Todo lo que tu hijo aprende al patinar
El patinaje desarrolla la psicomotricidad, el sentido del equilibrio, la estabilidad y la musculatura de las piernas.
Se paran frente al escaparate de la tienda de deportes encandilados por unas botas de colores chillones y con ruedas en línea y, naturalmente, nos echamos a temblar, vaticinando catástrofes. Y no nos queda más remedio que comprar el último grito en zapatería rodante y rezar porque nuestro hijo no nos sea devuelto con más moratones de los que podemos contar sin desmayarnos.
Patinar, como andar en bici, constituye algo más que un deporte o un medio de transporte. Es un mundo de posibilidades que va desde las competiciones de velocidad, el hockey o las excursiones urbanas hasta la diversión en el viaje diario a la puerta del colegio o ganar rapidez y soltura cuando toca comprar el pan.
A todos los chavales les llama la atención; les parece excitante llegar volando a todos lados mientras el resto del mundo camina. Su curiosidad es infinita y les atrae la velocidad de desplazamiento, la facultad de desenvolverse en un medio que no es el habitual.
A partir de los cinco años
Es extraño que un niño quiera tener unos patines antes de estar preparado para empezar a usarlos. A partir de los cuatro años, puede probarlos si reúne las condiciones físicas para ello y cuenta con una estricta vigilancia paterna; pero la edad más adecuada empieza a partir de los cinco.
Se requiere arrojo, una buena elasticidad y, sobre todo, una sincronización de movimientos lo más perfecta posible. Y, por supuesto, unos buenos patines.
Un deporte completo
Sin ser una actividad especialmente diseñada para el público infantil, resulta muy favorable para su educación física. Ayuda a coordinar los movimientos corporales y desarrolla la psicomotricidad, el sentido del equilibrio, la estabilidad y la musculatura, especialmente en las articulaciones y las piernas.
Con sólo observar la manera de patinar de un niño (o sus intentos de aprendizaje) se pueden detectar algunos problemas relacionados con las piernas o los pies, o ciertas disfunciones psicomotrices.
Psicológica y emocionalmente, al dominar un medio diferente y más complicado, todos los niños salen ganando. Adquieren una seguridad y una agilidad que les serán muy útiles más adelante en otros deportes o incluso en situaciones que exijan cierta prestancia y coraje.
No es difícil aprender y siempre deja lugar a nuevos retos: mejorar una marca de velocidad, combinarlo con otros juegos (como el hockey), evitar obstáculos estratégicamente colocados para afinar la dirección y el control del patín, o saltar y hacer piruetas más complicadas.
Favorece las relaciones sociales
Aunque no tengan intención de convertirse en profesionales, es un deporte que no exige demasiada dedicación o esfuerzo. Para mantenerse en forma solo necesitan coger los patines para ir a clase en lugar de caminar. Y se suele practicar en compañía, compartiendo nuevas experiencias con otros colegas de su mismo nivel y participando de su pericia y sus logros.
Tal vez nos encontremos con que nuestro diablillo, al más puro estilo kamikaze, se lanza por empinadas cuestas o salta por las tablas que él y sus colegas (¿están locos?) han dispuesto en el patio para complicarse la tarde.
No perdamos los nervios. Es normal sentir cierta inquietud cuando llega cubierto de chichones o sangrando por las rodillas; pero, a no ser que sufra una lesión verdaderamente seria, debemos resignarnos y comprar litros de agua oxigenada y kilómetros de tiritas.
Todos los niños se caen también muchas veces antes de empezar a andar y a nadie se le ocurre impedir que lo intenten de nuevo hasta que les salga bien. El porcentaje de lesiones es muy bajo (las más graves, en el coxis), y las pocas que se producen suelen ser en las extremidades y no son especialmente peligrosas.
Por norma general, cuando emprenden retos que nos parecen arriesgados, es precisamente cuando ellos empiezan a dominar los patines y se sienten preparados para ir un poquito más lejos.
Patinar, en compañía de mamá y papá
Patinar no es peligroso, pero conviene que utilicen siempre un buen equipo: es la forma más segura de que puedan probar con todo sin mantenernos eternamente angustiados.
Algunos chavales tienden a ser muy irresponsables con los vehículos, con los transeúntes y hasta con la vecina, porque no se paran a calcular sus propias posibilidades con el nuevo juguete. Si el nuestro es de ésos, seguro que ya se ha encargado de demostrárnoslo en más de una ocasión; vigilemos que no se salte reglas de vital importancia.
Hasta que dominen la técnica, es mejor que les acompañemos para que tomen buena nota, sobre la marcha, de los pequeños detalles que les harán rodar con seguridad (ajustarse bien los patines, comprobar el freno...).
No es obligatorio el uso del casco, pero sí recomendable (aunque no les haga mucha gracia). Y bajo ningún concepto patinarán escuchando música en el móvil o cualquier otro artilugio que distraiga su atención. Queda muy fardón, pero puede costarles un disgusto.
Los espacios despejados y con desniveles pequeños son el lugar ideal para patinar. Plazas peatonales, parques y pistas de fútbol, baloncesto o tenis son los más populares entre los patinadores jóvenes, y también los más seguros.
Asesor: Diego Molina, profesor de patinaje infantil.