¿Alguna vez has notado que cuando cambia el tiempo o se acerca una tormenta, tu hijo parece tener cambios de humor, sentirse más inquieto o incluso más ansioso? La ciencia ha venido investigando desde hace tiempo cómo los fenómenos meteorológicos influyen en nuestro estado emocional y mental. De hecho, existe una rama específica que se llama biometeorología médica, que analiza cómo los cambios atmosféricos influyen en nuestra salud y estado emocional. ¿Y qué podemos hacer para entender y acompañar mejor esas reacciones?
¿Qué es la meteorosensibilidad?
En un artículo anterior ya mencionamos por qué los niños pueden verse afectados anímicamente por el cambio de clima, explicado por la psicóloga Fernanda Rodríguez. A continuación, ahondamos un poco más en las causas y efectos en general que, además de influir en los niños, se incluye en las personas adultas.
Recordamos que la meteorosensibilidad es, básicamente, cuando tu cuerpo y tu estado de ánimo notan el tiempo. Las personas que lo sufren reaccionan a los cambios de presión atmosférica, la humedad, el viento, el calor o la falta de sol. ¿Cómo reaccionan? Desde cansancio o insomnio hasta un estado más emocional, como un bajón anímico.
Se calcula que alrededor del 30% de la población es meteorosensible, y que los efectos pueden ir desde un dolor de cabeza hasta episodios de ansiedad, apatía o irritabilidad. En los niños, la meteorosensibilidad se puede manifestar con inquietud, problemas de sueño o más conflictos entre hermanos. En la familia en conjunto, esta combinación puede crear un círculo complicado: el malestar de los adultos puede influir en la paciencia y la atención que brindan a los niños.
No hace falta que truene ni que caiga una tormenta de película para notar los efectos. A veces, basta con que se acerque un frente frío o cambie la presión atmosférica para que el ánimo decaiga, nos duelan las articulaciones o nos cueste más concentrarnos.

Cuando el sol se esconde y el ánimo también
Uno de los fenómenos más conocidos es el llamado trastorno afectivo estacional (TAE), que afecta a muchas personas durante los meses de otoño e invierno. Se asocia con una disminución de la exposición a la luz solar, lo que altera la producción de melatonina (hormona del sueño) y serotonina (hormona del bienestar). El resultado: más fatiga, menos ganas de hacer cosas y, en algunos casos, síntomas de depresión.
En los más pequeños, que están aprendiendo a regular sus emociones, estos cambios pueden desajustar sus rutinas y generar un cóctel de frustraciones difíciles de manejar. En los adultos y padres, la falta de luz y las alteraciones hormonales también pueden causar irritabilidad, cansancio y dificultad para mantener el ánimo positivo, lo que repercute en el rendimiento en el trabajo, las labores domésticas y la dinámica familiar. Esto puede hacer más difícil sostener la paciencia necesaria para acompañar a los hijos en sus emociones. ¿La clave? Observar, comprender y anticiparse.
El vínculo entre clima y salud mental: Una historia que viene de lejos
Desde la antigüedad, diferentes culturas han observado que los cambios en el clima parecen tener un impacto directo en las personas. Hipócrates, considerado el padre de la medicina moderna, ya relacionaba el estado del tiempo con la salud física y mental. Si bien en esa época no existían las herramientas ni el conocimiento científico de hoy, la evidencia popular y clínica han ido confirmando esa íntima relación.
En recientes estudios científicos, como los realizados en biometeorología psiquiátrica, se ha constatado que fenómenos como vientos fuertes, cambios en la presión atmosférica, días muy soleados o lluviosos, e incluso las llamadas "olas de frío" o "olas de calor" pueden alterar nuestro cerebro y nuestro estado emocional.
¿Cómo influye el clima en los niños?
La exposición a ciertos fenómenos meteorológicos puede desencadenar cambios en su humor, en su nivel de ansiedad o incluso en su comportamiento social.
Varios estudios han demostrado que el tiempo meteorológico afecta al comportamiento y rendimiento cognitivo. Por ejemplo, un día muy soleado y cálido suele hacer que se sientan más activos, alegres y motivados a jugar al aire libre. Con calor excesivo, los niños están más irritables y tienen menos tolerancia a la frustración. Asimismo, bajan su rendimiento en tareas que exigen concentración.
En cambio, días nublados o lluviosos pueden hacer que parezca que se sienten más cansados, irritables o apáticos. Pero no solo eso: fenómenos como los vientos fuertes o las tormentas pueden generar en algunos niños actitudes más nerviosas, miedosas o incluso síntomas físicos como dolores de cabeza o molestias estomacales, que en realidad están relacionados con su estado emocional alterado por el clima.

Aprender a convivir con el clima
Aunque no podemos controlar el clima, ¡ya quisiéramos! Sí podemos adaptar algunas rutinas para suavizar su impacto en nuestras familias. El clima ejerce una influencia mucho más profunda en la vida de lo que solemos imaginar, especialmente en quienes aún están en proceso de crecimiento y desarrollo emocional. Por eso, algunas sugerencias que podrían ser apropiadas son aprovechar al máximo la luz solar, siempre que sea posible, y salir con los niños al exterior a dar un paseo por el día o un rato de juego en el parque, para ayudar a regular el ritmo de sueño y mejorar el estado de ánimo. Para los días que no acompañan, podría ser buena idea preparar algún plan o actividades en casa como un cine con sus palomitas o una sesión de música o de la actividad favorita que tengáis. Hay días fríos o nublados que invitan al picoteo, pero una dieta equilibrada rica en frutas, verduras, cereales o ácidos grasos, como los del pescado azul, ayuda a mantener el sistema nervioso en equilibrio. Por otro lado, si el clima altera los ciclos, conviene ser especialmente cuidadoso con los horarios y los rituales para dormir. Evitar pantallas antes de acostarse, usar cortinas que dejen pasar la luz natural por la mañana y mantener una temperatura agradable en el dormitorio, para marcar la diferencia.
Vivimos en un planeta que respira, se agita y se transforma. El clima, los ciclos solares, el viento o la humedad interactúan con nuestro cuerpo, en ocasiones, y también con nuestras emociones. Por eso, es importante entender que, aunque no podemos evitar los cambios meteorológicos, sí podemos aprender a convivir con ellos. Así, el clima ya no será solo un elemento que está afuera, sino un aliado en el proceso de entender y cuidar la salud mental de nuestros hijos. Y en tu familia, ¿hay algún miembro meteorosensible?
