Muchos padres se preguntan cuánto deben durar las siestas y cómo manejar el momento de despertar para que sus hijos se mantengan tranquilos y contentos. Quitar la siesta al niño cuando llega al colegio es un error. La ciencia demuestra que la infancia, especialmente en los preescolares, la siesta es fundamental para potenciar el aprendizaje y el desarrollo cerebral. Mientras que en los adultos el beneficio se reparte en varios tipos de memoria, en los pequeños la siesta mejora sobre todo la memoria explícita, es decir, aquella que nos permite recordar de manera intencionada.
El patrón de sueño infantil: La evolución del sueño en la infancia
Entre los 1 y 3 años, los niños suelen dormir una o dos siestas diarias. El patrón adulto de sueño monofásico, es decir sin siestas, se alcanza aproximadamente a los 5 años. A esta edad, coincidiendo a menudo con el inicio de la etapa escolar, los niños suelen adaptarse a un patrón de sueño predominantemente nocturno. Las demandas cognitivas y sociales de la jornada escolar, junto con una rutina familiar más establecida, contribuyen a que el sueño se concentre en las horas de descanso nocturno, disminuyendo la necesidad de siestas diurnas en la mayoría de los casos.
Entonces, si te preguntas hasta qué punto las siestas siguen siendo importantes conforme tu hijo crece, la respuesta no es tan sencilla como un número fijo. Aunque no hay una edad exacta para decir adiós a la siesta, los expertos coinciden en algunas pautas generales que pueden ayudarte a tomar decisiones. Durante el primer año de vida, coinciden en que los bebés necesitan varias siestas al día, mientras que a partir del primer año y hasta los 3, una siesta larga entre una y dos horas sigue siendo muy recomendable, especialmente después de la comida. A partir de los 4 o 5 años en muchos casos se trata de una siesta corta y la siesta empieza a ser opcional, pero no por eso deben pasar el día sin pausa. Un momento de descanso, aunque no sea un sueño profundo, sigue siendo beneficioso para recargar energías.

¿Cómo influye la siesta en el aprendizaje?
Numerosos estudios muestran que la siesta ayuda a consolidar la memoria y mejora el rendimiento cognitivo. En adultos, siestas cortas de entre 5 a 15 minutos, mejoran el procesamiento inmediato, pero en niños, las siestas de 30 minutos o más permiten alcanzar fases de sueño profundo cruciales para la memoria a largo plazo y el razonamiento lógico. Los beneficios pueden ser mayores cuanto más regular es la costumbre de dormir la siesta.
Ahora bien, vamos a poner un ejemplo para entenderlo mejor: Imaginemos que el cerebro de nuestro hijo es como una gran biblioteca. Cada vez que aprende algo nuevo, una palabra, un concepto o una habilidad, está colocando un libro en una estantería. El cerebro se encarga de archivar esa información en el lugar correcto y con solo media hora de siesta, ya empieza a ordenar todo lo aprendido.
Varios estudios han demostrado que tras una breve siesta, el cerebro de los niños transfería lo aprendido desde el hipocampo, que es una especie de almacén temporal, hacia la corteza prefrontal, donde se guarda la memoria a largo plazo. Lo más llamativo es que lo que en adultos puede tardar varias semanas, en los niños ocurre tras una siesta de apenas 30 minutos.
¿Qué memoriza el cerebro cuando duerme?
Durante el sueño, el cerebro no descansa. Está más activo de lo que imaginamos. Sobre todo, trabaja en la consolidación de la memoria, es decir, en transformar recuerdos recientes e inestables en conocimientos duraderos. Y no lo hace de forma indiscriminada, sino diferenciando tipos de memoria.
Por un lado, la memoria declarativa, que es la que almacena datos y hechos que podemos contar. Por ejemplo, saber que la Tierra gira alrededor del Sol. Este tipo de memoria es explícita y la usamos cuando explicamos algo que hemos aprendido.
Por otro lado, la memoria procedimental, que se refiere a las habilidades que adquirimos con la práctica, como montar en bicicleta o tocar un instrumento. Esta memoria es implícita y no necesitas pensar en cada paso mientras lo haces, simplemente “sabes hacerlo”.

No solo para memorizar: también para regular emociones
El beneficio de la siesta va más allá del aprendizaje. Se ha demostrado que los niños que duermen durante el día regulan mejor sus emociones, muestran menos impulsividad y mejoran su capacidad de atención. Un cerebro descansando no solo aprende mejor: también se comporta mejor. Un niño que no duerme lo suficiente, o que pierde su siesta habitual, puede parecer más irritable, desorganizado o incluso “hiperactivo”. En realidad, está sobrecargado: su siesta nervioso necesita un respiro.
Y si no quiere dormir, puede ser normal. Algunos niños a partir de cierta edad pueden empezar a resistirse a la siesta. Obligar a dormir no siempre es la mejor estrategia, pero sí podemos ofrecerles alternativas que ayuden al cerebro y al cuerpo a recuperarse. Por ejemplo, creando un momento de tranquilidad sin pantallas, ni actividades exigentes. Aunque el niño no llegue a dormirse, un pequeño paréntesis con una luz tenue y ambiente calmado puede ser tan beneficioso como la siesta en sí misma.
