad y el permiso necesario para hacerlo. Es algo que pertenece a la esfera del espacio emocional, y para construirlo vamos a echar mano de esas herramientas que ya hemos desglosado: nuestra presencia física genera seguridad, una mirada acogedora ante sus intentos favorece la confianza en sí mismo, y la voz es a la vez esa mano en el aire y refuerzo que a veces necesita el niño. El pequeño va desarrollando la seguridad en sus posibilidades poco a poco fruto de sus éxitos, por un lado, y de nuestra actitud, por otra.
Lidia García Fresneda, experta en Desarrollo Psicomotor y Psicomotricista ( www.jugandoenfamilia.blogspot.com)