“No lo cojas tanto en brazos que se va a malacostumbrar”. Seguro que en más de una y de dos ocasiones has escuchado esta expresión (incluso, puede que la hayas dicho tú). Pero, lo cierto es que los bebés no se acostumbran a estar en brazos: es que los necesitan, igual que necesitan dormir correctamente y comer y nosotros les proporcionamos todo eso como parte de nuestra involucración con su bienestar en todos los sentidos.

Y es que, a lo largo de la historia han sido (y siguen siendo) muchas las frases hechas y las teorías infundadas en torno a la crianza de los niños. Sobre todo, en torno a los bebés. Pero, sin duda, esta es una de las más extendidas. Y, sin embargo, ¿sabías que la ciencia aprueba la necesidad de afecto y cariño que aportan los brazos de los padres a los bebés de cualquier edad?
De hecho, basta ver a otros mamíferos o a los niños que nacen en alguna tribu para darse cuenta de que nadie concibe estar sin su cría encima. Posiblemente, esta ‘demonización’ de los brazos cuando se trata de calmar al bebé tenga algo que ver con la llegada de los carritos, las cunas, las hamacas y otros artículos del estilo. Pero lo cierto es que no pasará nada si quieres llevar encima a tu hijo durante todo el día e, incluso, estarás mejorando su desarrollo.
¿Por qué los niños necesitan estar en brazos de sus padres?
En los años 60, el psicólogo Harry Harlow llevó a cabo un experimento con monos en el marco de la conocida Teoría del Apego y después de observar los resultados obtenidos de otros estudios anteriores que demostraron por qué el contacto físico con la madre es tan importante en el desarrollo de los pequeños.
El experimento en concreto, que está relacionado con la privación materna, consistió en separar a algunas crías de mono de sus madres para observar cómo expresaban esa necesidad de afecto. Para observarlo, introdujo un elemento más a escena: daría a elegir a esas crías separadas de sus progenitoras entre un objeto parecido al contacto físico relacionado con el afecto (un peluche), o comida (una estructura de hierro parecida a su madre con un biberón).
El resultado hizo confirmar las hipótesis de este experto: las crías preferían ese afecto antes que la comida.
Este experimento, entre otros, le llevó a demostrar la importancia del apego en bebés y a que los efectos de su ausencia se notan, incluso, durante la vida adulta del menor.
Algo parecido descubrió también otro estudio de 2017: científicos canadienses estudiaron el ADN de niños que habían recibido mucho y poco contacto, respectivamente, después de su nacimiento. Llegaron a la conclusión de que aquellos con ‘bajo contacto’ de sus padres, tenían peor sistema inmune y metabólico que los que sí lo habían recibido.
Más allá de lo que diga la ciencia, casi toda la comunidad experta en crianza y desarrollo coincide al afirmar en la necesidad de atender las necesidades del menor: si llora, hay que cogerlo para que se calme, igual que lo cogemos si tiene hambre. Además, el instinto materno hará que la madre quiera tenerlo siempre encima de ella (o tenerlo el mayor tiempo posible).
De hecho, vamos con un ejemplo claro de que estar en brazos les hace sentir seguros: ¿por qué se duermen cuando lo tenemos cogidos y, cuando lo echamos a la cuna empieza a llorar? Porque en nuestro regazo se sienten más seguros y tranquilos.
Eso sí, Estela María Fernández Pérez, directora del Equipo Idai, explicaba hace unos años a Ser Padres que el dilema de no cogerlo siempre en brazos puede llegar cuando el niño ha crecido un poco: “Hay un punto en el que el llanto no se da por necesidad de calmar, si no como moneda de cambio de atención y en ese momento debemos plantearnos que cuando abrazamos forzamos a esa conducta”.
Piel con piel con el bebé, enormes beneficios
Más allá de eso, y como parte de esa cogida en brazos del recién nacido, es necesario hablar de los beneficios del piel con piel, el cual, según varias investigaciones, calman al niño e, incluso, disminuye el dolor físico.
Además, retrasa la liberación de cortisol y favorece la producción de oxitocina. Esta es, de hecho, la razón por la que cuando la mamá acurruca al bebé en su pecho, deja de llorar.