Si generación tras generación la educación de los niños ha sido uno de los temas en los que más se han ocupado y más les ha preocupado a los adultos, esta generación no solo no es una excepción sino que además, tiene que despojarse de ideas antiguas porque la tecnología ha venido a cambiarlo todo desde la base.
Para Mar Romera, experta en educación infantil y juvenil es evidente que “no podemos irnos a modelos de transmisión de conocimientos por compensación, porque los alumnos llevan el mundo en el bolsillo”.
Es una evidencia, nunca hasta ahora una generación ha tenido acceso a un volumen de información y conocimiento tan amplio, el problema es que esta evidencia trae otra prácticamente de la mano para esta autora y es que “el problema es que con unos inútiles integrales para utilizar ese mundo que llevan en el bolsillo”.
Ahí es donde entra la figura del adulto, el educador, el padre, el profesor, la maestra que tienen una obligación que es “no darles más información sino entrenarlos para utilizar esa que tienen” según piensa Romera.
Pensamiento crítico
“Esta sociedad piensa que cuanto más contenido os demos, mucho mejor os preparamos y sin embargo, os preparamos muchísimo mejor cuantas más estrategias para el fracaso os podamos dar”, añade Mar Romera en una de sus frecuentes charlas ante alumnos y profesores.
Es imposible ofrecer más contenido del que tienen ya acceso los alumnos a través de la tecnología, incluso poco a poco la inteligencia artificial, va entrando también en las aulas para mejorar la enseñanza, hacerla más personalizada para el alumno y permitir ahorrar tiempo al profesor en algunos de los procesos.
Para Romera “la educación del siglo XXI es la que se ocupa del ser y no del saber y el ser eres tú” o sea, el alumno, el niño al que hay que educar y enseñar para que desarrolle un pensamiento crítico.
En la educación de un niño, el premio es el propio niño y para eso la familia, el profesorado y las instituciones educativas, tienen que trabajar en equipo, según añade Mar Romera.
La habilidad básica de un profesor debe ser escuchar, “sin tener la respuesta y sin emitir juicios de valor” se trata de escuchar precisamente para trabajar en equipo con las familias, para respetar al alumnado, para interesarse por el alumno y no solo por su conducta, “para que me ayudes a entender por qué me comporto así”, explica Mar Romera, desde el punto de vista del niño.
“Un profe de verdad debería tener los sentidos muy abiertos. Mirar con ojos de niño, a la altura del niño. Oreja verde, para poder oír lo que los niños tienen que decir. El paladar del mejor de los cocineros para saborear cada minuto de escuela como si fuera el último, olfato para intuir lo que necesitas y tocarte, permitir la experiencia.”
Además, ella le añadiría a un buen profesor dos sentidos más que serían “un sexto sentido, el sentido del humor y un séptimo, que sería mucho sentido común.”

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