A muchos padres les ha pasado: su hijo pequeño está viendo una película, aparentemente tranquila, cuando de repente una escena dramática —alguien llorando, un personaje asustado— le produce un miedo inesperado. Se tapa los ojos, se aprieta contra su madre o incluso rompe a llorar. No ha vivido el peligro en carne propia, pero lo siente como si le ocurriera a él. Esta reacción, tan común como desconcertante, ha sido estudiada durante años, pero solo recientemente ha comenzado a comprenderse a nivel neurobiológico.
Un nuevo estudio publicado en Nature Communications ha identificado un circuito cerebral específico que diferencia el miedo directo —el que se experimenta en primera persona— del miedo vicario, aquel que sentimos al observar que otro sufre. El hallazgo no solo es relevante para entender cómo los niños y adultos procesan emociones ajenas, sino que también abre nuevas vías para abordar trastornos de la empatía y del comportamiento social. El trabajo, liderado por investigadores del Institute for Basic Science en Corea del Sur, se basa en experimentos con ratones, pero sus implicaciones apuntan directamente a la comprensión de nuestra vida emocional y social.
Sentir el miedo de otro: más que empatía emocional
El fenómeno del miedo vicario no es nuevo. Sabemos que tanto los humanos como otros animales pueden aprender del sufrimiento ajeno. Lo novedoso del estudio es haber demostrado que este tipo de miedo tiene una base neuronal distinta al miedo directo. Según los autores, el circuito implicado en el miedo vicario está lateralizado en el hemisferio derecho del cerebro, específicamente en la conexión entre el locus coeruleus (LC) y la corteza cingulada anterior (ACC).
La ACC ya había sido identificada en estudios anteriores como una región clave en la empatía y la percepción del dolor ajeno. Sin embargo, ahora se ha demostrado que solo el hemisferio derecho de esta estructura participa activamente cuando el miedo es observado en otro. Como explican los investigadores: "el sistema lateralizado LC-NA que proyecta hacia la ACC está implicado en el miedo vicario".
Esto implica que el cerebro no solo reconoce el miedo ajeno, sino que lo procesa por una ruta completamente diferente. Este tipo de especialización añade una nueva dimensión a cómo entendemos la empatía: no es solo una respuesta emocional, sino una función cerebral estructurada y diferenciada.

Un experimento con ratones que observa el miedo social en acción
Para investigar cómo se procesa este miedo vicario, el equipo utilizó una combinación de técnicas de última generación como la optogenética y la fotometría de calcio. En un experimento clave, colocaron a un ratón observador frente a otro que recibía leves descargas eléctricas. El ratón que observaba mostraba señales claras de miedo, como congelarse en su lugar (comportamiento de "freezing").
Cuando los investigadores inhibieron específicamente la conexión LC→ACC en el hemisferio derecho del ratón observador, el comportamiento de miedo desapareció. Según el estudio: "la inhibición optogenética del circuito rLC→rACC resultó en una disminución del comportamiento de congelamiento durante los ensayos de miedo vicario".
Curiosamente, esta inhibición no tuvo efecto si se realizaba en el hemisferio izquierdo, lo que refuerza la idea de que el miedo social está lateralizado. Además, al administrar un bloqueador de los receptores beta-adrenérgicos (propranolol) en el ACC derecho, se obtuvo el mismo resultado: el ratón ya no reaccionaba ante el sufrimiento del otro.
Esta precisión experimental permite afirmar que el miedo vicario no es una simple extensión del miedo directo, sino un proceso específicamente regulado por un circuito cerebral concreto y asimétrico.

Una diferencia clave entre el miedo propio y el aprendido por observación
El estudio también exploró si este mismo circuito intervenía en el miedo directo, es decir, cuando el animal es quien recibe el estímulo negativo. En este caso, no se detectó activación relevante del circuito derecho LC→ACC. Ni la inhibición optogenética ni el uso de fármacos modificaron el comportamiento de congelamiento ante el miedo directo, lo que confirma que el procesamiento del miedo propio utiliza otras vías neuronales.
Además, los investigadores realizaron pruebas con un estímulo visual amenazante (una sombra en movimiento, simulando un depredador). De nuevo, la inhibición del circuito derecho LC→ACC no afectó al comportamiento del animal. Por tanto, este circuito se activa exclusivamente en contextos sociales, cuando el miedo no se experimenta en primera persona, sino al observar a otro sufrir.
El descubrimiento de esta especialización funcional refuerza la hipótesis de que la empatía no solo tiene componentes emocionales y cognitivos, sino también circuitos específicos y diferenciados a nivel cerebral, capaces de modular nuestras respuestas sociales.

Los orígenes del miedo vicario: conexiones con otras regiones del cerebro
Otro hallazgo relevante del estudio es el trazado de las conexiones que alimentan este circuito. Los investigadores utilizaron un método llamado cTRIO para identificar las regiones cerebrales que envían señales al LC cuando se activa por miedo vicario. Encontraron que las dos principales fuentes son la amígdala central (CeA) y el núcleo de la estría terminal (BNST).
Ambas regiones están implicadas en la regulación emocional y el procesamiento del miedo. Sin embargo, solo el camino BNST→LC→ACC parece ser exclusivo del miedo vicario. De hecho, al inhibir esta vía específica, los investigadores lograron suprimir el comportamiento de congelamiento en el observador sin afectar otras respuestas de miedo.
En cambio, la vía CeA→LC participa tanto en el miedo directo como en el vicario, lo que sugiere que actúa como un nodo más general del sistema de alerta. Esto permite concluir que el cerebro no solo diferencia entre tipos de miedo, sino que también distribuye esa información a través de rutas específicas según el contexto.
Este nivel de precisión en la arquitectura cerebral es fundamental para entender cómo el sistema nervioso gestiona las emociones complejas en un entorno social.
Aplicaciones clínicas y sociales del hallazgo
Aunque el estudio se realizó en ratones, sus implicaciones abarcan un amplio espectro de cuestiones humanas. Condiciones como el autismo, la ansiedad social o la psicopatía se caracterizan por alteraciones en la empatía y en la respuesta al sufrimiento ajeno. Conocer los mecanismos concretos que regulan este tipo de emociones podría allanar el camino para tratamientos más eficaces.
Este hallazgo también ayuda a explicar por qué algunas personas —o niños— parecen insensibles al sufrimiento de los demás, mientras que otras reaccionan con angustia ante una simple escena de tristeza en una película. El desarrollo o la disfunción de este circuito podría estar detrás de diferencias individuales en la empatía emocional.
A medida que se comprenda mejor cómo este sistema opera en humanos, podrían desarrollarse intervenciones farmacológicas o conductuales para modular su funcionamiento en pacientes con dificultades en la regulación emocional social.
Lejos de ser una curiosidad académica, este avance nos recuerda que las emociones no son solo subjetivas, sino que están estructuradas en la arquitectura de nuestro cerebro. Y que entenderlas mejor puede ayudarnos a convivir de forma más empática.

Referencias
- Shin, H.-S. et al. The lateralized LC-NAergic system distinguishes vicarious versus direct fear in mice. Nature Communications. 10 March 2025. https://doi.org/10.1038/s41467-025-57701-0.