50 euros más es lo que cobraron a unos padres porque, según el dueño del establecimiento, sus hijos no tuvieron un comportamiento adecuado.
La polémica no se ha hecho esperar y la noticia de lo ocurrido en un restaurante en Georgia, Estados Unidos, se ha convertido en tema de conversación para millones de personas en todo el mundo.

Los que somos padres y madres sabemos que ir a un restaurante con nuestros hijos, si además son pequeños y si para colmo, no tienen el mejor día, puede ser una odisea a veces complicada de gestionar.
Normalmente vamos pertrechados con juegos, cartas, papeles y pinturas de colores para entretenerlos en los tiempos muertos entre platos o durante la sobremesa de los adultos y siempre, aunque no nos guste, está para muchas familias el comodín de la tablet o el teléfono móvil para aplacar los ánimos pero aún así puede que a veces y por distintos motivos, los planes no salgan tan bien como nos gustaría.
El mal comportamiento se paga
En el restaurante Toccoa Riverside han ido un paso más allá marcando un suplemento o recargo por adulto que no sepa comportarse “como padres” para controlar el comportamiento de sus hijos.
Y así fue como hace solo unas semanas que les pasaron ese suplemento en el ticket a Lyndsey Landmann y a su familia.
En un principio y como comentó la propia Lyndsey, pensó que era una broma por parte del establecimiento.
Ella, su marido y sus hijos estuvieron en el establecimiento junto a otras cuatro familias, en total había 11 niños sentados a la mesa y a su modo de ver, el comportamiento de todos ellos fue estupendo, por lo que no podía creer que les aplicaran un recargo que a su modo de ver era completamente injusto.
El dueño del Toccoa comentó que nunca había tenido que cobrar este extra hasta ahora porque los niños estaban “corriendo por todo el restaurante”.
La polémica está servida y no son pocas las voces desde las redes sociales que se han posicionado a favor de la familia y a favor de la drástica medida tomada por el restaurante.
Es verdad que en numerosas ocasiones se habla de “niñofobia” o de la poca paciencia que tenemos demasiadas veces con los niños pero ¿dónde está el límite y quién debe ponerlo?
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