Un dobladillo descosido (del que la tutora da buena cuenta en la agenda escolar), la ausencia en una representación de fin de curso o escuchar, mientras se están introduciendo en la freidora unas croquetas congeladas, los halagos que un hijo hace de las lentejas cien por cien caseras que le ha preparado la mamá de su amiguito son algunos de esos hechos puntuales que pueden desencadenar un sentimiento de desasosiego y culpabilidad que lleva a algunas mujeres a la conclusión de que han suspendido en su papel de madres. Aunque la mayoría se considera en algún momento una “madre imperfecta”, hay algunas mujeres que se ajustan más al perfil de las que tienden a sentirse así.
Tal y como explica la psicóloga Silvia Álava, “las mujeres muy autoexigentes se perciben a sí mismas más fácilmente como 'mamás imperfectas' simplemente porque tienen puesto el listón más alto, no porque no estén ejerciendo bien su papel de madres. Y lo mismo ocurre con las que tienen poca autoconfianza, cuya falta de seguridad en sí mismas afecta a su rol de madre, ya que tienden a pensar que no lo están haciendo bien y siempre se recriminan no haber actuado de forma distinta, lo que les hace sentirse mal y culpables, en lugar de aprender de los errores y corregirlos”.
Es cierto que los niños no vienen con un manual bajo el brazo y que no siempre se sabe cómo actuar, pero hay que ejercer el rol de madre de una forma relajada, sin añadir más presión de la necesaria y, sobre todo, darse permiso para cometer errores. “En la educación y cuidado de los hijos hay que actuar con sentido común; es muy posible que lo que a otras madres les ha funcionado, a ti no te valga. Hay que recordar que todos los seres humanos somos imperfectos, y eso incluye a las madres; así que la madre perfecta no existe porque no existen las personas perfectas”, afirma la psicóloga Silvia Álava, que comparte las claves de una psicóloga educativa para conseguir que los hijos alcancen la felicidad.

Los estereotipos y prejuicios también juegan malas pasadas en la maternidad
Según los expertos el principal detonante del complejo de sentirse una madre “a medias” son los estereotipos e ideas preconcebidas sobre lo que significa la maternidad.
Este es uno de los temas que aborda la periodista Yolanda G. Villaluenga en su libro ‘La madre imperfecta’. “El ideal que nos han transmitido dibuja una maternidad sin horario para atender la necesidad de los hijos. Pero cada mujer debe cuestionarse qué quiere y tratar de adaptar la realidad a sus necesidades individuales, disponiendo de un tiempo propio para sus deseos y emociones”, dice.
Esa sensación de no cumplir los roles establecidos supone para muchas mujeres un golpe muy bajo a su autoestima en lo que a maternidad se refiere. Y lo mismo ocurre con los consejos (que en ocasiones se convierten en verdades absolutas en virtud de no se sabe qué fundamento) con los que familiares u otras personas del entorno bombardean a las nuevas mamás.

Compararse con las demás madres es otra trampa
Compararse con las demás madres es otra trampa. Es lo que le ocurre a Marina, madre de dos niños de cinco y tres años. “Ni a Juan ni a Jaime les gusta la fruta. Por eso, cuando toca merienda en el parque me siento como si me pusiese ante un pelotón de fusilamiento. Mientras todos los niños degustan con ‘aparente placer’ sus trocitos de fruta cortados por unas hacendosas madres que repiten en voz alta aquello de que se deben tomar cinco raciones de frutas y verduras al día, los míos se deleitan con trozos de chocolate y algo de bollería. Me siento fatal, pero es la única forma de que coman algo a media tarde”.
La psicóloga Silvia Álava, que recomienda a niños y mayores este decálogo de hábitos para incrementar la felicidad que una psicóloga recomienda, señala que “por darles fruta dos veces por semana en vez de todos los días, por ejemplo, no se es mejor o peor mamá”.

Ser madre es una carrera de fondo en la que hay picos y valles, pero siempre hay que seguir hacia delante. Tal y como explica Yolanda G. Villaluenga en su libro, se trata de encuadrar la maternidad en una forma de vida más integradora en la que haya espacio para cada mujer, “porque lo mejor que podemos transmitir a nuestros hijos es la alegría de vivir”.
Y para ello hay que dejar a un lado la idea de “madre perfecta”.