Criar con respeto no es sinónimo de una crianza caprichosa. Como tampoco es lo mismo criar sin violencia y sin castigos, que convertir a tus hijos en niños que creen que cualquiera de sus antojos debe ser cumplido por sus padres. Y es que lo que no debe confundirse nunca es el respeto con el capricho.
Los principales responsables de que esto no ocurra son los padres. Ya que lo que deben saber transmitir es que el respeto no es algo que fluya hacia una sola dirección. De hecho, ese sentimiento de consideración debe basarse en entender las necesidades que pueda tener la otra persona, pero sabiendo marcar la diferencia entre las necesidades básicas con las que son meramente caprichos puntuales.
Por parte de los padres, se trata, más bien, de comprender qué es lo necesitan los niños y analizar si está dentro de las posibilidades. Y en el caso de que sea así, de respetar tal necesidad y ofrecerles la libertad para satisfacerla.
Por ello es importante que los adultos deban encauzar a los más pequeños y educarlos en valores, no acabar cediendo a todos sus deseos e interponerlos por encima de todo. Si no, lo más probable que acabe sucediendo es que una vez pasada la “edad típica de las rabietas”, los niños no aprendan a canalizar sus sentimientos y continúen montando un drama por auténticas insignificancias.
Y siguiendo este modo, pueden acabar convirtiéndose en menores impertinentes, que no se comportan educadamente y que no son capaces de respetar a los demás, puesto que no devuelven el mismo respeto que les brindan. Aquí es donde vemos la principal diferencia entre una crianza basada en caprichos que una que se basa en el ejemplo y la educación. Y es que, los pilares de la crianza con apego son la cercanía y la atención continua.
¿Es mi bebé caprichoso? ¿Qué debo hacer ante esto?

Cuando el niño es pequeño, es comprensible que no alcance a entender dónde están las fronteras de lo que está bien o mal en cada momento. Para los bebés sus necesidades son magnificentes, no existen las explicaciones. Comer a demanda, dormir acompañado, querer ser llevado en brazos, tener un compañero de juegos a tiempo completo... Para ellos son sus principales deseos. No obstante, a medida que el bebé poco a poco va creciendo y es capaz de entender a los demás, la función de los padres es esencial.
Hay que aprender a distinguir entre una necesidad verdadera frente a la expresión de querer tal necesidad. Es decir, a veces un niño pide elegir donde sentarse en la mesa, comer alimentos poco adecuados para su salud o simplemente un juguete en concreto, pero no significa que demande exactamente eso. En muchas ocasiones lo que busca con estos anhelos son límites, explicaciones o la propia seguridad de saber que es querido y comprendido.
Por tanto, no se trata de dejar a los niños al libre albedrío, sino que lo que realmente necesitan son unos padres comprensivos, que sean capaces de empatizar con ellos y que les enseñen que los demás (incluidos ellos mismos) son personas con derechos y necesidades.
En definitiva, darles a los más pequeños las pautas y limitaciones necesarias puesto que el objetivo principal es conseguir en ellos un increíble aprendizaje. Y sí, por supuesto que esto supondrá una gran implicación por parte de los padres ya que es mucho más cansado y exigente, pero desde luego que será la alternativa correcta para su mejor formación.