¿Por qué mienten los adolescentes?
Los adolescentes normalmente mienten para evitar sentirse culpables, causar dolor o respetar su individualidad a través de contraponerse a los deseos paternos.
Los adolescentes se sienten en tierra de nadie porque se quieren ver independientes pero todavía se ven muy frágiles para volar solos, por lo que viven en una eterna ambivalencia dependencia-independencia. Por tanto la mentira en estas edades funcionaría como defensa, y es un síntoma de un malestar interno, un indicador de que algo le está ocurriendo que resuelve de la forma que le resulta menos complicada. Por tanto es más importante averiguar qué es lo que esconde esa mentira que el hecho de que mienta.
Entonces, ¿qué debemos hacer si nuestros hijos nos mienten? Es muy probable que nuestra primera reacción sea tomárnoslo como algo personal y nos sintamos decepcionados, tristes, enfadados… Pero lo principal en este momento es descentrar nuestro malestar interno y ayudarles a que se sientan entendidos. Así les estaremos ayudando a crecer.
Las amenazas, castigos o sermones interminables no suelen tener efecto. Por tanto sentarnos a escucharles y realizar una reflexión conjunta y analizar la causa de la mentira resultará mucho más útil que centrarnos en castigar el acto de mentir.
También debemos tener presente que a esta edad es más importante realizar pactos o negociaciones con ellos que imponer normas. Mostrarnos flexibles y tolerantes y escuchar su punto de vista les ayudará también a desenvolverse en la vida adaptándose a los cambios y a defender su posición frente al otro.
Esto no quita que en determinadas situaciones debamos mostrarnos firmes en nuestra posición e imponer límites. Deben aprender que sus conductas tienen consecuencias y así se lo debemos hacer ver. Los límites a estas edades son esenciales para frenar sus impulsos y hacerles sentir seguros.
También es importante que sientan que confiamos en ellos. Comienzan a dar sus primeros pasos sin nosotros y necesitan sentirse apoyados. Como cuando empezaron a andar y tras alejarse dos metros necesitaban echar la vista atrás para asegurarse que seguíamos ahí, ahora debemos seguirles con la mirada pero dejarles que se tropiecen como forma de aprendizaje, transmitiéndoles que es en ese tropiezo donde está el crecimiento.
Sin embargo, el caldo de cultivo para las mentiras es el ambiente en el que predomina el miedo y la represión, donde el autoritarismo es la base de la educación.
También cuando el modelo relacional familiar que se transmite es el uso de la mentira como recurso para la solución y enfrentamiento de los problemas. A veces no somos conscientes y no concebimos una mentira de un hijo, pero a lo largo de un día hemos mentido a nuestro jefe, a un amigo y a nuestra pareja. La mentira se convierte así en un modelo de conducta a imitar.
Cuando hay un nivel de exigencia alto en la familia el adolescente utiliza este recurso para no defraudar a sus padres y cumplir sus expectativas. Si no fomentamos la autoestima de nuestros hijos, estos tienden a compararse y sentirse inferiores, utilizando de nuevo la mentira para poder aparentar ser más frente al grupo. De esta forma se sienten socialmente aceptados, atribuyéndose los logros de los otros o inventándose los propios. Y nosotros como padres propiciamos su fragilidad y no la confianza en sus recursos y fortalezas.
Y por último debemos tener presente que la adolescencia es una etapa de la vida de nuestros hijos y que pronto ya no estarán con nosotros. Por ello, mostrarnos serenos les ayudará también a ellos a adquirir una calma interna y a sostenerse en este periodo de cambios donde sienten que todo se tambalea. Al mostrarnos cerca pero dejarles distancia fomentaremos que aprendan a actuar según sus propios valores y a reconocer cuando se equivocan sin esconderse. A sentirse seguros porque saben que estamos cerca y pueden confiar en nosotros pero también empezar a volar solos.
Artículo elaborado por Cristina Zárate Kindelán, Psicóloga Infantojuvenil y Familiar de Psicólogos Pozuelo.