Cinco principios de la neuroeducación que toda familia debe conocer y poner en práctica

Una experta explica cómo aprende el cerebro de los niños y adolescentes y qué pueden hacer los padres y las madres al respecto en cada etapa de crecimiento e, incluso, desde el embarazo.
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"Es importante que las familias y la sociedad en general, incluidos los organismos de toma de decisiones educativas, conozcan cómo podemos favorecer la educación de las nuevas generaciones a partir del conocimiento de cómo aprende el cerebro," afirma la  doctora en filosofía y Ciencias de la Educación, Anna Farés.

Farés es también directora de la cátedra de Neuroeducación y ha publicado el artículo "5 principios de la neuroeducación que la familia debería saber y poner en práctica" en la Revista Iberoamericana de Educación. 

A continuación, te contamos estos cinco principios resumidos para que puedas aplicarlos en tu día a día.

Principio 1. Somos seres únicos e irrepetibles

Nuestro cerebro, como el de nuestros hijos, cambia sin cesar. Sus conexiones van cambiando, influenciadas por las experiencias diarias, por todo aquello que aprendemos y por el simple contacto con el entorno, especialmente con el entorno social. 

Llevado al terreno de la paternidad, todo lo que los padres y las madres ofrecemos a nuestros hijos, desde la más sutil de las miradas hasta las cosquillas más alocadas, o desde el juego más divertido a la conversación más profunda, influye en cómo se construye y se reconstruye su cerebro, en cómo va a ser su mente.

Niño jugando - iStock

Principio 2. Influenciar no significa determinar

¿Cuándo empezamos a influir en el cerebro de nuestros hijos? Para sorpresa de muchos, la influencia de los progenitores sobre la construcción del cerebro de sus descendientes empieza antes de concebirlos, durante su propia adolescencia y juventud, cuando muy probablemente ni tan siquiera se han planteado si de mayores van a querer ser padres. 

El estilo de vida de los futuros madres y padres, especialmente durante la adolescencia y primera juventud, puede propiciar cambios en el epigenoma de sus células sexuales, los óvulos y los espermatozoides Y algunos de estos cambios pueden influir en aspectos concretos de la construcción del cerebro de sus futuros hijos e hijas, y por lo tanto pueden quedar reflejados en sus mentes.

El ambiente que rodea al niño influye en el desarrollo de su cerebro. Un vínculo seguro con sus progenitores es fundamental en la etapa de 0 a 3 años - Getty Images

Pero “influenciar”, no es “determinar”. Porque en la construcción cerebral, los genes son solo la punta del iceberg. Se ha visto, por ejemplo, que hay genes que condicionan, no determinan, el coeficiente de inteligencia, la sociabilidad, e incluso el grado de empatía o de creatividad de cada persona. 

El cerebro se forma partiendo de este material biológico ineludible, pero lo hace en constante interacción con el ambiente, e incluso a través de los azares con que la vida nos sorprende. Un ambiente entendido en sentido amplio, que incluye todos los aspectos familiares, sociales y educativos. 

Así, una persona que tiene buena predisposición genética hacia, pongamos por ejemplo, la creatividad musical, pero que la vea mutilada familiar, social o educativamente, terminará manifestando un grado mucho más bajo de esta característica que otra persona que, con menos predisposición genética, se vea agradablemente estimulada.

Principio 3. Antes de nacer, preparamos el cerebro

La primera actividad neural, las primeras señales fehacientes de que las neuronas se están comunicando entre ellas de forma regular, se produce durante la semana 25 de gestación (aproximadamente a los cinco meses y medio), y ya no se va a detener jamás. 

En todo este período, y hasta el nacimiento, el estilo de vida de la madre, e incluso la atención y las muestras de afecto que le dedique su pareja, contribuirán a la formación del cerebro de su hijo.

Principio 4. Después de nacer, más y más conexiones

Por eso cada día, cuando nos acostamos, nuestro cerebro es necesariamente diferente a cómo era por la mañana al despertarnos, porque no pasa ni un solo día sin que aprendamos algo nuevo o sin que hayamos vivido alguna experiencia que merezca la pena ser recordada, al menos durante algún tiempo. Y las niñas y los niños son unas auténticas esponjas de asimilar novedades.

Principio 5. Ventanas de oportunidad: las tres grandes etapas

El ambiente que proporcionemos a nuestros hijos, entendiéndolo en sentido amplio –familiar, social y educativo–, contribuirá a la forma física que tomarán sus conexiones cerebrales, lo que se traducirá no solo en conocimientos sino también, muy especialmente, en todos los aspectos de su comportamiento, que se adaptará a ese entorno. Sin embargo, de forma programada por los genes no se potencian las mismas conexiones a una edad que a otra.

Niño jugando junto a su padre - Getty Images/iStockphoto

Anna Farés propone a los padres las siguientes ideas y propuestas según cada etapa de crecimiento:

  • 0-3 años: Esta etapa es esencial para imprimir el caracter y el temperamento. Es muy importante ofrecer feedback de todo lo que el niño va aprendiendo del mundo y de la percepción de sus experiencias. Es de vital importancia el vínculo seguro con sus progenitores o sus educadores.
  • 4-11 años: Es la etapa más significativa para las tareas instrumentales y académicas (especialmente, el razonamiento, la interrelación y la memoria). Descubren la emoción para aprender. Podemos jugar con ellos aprendiendo de cada experiencia. El cerebro percibe como máxima utilidad aquellos aprendizajes asociados a la aceptación, valoración y reconocimiento social. Nuestro papel de padres no es hacerles los deberes, sino valorar su esfuerzo y reconocer su trabajo.
  • Adolescencia: Somos la única especie que tenemos adolescencia. El cerebro adolescente busca situarse en el mundo. Como padres, debemos ofrecerles elementos de reflexión y encontrar los espacios para ello. La maduración del control emocional comparte en los adolescentes el deseo de romper los límites y saltarse las normas, por lo que es fundamental que tengan límites previos.

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