Se celebra San Valentín, como cada 14 de febrero, quizá el día más hortera del año este en el que se celebra el “amor romántico”, un concepto, uno más, sobre el que he reflexionado mucho a raíz de la paternidad. Y hoy, que es día de rosas y corazones rojos, me apetece compartir esta reflexión aprovechando que dispongo de este magnífico altavoz que es Ser Padres. Eso sí, recalco que no es más que una opinión personal, como tantas otras.
Voy camino de los 40 y fui padre por primera vez a los 30. Soy un millenial de manual: nacido en los 80, niño en pleno boom de las películas de Disney de los 90 y adolescente en la era de las comedias románticas al uso. No hace falta dar títulos concretos. Bueno, sí, se me escapará uno después.
Aquel cine, y con la ayuda inestimable de la maquinaria comercial que vio el filón en cada 14 de febrero (el mismo filón que el del Black Friday, la Navidad, etc., pero con otro traje), hizo mucho por idealizar el concepto de amor romántico. Yo también pensé un día que el amor iba de comprar rosas una vez al año y pedir perdón en post-its como las películas (alerta, spoiler…). Afortunadamente (para mí, puedo que para ti sea un error), la reflexión me ha hecho cruzar el océano hasta la orilla opuesta: han sido muchos años de travesía y, aunque no es el único factor que me ha empujado en este viaje, la paternidad, pensar en mis dos hijas y todo lo que ello conlleva, me ha hecho cambiar mi opinión radicalmente sobre el concepto de amor romántico y el idealismo que lo rodea.
Parto de la base de que no pretendo enterrar el amor romántico. Me parece fenomenal que nos regalemos rosas. Que nos regalemos en general, porque es sinónimo de cuidarnos los unos a los otros. Otra cosa muy distinta es el significado cultural que le hemos dado a esto del amor romántico; basta con pensar en sus símbolos, el príncipe azul al rescate de la princesa, la cena que el hombre cocina a la mujer, con sus velas y sus flores, pero solo el 14 de febrero, la bestia que se convierte en príncipe o la escena del vídeo de la boda de Love Actually, entre muchos otros. Sí, ese es el título que he dicho que se me iba a escapar: la comedia romántica que más nos gusta a los hombres. Y hablo en primera persona porque me incluyó: la idealicé durante años, ahora me duele verla.

Me duele, sobre todo desde que soy padre. Hay veces en las que tienen que pasarnos cosas en la vida para repensar nuestros planteamientos. Pienso mucho en qué contexto social viven mis hijas y cómo me gustaría que fuera el que tengan a su alrededor cuando sean un poquito más mayores. Y la verdad, el amor romántico, al menos tal y como lo entiende la sociedad en la actualidad, no creo que encaje en ningún lugar de dicho contexto.
Obviamente, la vida de mis hijas es suya y serán ellas las que fijen su posición con respecto a este tema, que nosotros abordamos ahora que son pequeñas con la misma naturalidad que el resto de aspectos que nos rodean. Hablamos del amor en toda su extensión, también del amor que no experimentan en primera persona pero sí viven de manera indirecta, como el que sienten sus padres el uno por el otro, por ejemplo. Ellas preguntan y se interesan, y nosotros tratamos de abordarlo. Por ejemplo, a través de la literatura infantil: sí, también hay cuentos que ayudan a desmitificar el amor romántico, como estos que recomienda una librería cuyos consejos siempre hemos tenido en cuenta: Va de Cuentos.
Las enseñamos que las relaciones no tienen que ser solo de la manera en la que la idea tradicional de amor romántico establece (no hace falta que dé más detalles porque si tienes hijos e hijas pequeñas, sabes a lo que me refiero); y tratamos de que sean conscientes de que tener pareja, no ya que sea romántica, no es algo a lo que aspirar o por lo que renunciar a otras muchas metas que se pongan en sus respectivas vidas.
Hablamos con ellas sobre qué les parecen historias como las que Disney nos metió en la cabeza como algo a lo que aspirar durante décadas, pero no es distinto a lo que hacemos con cualquier otro tema que trate algún libro o peli que leamos o vean. Insistimos en el respeto, físico y emocional, y dónde los ponemos (desde luego, tengo muchas dudas de dónde los coloca la idea idealizada de amor romántico), y en el cuidado.
En definitiva, tratamos de mostrarles que el amor romántico es algo muy distinto a la idea tradicional, esa que todavía impulsa celebraciones como la de San Valentín. Qué difícil es ser padre, pero qué bonito a la vez. Porque sin esta experiencia vital jamás habría escrito estas líneas. Si mis hijas no aspiran ni sueñan nunca con tener su príncipe azul, algo habré hecho bien estos años de crianza.