“Estás sordo o ¿qué te pasa?”. Esta frase, con distintos matices según las circunstancias, se nos ha escapado alguna vez por la boca a la inmensa mayoría de padres y madres cuando la paciencia se agota con un niño que “pasa olímpicamente” de nosotros. Está mal, muy mal, tanto el tono como el mensaje, pero nadie es perfecto, y menos ante una situación como la escucha selectiva, que es capaz de hacer perder los papeles a casi cualquier persona adulta.

En realidad, no existe el concepto de sordera o escucha selectiva. Es decir, no es un término que trabajen los profesionales de la medicina ni de la psicología de manera científica, sino que es una forma de describir un hábito relativamente habitual en los niños y adolescentes: la capacidad para hacer oídos sordos cuando no les interesa.
Dependiendo de la edad, esta llega motivada por una cuestión o por otra. En la adolescencia, generalmente es algo totalmente consciente la escucha selectiva. Pero esto no es así en los niños más pequeños, cuya capacidad de concentración y escucha no es la misma que la de una persona adulta o adolescente. Los niños pequeños, en comparación con los adolescentes, están en etapas tempranas de desarrollo cognitivo y socioemocional. A menudo, la capacidad en niños de edades tempranas para comprender y procesar la información es limitada, lo que puede dificultar su atención y respuesta a las instrucciones de los padres.
Así pues, pueden distraerse fácilmente o estar más enfocados en sus propias necesidades y deseos inmediatos. Por otro lado, los adolescentes están en una fase de desarrollo en la que están descubriendo su identidad y buscando independencia. Esto puede manifestarse en una mayor resistencia a la autoridad y una preferencia por tomar decisiones por sí mismos. Es por ello que, aunque los adolescentes son capaces de comprender y procesar información más compleja, pueden elegir ignorar a sus padres cuando sienten que su autonomía se ve amenazada.
Por otra parte, conviene también observar cuando son pequeños si este hecho estuviera relacionado con algún problema de salud física no detectado hasta la fecha, como puede ser el caso de una pérdida auditiva reciente. También existen problemas de salud mental que pueden influir en la escucha selectiva en los niños.
Por ejemplo, muchos de los niños con trastorno del espectro autista (TEA) tienen dificultades en la comunicación y la interacción social, lo que puede afectar su capacidad para escuchar y responder a las instrucciones. Del mismo modo, los niños con trastorno de atención e hiperactividad (TDAH) que tienen dificultades para mantener la atención y seguir instrucciones verbales, pueden desarrollar también una escucha selectiva.
Una vez descartado el factor salud, solo quedan dos opciones: lo hace adrede porque no le interesa lo que están diciendo o no es capaz de percatarse de que le están hablando. Lo primero puede ocurrir a veces, sobre todo cuando el tono es excesivamente autoritario. “Si continuamente se hacen los sordos cuando se les pide algo, no es porque el tímpano no esté desarrollado. Tiene más que ver con una tendencia a desconectar cuando el volumen de la voz paterna o materna llega a su punto crítico. Reaccionan cuando intuyen que la cosa comienza a ponerse sería y normalmente viene acompañada de la amenaza de una consecuencia negativa”, explica Iván Castro, educador social y padre.
Lo segundo, en cambio, ocurre casi siempre cuando el niño está muy concentrado, muy metido, en otra tarea. Jugando “en su mundo”, viendo la televisión, leyendo… Prestad atención y comprobaréis que la escucha selectiva aparece a menudo cuando interrumpís una actividad de este estilo.
Para limitar que ocurra la sordera selectiva, ya sea por un motivo o por otro, estos son algunos consejos eficaces:
- Pensar antes de hablar: los padres/madres no tienen que decir todo lo que piensan y sí pensar todo lo que dicen. Con esto nos referimos a la importancia de reflexionar primero en cómo transmitimos un mensaje a nuestros hijos. Debemos tener un mensaje claro, conciso y fácil de entender.
- El tono de voz: es importante hablar con voz sosegada pero firme. De lo contrario, si es más alto de lo habitual, aprenderá a desconectar hasta que el volumen sea el máximo, así que es aconsejable moderar el tono.

- El contacto visual: este detalle es esencial cuando están muy concentrados en una actividad los niños porque les hará conectar. Para ello, es fundamental que nos acerquemos a ellos, nos pongamos a su altura y fijemos miradas.
- Establecer contacto físico: si están tan concentrados que no hay forma de recuperar su atención, el contacto físico puede ayudar a ello. Podemos cogerle de la mano, tocar el hombro o acariciarle.

- Frases sencillas y directas: debemos recordar que los niños/as tienen cortos periodos de atención, por ello es mejor utilizar frases sencillas a la hora de comunicarnos con ellos. Además, debemos evitar la ironía y las preguntas retóricas: las afirmaciones definitivas transmiten y clarifican la información sobre nuestras intenciones.
- Utilizar el lenguaje emocional: los padres/madres deben expresar al hijo/a los sentimientos que les producen sus acciones o conductas, en vez de criticarle globalmente.