Marta tiene 3 meses. Su hermano Javier, que tiene 2 años y acude a escuela infantil, lleva varios días acatarrado. Por eso, cuando su madre observa que la pequeña tiene mocos y un poco de tos, no le da importancia, pues piensa que el hermano la ha contagiado. Javier mejora poco a poco, está activo y come bien, pero Marta cada día parece empeorar, la tos se ha hecho más constante y apenas come la mitad de lo que solía comer. Cuando los padres acuden al pediatra, este diagnostica una bronquiolitis.
Este caso es tremendamente común en la consulta de pediatría. La bronquiolitis está producida por virus respiratorios que, en la mayoría de los casos, sólo nos afectarán como un catarro. Pero lo que para niños mayores o adultos es solo un resfriado, puede afectar a los pulmones de los bebés más pequeños de forma más severa.
¿Cuáles son los síntomas de bronquiolitis?
Lo habitual es que la bronquiolitis empiece como un cuadro catarral imposible de diferenciar de un simple resfriado. El bebé empezará con mucosidad, congestión nasal, febrícula, estornudos y tos intermitente. De entrada, no afectará a su ánimo o su alimentación, y estos dos aspectos pueden servirnos de guía para darnos cuenta de que algo no va bien. Si el bebé, en lugar de mejorar, va a peor, está cada vez más irritable y come poco, puede significar que el catarro se está complicando.
La tos aparece en todos los cuadros de bronquiolitis. Una cosa es tener un bebé que tose de forma intermitente en el transcurso de un resfriado, y otra muy distinta que los golpes de tos se eternicen, afectando al sueño y la alimentación. Durante una bronquiolitis, la tos suele durar unas dos semanas y, probablemente sea el síntoma que más va a tardar en desaparecer.

Otro signo que debemos vigilar es la dificultad respiratoria. Esto puede resultar difícil para los padres, pero, si los instruimos en ello, podrán llegar a valorar si su peque respira de forma trabajosa. Observa si tu bebé respira más deprisa de lo habitual o si se le marcan las costillas con cada inspiración. Si además oyes ruidos al acercar tu oreja al pecho de tu peque, acude al pediatra.
¿Y, qué ocurre con la fiebre? Pues a pesar de que suele ser el síntoma que más preocupa, lo normal es que los cuadros de bronquiolitis no den fiebre, o por lo menos, no fiebre elevada. Es muy común en las consultas que, cuando hablamos de esta infección respiratoria, nos digáis “pero si no tiene fiebre”. Da igual. Un bebé puede tener una bronquiolitis grave, incluso con necesidad de soporte respiratorio, sin fiebre o con pocas décimas.
La importancia del seguimiento
Los bebés de menos de tres meses van a ser los más susceptibles de precisar soporte respiratorio o ingreso hospitalario por un cuadro de bronquiolitis moderada o grave. De ahí que, cuando vemos un cuadro catarral en un bebé, os digamos que lo traigáis a consulta cada dos días para ver la evolución, ya que, al inicio, los síntomas son indistinguibles de cualquier catarro.
La bronquiolitis afecta de diferente manera a los lactantes según su edad, antecedentes de prematuridad y diagnóstico previo de patologías crónicas. Esto quiere decir que, bebés menores de tres meses, aquellos que hayan nacido antes de la semana 37 de edad gestacional y aquellos que tengan enfermedades previas importantes, van a ser los casos que más tengamos que vigilar y más probabilidades tengan de ingreso hospitalario. Por el contrario, bebés de más edad y sin patologías, seguramente puedan pasar la enfermedad en su domicilio y hacer un seguimiento estrecho por su pediatra. Siempre explico a los padres que la bronquiolitis tiene un amplio espectro de variabilidad clínica, es decir, puede ser tanto un recién nacido intubado en una unidad de cuidados intensivos, como un bebé de ocho meses en su casa.
¿Cuál es el tratamiento de la bronquiolitis?
De soporte. Los fármacos tienen escasa evidencia científica y los aerosoles también, sobre todo en bebés de pocos meses. Básicamente, durante un ingreso hospitalario, vamos a poner soporte respiratorio con oxígeno, mantendremos las vías respiratorias permeables aspirando mucosidad y realizando lavados nasales y pondremos líquidos por vía intravenosa a aquellos niños demasiado afectados para comer. En el caso de bebés más mayores, se suele probar tratamiento con aerosoles y, de ser eficaz, se suele prescribir y hacer un seguimiento del pequeño de forma ambulatoria.