El olor de la pintura puede ser para quien lo percibe más o menos desagradable, pero no resulta tóxico. El riesgo de las pinturas, barnices, pegamentos, colas viene determinado por la capacidad que tengan sus componentes para evaporarse y poder lesionar la piel o las mucosas de quien los respira o se pone en contacto con ellos.
No todas las pinturas tienen los mismos riesgos. Su toxicidad deriva de los pigmentos que entren en su composición (para dar color), los disolventes que puedan contener (aguarrás o derivados del petróleo), y las resinas, naturales o sintéticas, que se empleen para dar cohesión a la pinturas. El uso de barnices aumenta la capacidad de evaporación de los componentes de la pintura.
Los síntomas más frecuentes de un ambiente excesivamente cargado son los derivados de la irritación de la mucosa ocular (ojos enrojecidos y lagrimeo) o de la irritación de las mucosas respiratorias (estornudos y tos irritativa). En las personas con cuadros asmáticos o alérgicos la intensidad de los síntomas es mayor.
Si no quieres correr riesgos, puedes optar por pinturas que no precisen disolvente, en especial aquellas que pueden contener cromo o plomo, metales especialmente perjudiciales para niños menores de siete años. A esta edad sus sistema nervioso está en plena formación y son muy vulnerables a los efectos nocivos de estas sustancias.
Una alternativa que se usa mucho en dormitorios infantiles, son las pinturas ecológicas, de muy bajo olor y materias primas atóxicas. También existen en el mercado pinturas antialérgicas y antihumedad.
A pesar de ello, siempre es aconsejable que al pintar unas paredes, barnizar unos suelos o lacar algún mueble se procure que el cuarto esté bien ventilado y que los niños no entren en la habitación hasta tres días más tarde. Así, evitarás que el bebé sufra posibles alergias o problemas respiratorios por el olor a pintura.