La siesta, en cualquier parte
Algunos bebés duermen estupendamente en su cunita por las noches, pero prefieren echar la siesta en otro lugar. No hay ningún inconveniente.
La siesta es una sana costumbre, muy necesaria al menos hasta los cuatro-cinco años (depende del niño, muchos dejan de echarla por sí solos con cuatro años y no pasa nada, lo más importante es que el niño la eche a gusto, no es bueno obligarle).
Con seis meses, el bebé duerme dos siestas una por la mañana y otra por la tarde y hacia los 18 meses, suele desaparecer la de la mañana.
A partir del año, los niños se muestran mucho más aventureros y con ganas de jugar, por lo que puede ser más difícil conseguir que duerman (pueden verlo como una pérdida de tiempo).
Por eso, es importante establecer una rutina de siesta, igual que hacemos para el sueño nocturno, proporcionarle un lugar tranquilo y a media luz, que facilite el reposo, siempre a la misma hora. Suele ayudar ponerle música tranquila, leerle un cuento con voz pausada... el sueño vendrá casi con seguridad y, si no llega, al menos habrá pasado un tiempo descansando.
No conviene obligar al bebé a echar la siesta en la cuna si no quiere, porque podría relacionarla con una situación desagradable. No pasa nada porque se duerma durante el día en la silla de paseo, la hamaca o, incluso, el corralito. Ante todo, hay que evitar que el bebé asocie el hecho de dormir con un aislamiento o un castigo.
¡Disfrutar de la siesta juntos!
La siesta puede ser un momento más que compartir con los hijos.
Al sentarnos con ellos a descansar o tumbarnos en el suelo o en la cama juntos, favorecemos la relación de cercanía y de seguridad.
Este tipo de mimos durante el día (acostarnos con ellos, abrazarlos…) reduce los miedos nocturnos ya que se sienten más protegidos. Aunque si el pequeño no quiere y prefiere descansar solo, hay que respetarlo.
ASESOR. Dr Gonzalo Pin, pediatra Jefe de la Unidad de Sueño del Hospital Quirón, de Valencia