A muchos padres les ha pasado: estás con tu hijo, ves algo sorprendente —un perro haciendo una voltereta, un globo que explota— y dices con entusiasmo “¿viste eso?”. Sin embargo, tu hijo mira hacia otro lado o señala algo completamente distinto. ¿A qué se debe esa desconexión? ¿Por qué parece que los adultos y los niños no siempre están “viendo lo mismo”, incluso cuando comparten la misma escena?
Un nuevo estudio de la Universidad de Kyushu, publicado en la revista PLOS ONE, ha intentado responder a esa pregunta aparentemente simple: ¿qué significa “eso” en frases como “¿viste eso?”? Lo que descubrieron tiene implicaciones fascinantes no solo para la comprensión del lenguaje, sino también para la crianza, el desarrollo cognitivo infantil e incluso la comunicación entre humanos y máquinas. En palabras de los autores: “Los niños interpretan las referencias ambiguas de forma distinta a los adultos, centrándose más en lo literal y reciente que en lo relevante o sorprendente”.
Las pistas que usamos sin darnos cuenta
En las conversaciones cotidianas usamos constantemente referencias ambiguas como “eso”, “aquí” o “lo de antes”. Rara vez explicamos a qué nos referimos con precisión, pero la otra persona normalmente lo entiende. ¿Cómo es posible? Según los investigadores, esto se debe a que nuestro cerebro recurre de forma automática a ciertas pistas contextuales.
Entre esas pistas, dos son especialmente importantes: la recencia (lo que acaba de suceder) y la rareza (lo inusual). En el estudio, los participantes —adultos y niños japoneses entre 7 y 10 años— vieron secuencias animadas de monstruos que aparecían uno a uno realizando acciones. Ocho monstruos hacían lo mismo, pero uno actuaba de forma diferente. Al final, una voz preguntaba: “¿viste eso?”. ¿A qué se referían con “eso”?
Los resultados mostraron que tanto adultos como niños tendían a escoger el evento más reciente o el más raro, pero lo hacían de forma diferente. Los adultos integraban ambas pistas: si el evento raro estaba más cerca del final, lo seleccionaban con más frecuencia. En cambio, los niños daban prioridad casi absoluta a lo último que ocurrió, incluso si no era lo más raro. Para ellos, “eso” era simplemente lo que acababa de pasar.

¿Por qué los niños no ven lo mismo que los adultos?
Este contraste tiene que ver con cómo se desarrolla el razonamiento pragmático: la capacidad de interpretar lo que otro quiere decir más allá de las palabras. Los autores explican que, para entender correctamente frases como “¿viste eso?”, uno debe ponerse en el lugar del hablante y pensar qué evento le pareció relevante.
Según el estudio, “los adultos perciben la distancia temporal como una variable flexible y continua”, mientras que “los niños tratan la recencia como un punto fijo”. Es decir, los adultos pueden considerar algo que ocurrió hace unos segundos como “eso” si fue sorprendente o relevante. Para un niño, “eso” solo puede ser lo que acaba de ver.
Esta diferencia también aparece cuando hay dos eventos raros en la secuencia. Los adultos tienden a escoger el más cercano al final, pero los niños no logran priorizar y muchas veces seleccionan ambos, sin distinguir cuál era más probable como referencia.

Lo que dice esto sobre el desarrollo cognitivo infantil
A nivel práctico, este hallazgo confirma que los niños de entre 7 y 10 años están todavía en proceso de adquirir habilidades complejas de interpretación del lenguaje. Aunque ya muestran sensibilidad hacia lo raro o llamativo, aún no integran esa información con la misma flexibilidad que los adultos.
El artículo señala que “los niños seleccionan eventos recientes con más frecuencia que los adultos”, lo que apunta a una etapa de desarrollo donde la literalidad predomina sobre la inferencia. Esta tendencia puede explicar muchas confusiones cotidianas entre adultos y niños: lo que para un adulto es una referencia evidente, para un niño puede no tener ningún sentido si no ocurrió justo en ese momento.
Por otra parte, los autores destacan que esta diferencia no se debe a problemas de memoria ni de atención. Los niños recordaban bien la secuencia de eventos, pero su criterio para decidir qué era “eso” seguía siendo más básico.

Implicaciones para la crianza y la educación
Este tipo de investigaciones ofrece claves útiles para la crianza y la enseñanza. Entender que los niños interpretan de forma más literal y temporalmente limitada puede ayudar a padres y docentes a ajustar su forma de comunicarse.
No se trata solo de hablar más despacio o repetir las cosas, sino de ser más consciente del momento en el que ocurre algo y de cómo se formula una pregunta. Una frase como “¿viste eso que hizo ese monstruo raro?” puede ser mucho más efectiva para un niño que un simple “¿viste eso?”.
Asimismo, estos resultados podrían tener implicaciones en el diagnóstico y apoyo a niños con dificultades de comunicación, como los que están dentro del espectro autista. Según el estudio: “Entender referencias ambiguas requiere ir más allá del significado literal para captar el contexto, lo cual puede ser un reto para algunos niños con rasgos autistas”.
¿Qué aprendemos sobre cómo compartimos la atención?
El experimento también revela algo más profundo: cómo compartimos experiencias con los demás. Cuando decimos “eso”, confiamos en que la otra persona haya percibido lo mismo que nosotros, en el mismo momento, y lo haya considerado igualmente relevante.
Este tipo de sincronización depende de factores como la atención compartida, la sorpresa y la memoria. Los adultos tienden a calcular mejor esa convergencia de perspectivas, mientras que los niños aún están aprendiendo a hacerlo. Como dice el paper: “Los adultos atribuyen la percepción del evento al otro, integrando su propia atención con la del comunicador”.
Para los niños, en cambio, el evento más reciente es también el más obvio y, por tanto, el más “compartido”. No es que no quieran entender al otro, sino que todavía no manejan los recursos cognitivos necesarios para hacer ese salto interpretativo.
¿Y los robots? Aplicaciones futuras
Aunque el estudio se centra en humanos, sus autores apuntan a una posible aplicación en inteligencia artificial. Comprender cómo interpretamos referencias ambiguas podría ayudar al desarrollo de asistentes virtuales o robots que sepan comunicarse de forma más natural.
Un robot que interactúa con un niño, por ejemplo, podría beneficiarse de saber que el niño entenderá “eso” como lo último que vio. Del mismo modo, los sistemas que apoyan a personas con dificultades de comunicación podrían usar estos hallazgos para ofrecer opciones de respuesta más ajustadas.
“Esperamos que nuestros hallazgos contribuyan a una mejor comprensión de la interacción social humana en un contexto comunicativo en evolución”, concluyen los investigadores.
Referencias
- Reiki Kishimoto, Kazuhide Hashiya. Recency and rarity effects in disambiguating the focus of utterance: A developmental study. PLOS ONE. 2025; 20(2): e0317433. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0317433.