En el complejo mundo de la maternidad, muchas madres se encuentran enfrentando una disyuntiva que va más allá de la dualidad entre carrera y familia. Ir a trabajar no sólo implica un esfuerzo personal y profesional, también representa un dilema financiero que desafía la noción convencional de que el empleo siempre es sinónimo de ingresos netos.
“No es de extrañar que haya tantas mujeres que en los últimos años se han replanteado sus profesiones al convertirse en madres y ver el escenario que se les presenta”, expone Diana Oliver, periodista especializada en temas de maternidad, infancia y salud, en su libro Maternidades precarias.
Hablamos de mujeres que, al decidir volver al trabajo, se encuentran con una realidad: el coste económico. Es decir, los gastos que envuelven la crianza, como el cuidado infantil o los desplazamientos para ir a recoger a los niños, a menudo consumen gran parte de los ingresos adicionales que podrían generarse.
Es una realidad que para muchas familias el impacto económico de trabajar se traduce en una ecuación delicada, y deja a algunas mujeres preguntándose si la decisión de reincorporarse al trabajo realmente contribuye a la estabilidad financiera familiar.
“Hemos normalizado la precariedad laboral. Convivimos con ella. Maternamos con ella. Nos rendimos ante su omnipresencia. La OIT (Organización Internacional del Trabajo) estima que la incertidumbre que generan los contratos temporales puede considerarse como un indicador de la precariedad. También lo es el desempleo. La parcialidad impuesta. Que el salario que recibes por tu trabajo no te alcance para vivir dignamente. O que tus condiciones de trabajo o tus relaciones laborales sean abusivas”, reconoce Diana Oliver.
La solución aún es un misterio y pasa por la búsqueda de opciones de cuidado infantil más asequibles hasta la negociación de horarios flexibles. La pregunta es la de siempre: ¿Cómo puede evolucionar la sociedad para respaldar a las madres que aspiran a alcanzar sus objetivos profesionales sin sacrificar la estabilidad financiera de sus familias?
“La conciliación no existe porque ese término vago e impreciso es, en realidad, un batiburrillo de dilemas fabricados con el conglomerado viscoso de las expectativas, las redes, las circunstancias personales y las condiciones materiales y económicas. Son las abuelas y los abuelos, las escuelas infantiles, las madres de día y la amiga que un día te salva para recoger a tus hijos porque no llegas. Las ampliaciones de horario en los colegios. Las extraescolares infinitas. La hiperagendización de la infancia”, añade la periodista.
Y concluye que la maternidad “sigue pendiente de soluciones más allá de los discursos vacíos sobre cuidados y conciliación si queremos construir un futuro diferente. Está claro a qué damos valor como sociedad. Y ahí está también cómo hemos centrado todas nuestras reivindicaciones en materia de cuidados. Nos estaban señalando la luna y nos quedamos mirando el dedo. No se trata sólo de cambiar reglas del mercado laboral para adaptar la maternidad a sus ritmos, ni viceversa, se requiere un plan mucho más complejo”.
La solución, indica la experta en sus páginas, pasa por “apelar a la precariedad como elemento central del vocabulario feminista, así como núcleo conceptual con el que la justicia social pueda articularse y quizá también evaluarse. Y no sólo desde los movimientos y protestas masivas, también desde el desarrollo de políticas contra la precariedad y la transformación de las infraestructuras y las instituciones con un sentido de justicia social”.
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