En casa suele ser “castigado sin tele” y en la escuela “castigado sin recreo”. El caso es quitarle algo que le guste mucho porque se piensa erróneamente que el niño necesita quedarse sin algo que disfruta para aprender a hacer algo que no le gusta. Muchos de estos castigos van acompañados de reproches “así aprenderás a portarte bien”, “otro día te espabilas” o “eres tú quien se ha castigado por no obedecer”.

En el fondo queremos que el infante pague de alguna manera lo mal que nos lo ha hecho pasar, porque si no aplicamos ningún castigo sentimos que lo estamos consintiendo. Pero, ¿algo habrá que hacer para que aprenda? Sí, podemos llevar a cabo unas cuantas acciones educativas pero castigar precisamente es una de las correcciones que menos competencias emocionales enseña, por lo tanto, nada recomendable si lo que queremos es educar.
¿Qué es un castigo?
Quizás podemos empezar por definir qué es un castigo. Es una técnica que se utiliza para eliminar conductas que no se consideran socialmente aceptables y se hace mediante la eliminación de algo agradable para la persona o la aplicación de un estímulo negativo como consecuencia de una conducta disruptiva. Pongamos dos ejemplos sencillos: quitar algo agradable como la tablet por pegar a la hermana o dejarle estudiando una hora más por haber mentido diciendo que no traía tareas del colegio.
Estos dos castigos y otros muchos similares enseñan sobre todo a perfeccionar la forma de mentir para no ser “cazados” la próxima vez y a no asumir responsabilidades porque todo lo que se aprende con miedo, vergüenza y humillación se oculta en lugar de vivirlo como una oportunidad para mejorar.
A esta sencilla descripción del castigo, le añadiría algo más. Generalmente los castigos se aplican desde el enfado del adulto, algo que no es negativo si fuéramos capaces de regular. Porque sentir enfado ni es malo ni expresarlo es negativo si lo hacemos de forma asertiva, pero esto precisamente es lo difícil, “saber estar enfadado y no dañar con su expresión”.
Los castigos no sólo se aplican desde el enfado sino que el momento no suele ser el mejor, ni el adulto está en condiciones de comunicar ni el menor está receptivo ni preparado para ser disciplinado. A esto también se le añade que se tiende a castigar con lo que más les gusta y de forma desproporcionada sin que lo que se quita guarde mucha relación con la infracción cometida, ¿qué sentido tiene quedarse sin ver tele por haber pegado a un hermano? ¿acaso la eliminación de un programa televisivo enseña la regulación emocional que no ha tenido en un momento dado?

Alguna vez he escuchado decir, “yo no castigo pero aplico consecuencias”. En este caso puedo decir que si cambiamos el nombre pero se mantiene el fondo, hacer pagar por algo para quedar libre de culpa, por muy educativo que suene, sigue siendo igual de contraproducente.
Por eso os invito a reflexionar en lo que conlleva la acción de castigar o de aplicar consecuencias, porque si queremos educar tiene que ser sin dañar el vínculo afectivo, sin generar miedo y siempre garantizando una experiencia positiva, los niños no aprenden si nos temen, necesitan relacionar la disciplina con algo bueno para sus vidas y nada es bueno si les daña.
Por lo tanto, podemos decir que los castigos no son educativos porque quitar lo que "más les gusta" no permite entrenar la conducta deseada ni mejorar las competencias emocionales, si lo importante es aprender con la experiencia y cada vez que se equivocan les hacemos sentir mal, no tendrán confianza para reconocer sus errores y lo más preocupante, ser castigado puede deteriorar la relación con el adulto porque lo perciben como algo injusto.
Si queremos que nuestra intervención sea educativa y deseamos transformar nuestros castigos en acciones educativas, lo podemos lograr cumpliendo con estos dos puntos puntos:
La decisión que tomes para corregir un comportamiento tiene que ampliar la conciencia emocional del niño para ayudarle a asumir la consecuencia de su acción, por ejemplo, si queremos que sea consciente de que le ha hecho daño a su hermano al pegarle con un juguete, puede estar con nosotros mientras lo curamos.
El objetivo de la corrección es hacerle consciente del daño generado y darle la oportunidad de repararlo con alguna acción que tenga sentido y genere una experiencia positiva.
Y por último, nombremos la comunicación. No puede verse perjudicada porque la necesitamos en todo momento para hablar de lo sucedido, escuchar a todas las partes implicadas y transmitir comprensión y empatía es fundamental. Los interrogatorios no ayudan, avasallar con preguntas de ¿por qué lo has hecho? tampoco y desde luego no perdamos el foco, lo realmente importante es que hay un daño que atender y una relación que reparar. Si lo practicas, cuéntame qué tal te va.