Los bebés, aunque a veces hagan ruidos, incluso se despierten a menudo o arranquen de repente a llorar en medio de la noche, no tienen pesadillas. Estas son una forma que tiene el niño (también el adulto) para expresar la angustia que siente en relación a algún recuerdo reciente que guarde en su memoria, generalmente de ese mismo día, ya sea una experiencia real o ficcionada si ha visto la televisión, por ejemplo.
Para que las pesadillas se den, algo que ocurre en la fase REM del sueño -no así los terrores nocturnos, que se producen en la fase más ligera del sueño, en lo que es una de sus diferencias más importantes-, la más profunda, las fases del sueño deben estar bien marcadas, y esto no ocurre en los bebés, donde la inmadurez de los mecanismos cerebrales que controlan el sueño y sus fases hace que a veces estas se corten bruscamente o se solapen. Además, los recuerdos de los bebés no aparecen como sí ocurre en niños más mayores, sobre todo a partir de los dos años, cuando ya sí son capaces de imaginar y, por lo tanto, soñar.
Eso sí, entre los dos y cuatro años no son capaces de diferenciar ficción de realidad, por lo que es habitual que si tienen una pesadilla, se despierten muy asustados y nerviosos y con el recuerdo muy presente, muy real, en su mente.
Por lo tanto, aunque pueda parecerlo cuando se mueven agitadamente, el bebé no tiene pesadillas; al menos no tiene eso que nosotros los adultos entendemos por pesadillas según la ciencia y los expertos en sueño infantil. Aparecerán a lo largo del crecimiento del pequeño en mayor o menor medida porque son habituales e incluso normales dentro del proceso de madurez que alcanza el sueño, y no son preocupantes salvo casos excepcionales en los que son demasiado recurrentes, muy prolongadas en el tiempo, o ambas. En este caso, lo más recomendable es consultar al pediatra de confianza para que analice la situación y actúe en consecuencia si lo considera necesario.
Cómo actuar
En cualquier caso, si el niño sufre una pesadilla, lo más importante es acompañarle y tranquilizarle. Piensa que otra de las grandes diferencias con los terrores nocturnos es que se despierta y es consciente de que algo malo ha pasado -en los terrores está ausente, no responde y no es recomendable tampoco despertarle bruscamente del letargo-, pero no es capaz de diferenciar que era fruto de su mente. Por eso hay que explicarle bien lo que ha pasado, las veces que haga falta, mientras le dais cariño. No infravaloréis lo sucedido, simplemente legitimizarlo y normalizarlo. Hablarle por ejemplo de que los adultos también tenéis pesadillas, y que es completamente normal que tenga sus miedos.
Ofrecerle agua para cambiar un poco de tercio cuando ya esté calmándose y no dejéis de acompañarle hasta que esté en disposición de volver a dormirse. Puede que esté tan agitado que no quiera dormir solo; en ese caso, podéis recurrir de nuevo a la narrativa para tranquilizarle más si cabe o estar con él hasta que se duerma. Esto es ya una decisión personal de cada familia. Lo importante es que el niño se sienta arropado, entienda que ha tenido una pesadilla y vuelva a conectar el botón del sueño en su mente.
Y como decíamos anteriormente, si las pesadillas duran demasiado, si son recurrentes, si le provocan bloqueo o miedos por el día en sus actividades rutinarias, o si llevan asociados otros síntomas peligrosos como las convulsiones o la rigidez, acude inmediatamente al pediatra y explícale bien lo que pasa.