¿El nombre que elijas para tu bebé hará que tenga una apariencia física concreta? Pues, según varias investigaciones, sí: nos parecemos a como nos llamamos. Hay diversos estudios realizados en este campo que han demostrado que existe una tendencia a asociar algunas palabras con ciertas formas.
Por ejemplo, lo que se conoce como “el efecto Bouba/Kiki” hace referencia a cómo, de forma innata, se asocia el lenguaje a la realidad. De esta forma, si a un niño pequeño se le muestran dos formas diferentes (una puntiaguda y otra curvilínea) y después, se le pregunta qué nombre tiene cada una, ofreciéndole sólo dos opciones de respuesta (Bouba o Kiki) responderá en el 90% de los casos que la puntiaguda es Kiki y la redondeada, Bouba.

Hay otras investigaciones, en línea con la anteriormente mencionada, que indican que el nombre que elijas para tu bebé influirá en cómo le van a percibir los demás. Pero, partiendo de estas premisas, un reciente estudio ha querido ir más allá e indagar el por qué de esa relación entre nombres y apariencia física y si la causa tiene raíces innatas o viene determinada por factores externos, como puede ser la influencia de la sociedad.
El estudio “Can names shape facial appearance?” (¿Pueden los nombres modelas el aspecto facial?) publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) ha determinado que tanto los adultos como los niños pueden relacionar con precisión los rostros de los adultos con sus nombres por encima de los niveles aleatorios.
La investigación, realizada por la profesora Ruth Mayo y Noa Grobgeld del Departamento de Psicología de la Universidad Hebrea de Jerusalén, junto con el Dr. Yonat Zwebner, el Dr. Moses Miller y el profesor Jacob Goldenberg de la Escuela de Negocios Arison de la Universidad Reichman, tenía por objetivo determinar si la relación entre el rostro y el nombre está presente desde el nacimiento o se desarrolla con el tiempo.
Para lograr este propósito, el equipo de investigadores realizaron diferentes estudios algunos con personas y otros con métodos de inteligencia artificial para comprobar si es posible adivinar el nombre de alguien sólo a través de su rostro.
Para la investigación se elaboraron cuestionarios que incluían imágenes tanto de adultos como de niños. De esta forma, si el resultado indicase que los niños también se parecían a sus respectivos nombres, sería muy difícil que se tratara de un fenómeno social y pasaría a considerarse un factor natural en las similitudes. En cambio, si los adultos fueran relacionados con su nombre, pero no los niños, implicaría que un factor externo, con el paso del tiempo, influiría en nuestro aspecto físico.
En los diferentes estudios realizados (cinco en total), los resultados fueron muy parecidos. Los hallazgos de esta investigación indican que tanto las personas como la inteligencia artificial pudieron relacionar con precisión las caras de los adultos con sus nombres por encima de los niveles de probabilidad: un 30,4% en el caso de las personas, un 60,05% en el caso de la máquina. Eso sí, esto se cumple en el caso de los adultos, pero no en el de los niños, lo que implica que la carga social de nuestros nombres acaba condicionando una parte de nuestra cara.
"Estos resultados sugieren que la relación entre la apariencia facial y los nombres no es innata sino que se desarrolla a medida que los individuos maduran", afirma la profesora Ruth Mayo, una de las investigadoras que han realizado este estudio. "Parece que las personas pueden alterar su apariencia con el tiempo para ajustarse a las expectativas culturales asociadas con su nombre”, apunta la misma experta.

Esta “profecía autocumplida” resalta el profundo impacto que tienen los factores sociales. El estudio sugiere que, incluso etiquetas sociales aparentemente arbitrarias, como los nombres, pueden moldear nuestra apariencia de maneras sutiles pero mensurables. La investigación plantea preguntas fascinantes sobre la formación de la identidad y los efectos a largo plazo de las expectativas sociales en el desarrollo individual.
Mayo enfatiza que son necesarias más investigaciones para comprender completamente los mecanismos detrás de este efecto de coincidencia de nombres de caras y sus implicaciones más amplias. Sin embargo, este estudio representa un importante paso adelante en la comprensión de cómo los factores sociales moldean e influyen en quién nos convertimos.