Los niños nacen con el “chip” creativo ya instalado y ven posibilidades donde los adultos solo ven rutina. Donde nosotros vemos una caja, ellos ven un castillo, una nave espacial o una cama para gatos. Su forma de pensar es abierta, flexible, pero hay un problema: esa forma de razonar, que los expertos llaman pensamiento divergente, no siempre encaja en un sistema educativo diseñado para premiar respuestas correctas, ejercicios bien hechos y exámenes con nota. En el caso de los adultos, muchos sienten que no son nada creativos. Algo parecido pasa en las aulas. El miedo al error, la presión por los resultados o la rigidez de los contenidos hacen que muchos niños aprendan que es mejor no salirse del guion. Precisamente un proyecto llevado a cabo por profesionales y estudiantes universitarios de Valladolid se erige como un ejemplo de cómo la investigación académica puede impactar directamente en el aula, redefiniendo metodologías y creando entornos donde la imaginación y la espontaneidad son protagonistas.
¿Qué es el pensamiento divergente?
Antes de entrar en materia, es importante entender qué es exactamente el pensamiento divergente. En términos simples, es la capacidad de generar muchas ideas distintas a partir de una situación o problema. Es esa forma de pensar que nos lleva a encontrar soluciones originales y ver las cosas desde diferentes ángulos. Mientras que el pensamiento convergente busca una única respuesta lógica y correcta (el típico ejercicio de hacer sumas o responder a preguntas cerradas), el divergente alimenta la imaginación y la creatividad.
Sin embargo, en la educación tradicional a menudo se privilegia el pensamiento convergente y los resultados correctos. Asimismo, promover y potenciar el pensamiento divergente desde pequeños no solo enriquece su aprendizaje, sino que también les brinda recursos valiosos para afrontar los problemas de manera innovadora en su día a día. El psicólogo Joy Paul Guilford fue quien, en los años 60, puso nombre a dos formas muy distintas de razonar: el pensamiento convergente y el divergente. En el caso del primero, como ya mencionamos arriba, es lógico y muy útil para resolver ecuaciones o encontrar un error ortográfico en una frase. En el caso del divergente, no busca una respuesta, sino muchas. En definitiva, no se trata de ser caótico, sino de ver lo que otros no ven. Ese es el tipo de pensamiento que genera innovación, soluciones originales y nuevas preguntas.
Realmente, el pensamiento divergente no compite con el pensamiento lógico. Al revés: lo complementa. Aunque se pueda presentar como opuestos, en realidad son dos caras de la misma moneda. Lo cierto es que los problemas verdaderamente complejos no tienen una única respuesta correcta. Requieren explorar múltiples enfoques, concretar ideas alejadas entre sí, atreverse a cuestionar lo que se da por hecho y también analizar. Por eso, el pensamiento divergente es un buen compañero de viaje desde la edad temprana.
Y aquí está el matiz más importante: todos los niños lo tienen. Lo que ocurre es que si no lo usamos, se atrofia.

Retos creativos para entrenar el pensamiento divergente
El primer paso para mantener viva esa capacidad natural es no apagarla. El segundo, ofrecer desafíos que la alimenten. Hay cinco técnicas para padres e hijos puedan desarrollar su creatividad, pero a continuación te presentamos algunas propuestas más que puedes poner en marcha tanto en casa como en el aula para ejercitar la creatividad de forma divertida y eficaz.
El laboratorio de ideas
Proponer a los niños diseñar un objeto que no tenga ninguna utilidad es uno de esos retos que parecen absurdos, pero que esconden un objetivo profundo: liberar la mente de la obligación de servir para algo. Una vez que nos salimos de la lógica funcional, activamos otros recursos mentales. Por ejemplo, un lápiz infinito sin punta, un zapato de dedo único, una lámpara sin bombilla… Al crear un objeto “inútil” un niño está explorando el diseño, la forma, el absurdo y la crítica. Puede terminar inventando algo inesperadamente brillante. Se pueden utilizar materiales básicos como el cartón, papel, cinta adhesiva, botones, latas vacías… Aquí es mejor que el caos haga su parte.

Pequeños emprendedores creativos
Elige un tema que les entusiasme, que lo desarrollen con los recursos que tienen y hagan una pequeña presentación. ¡Incluso que la presupuesten! Puede ser un cómic, una app, un juego o una historia que contar en redes. ¿A quién se lo venderían? ¿Cuánto costaría?

El taller camaleón: el taller que se adapta al niño
Este taller consiste en acompañar los intereses reales del niño y darles forma. Así, la motivación viene de dentro, no de la obligación. No se impone un tema. Si a un niño le gusta los animales, puede diseñar un parque zoológico del futuro. Si otro sueña con el espacio que escriba el diario de un astronauta perdido en Saturno.
La caja de las ideas
Para que la creatividad sea completa, los niños también deben proponer. Una caja física puede recoger sus propias ideas de desafíos. Cada semana se extrae una y se convierte en la actividad central. Con esto, se les recuerda que sus idea no solo son válidas, sino valiosas. Que el aprendizaje no siempre viene “de arriba” y que cuando se les da voz, los niños pueden imaginar cosas que a los adultos ni se nos ocurren.
Un objeto, mil usos
Típico ejercicio de pensamiento divergente que nunca falla. Consiste en elegir un objeto cotidiano, por ejemplo, una cuchara, un clip o una toalla. ¡Y a ver cuántos usos alternativos se les ocurren! Cuanto más absurdo, mejor.
Estimular el pensamiento divergente no es solo cuestión de creatividad: es una preparación para nuestro día a día. Porque los adultos que mejor se adaptan a su día a día son los que, una vez, de niños, se atrevieron a pensar diferente.