Lo decía El último de la fila en su preciosa canción “Cuando el mar te tenga” y es de esas frases que conviene tatuarse en la memoria para siempre: “si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo vayas a decir”.
Nuestras palabras, aunque no lo pensemos, aunque no sea nuestra intención, pueden llegar a tener un efecto devastador en nuestros hijos, en su autoestima y por tanto en su felicidad.
A veces les hacemos comentarios desafortunados, frases que hemos normalizado y que pueden ser muy dañinas, palabras que en nuestra boca, la de las personas en las que más confían, a las que más quieren; tienen un impacto que quizás no sepamos medir realmente.
Se puede decir lo mismo pero mejor
Lo normal es que los comentarios que les hacemos como madres y padres a nuestros hijos sean siempre bienintencionados, que les ayuden y les sean útiles, que les eduquen y les den seguridad y confianza en sí mismos. Eso es lo normal y esa es nuestra intención, obviamente.
Sin embargo, en ocasiones, en contextos distendidos, el efecto de nuestras palabras llega a ser mucho más negativo de lo que habíamos imaginado porque la mente de los niños es muy vulnerable y muy sensible ante las palabras de los adultos y sobre todo las palabras de esos adultos a los que respeta y admira, a los que quiere, nuestras palabras.
Si vamos a hacer un comentario sobre el físico del niño, no hace falta que evidenciemos algo que puede ser un mensaje negativo sobre su cuerpo que le puede llegar a verse de una forma negativa a sí mismo y que puede incluso empujarle a una preocupación excesiva sobre su aspecto físico con los peligros y problemas que esto puede provocar.
¿Es tan importante hacerle un comentario sobre su cuerpo o sobre una determinada característica física?¿Es tan importante que se centre o se preocupe por si su cuerpo es de una forma u otra durante la infancia?¿No sería mejor que le ayudáramos a sentirse cómodo y seguro de su propio cuerpo?
Las palabras hieren y curan
Si vamos a comentarle algo sobre sus capacidades sería bueno que huyeramos de hacerlo de una forma negativa, menospreciándole, socavando su autoestima y la seguridad en sí mismo porque podemos empujarle a que se esfuerce en exceso o a que abandone al primer intento.
Sería mucho más sensato por nuestra parte y positivo para su desarrollo que les acompañemos para que aprendan a descubrir y desarrollar sus habilidades y sus aficiones, a su ritmo, sin presiones y por supuesto, sin compararlos con nadie.
Lo importante es el valor del trabajo continuado, del esfuerzo para mejorar. Lo que no importan son los fallos sino lo que aprenda de cada uno de ellos.
Si queremos educarle en que aprenda a respetar, lo más lógico es que le respetemos también y no que le transmitamos que su opinión no cuenta.
Los niños que escuchan frases como “cuando seas mayor lo entenderás” o “mejor calla que de esto no sabes” o la peor de todas “calladito estás más guapo”, lo que escuchan es que su opinión no vale y pueden llegar a pensar que sus ideas o sus pensamientos no están a la altura de los demás, no son apropiadas ni acertadas.
Tener en cuenta su opinión, como tener en cuenta sus necesidades les hace sentirse valorados. Aprenderán a respetar a los demás al mismo tiempo que aprenden a respetarse a sí mismos al sentirse respetados.

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