En la España de 1914 vivió una mujer llamada Aurora Rodríguez Caballeira que pasó a la historia por ser la madre de Hildegart Rodríguez Carballeira. Aunque podría tratarse de la historia de una madre y una hija más, su historia no ha pasado desapercibida ni siquiera para la literatura: la novela ‘La madre de Frankestein’, de Almudena Grandes, está basada en ella.
Y es que Aurora quiso concebir a Hildegart como un experimento científico en el que, según sus deseos, se representase a la mujer del futuro tal y como ella misma la concebía.
Aurora buscó a un hombre para que le ayudase a concebir; alguien que no pudiese reclamar al futuro bebé y, según los datos disponibles, el elegido fue un cura llamado Alberto Pallás. Tras tres encuentros carnales como ‘colaborador fisiológico’, finalmente quedó embarazada. Ahí dio comienzo su experimento.
Se trasladó a Madrid, donde dio a luz a Hildegart y donde le ofreció toda la educación de acuerdo a sus intereses: la niña nunca pisó una escuela pero, sin embargo, la educación libertaria y completa que le ofreció su madre le llevó a convertirse en una mujer intelectual, con gran conciencia de lucha por los derechos de la mujer y compromiso político. Aprendió a leer a los dos años, a escribir a los tres y se convirtió en la abogada más joven de España. Todo por el propio deseo de su madre quien, recordemos, le había concebido como un experimento científico.
Sin embargo, esa gran conciencia social e inteligencia llevaron a Hildegart a ‘volar del nido materno’ cuando llegó a la adolescencia desviándose, de alguna manera, las imposiciones que su madre continuaba intentando ejercer sobre ella.
Fue entonces cuando Aurora, asustada porque su hija se desviase de los intereses para los que ella le había concebido (como un experimento) le asesinó disparándole tres veces en la cabeza y una en el corazón cuando dormía. El equipo que llevó a cabo la investigación quedó sorprendido porque se cuenta que Aurora nunca llegó a arrepentirse del asesinato e, incluso, llegó a decir en varias ocasiones que volvería a hacerlo, ya que lo que ella tenía no era una hija, sino su ‘experimento’ y que igual que le había dado vida, podía quitársela. Acabó cumpliendo condena en el centro psiquiátrico de Ciempozuelos, donde murió a causa de un cáncer.
¿Qué son los ‘hijos ancla’?
“Un hijo ancla es aquel que queda atrapado en los miedos y las necesidades de sus padres”, aseguran desde la web especializada La Mente es Maravillosa. “Un hijo ancla es aquél cuya concepción tiene el objetivo de suplir necesidades de los progenitores, que no velan por los intereses y el futuro de ese niño, sino por ver suplidas sus carencias”, nos cuenta Carola Ángel, psicoterapeuta infantojuvenil y de familia en Psicólogos Pozuelo. Estaríamos hablando de aquellos hijos que son concebidos para los padres y no para la vida; los que se conciben desde la pertenencia. Un ejemplo claro de ello es la historia de Aurora e Hildegart.
“Los padres de un hijo ancla suelen pensar que el niño es suyo, como si fuera un bolso, sin darse cuenta de que el niño es una persona independiente que debe hacer su vida y no cumplir sus necesidades”, afirma la profesional.
“Quiero tener un hijo para no verme solo en la vejez”
“Hay padres que desde la misma infancia de sus hijos empiezan a concebir sus destinos en función de sus propias necesidades”, argumentan desde la web antes mencionada. “Ven en el hijo un refugio frente a la soledad o un salvavidas frente a las pérdidas de la vejez”. Así nunca llegarán a verse solos.
“Parece que hay un cordón umbilical que no se ha cortado y, cada vez que el niño quiera un poco de independencia y tenga intención de explorar, sus padres recogerán hilo para evitarlo”, asegura la profesional de Psicólogos Pozuelo.
Y es que, estos niños no exploran el mundo a través de sus ojos, lo hacen a través de los ojos de sus progenitores. Desde primeros años de la infancia se les inculca que prima la tranquilidad de sus padres por encima de sus propios intereses: “No te dejo ir a esa excursión porque voy a sufrir si te pasa algo”; “No vengas tarde a casa porque no duermo en toda la noche por si te pasa algo”; “No aceptes ese trabajo en Inglaterra porque entonces vamos a tener que separarnos y no podré verte mucho”. Así, el pequeño, para paliar el sentimiento de culpabilidad, acaba cediendo a los intereses paternos y maternos.
Carola asegura que se produce una línea de sobreprotección en la que, más que proteger, se incapacita a los niños a explorar. Como consecuencia, el menor acabará creyendo que no es capaz de hacerlo.
Si vuelan, son malos hijos
“Poco a poco se va construyendo una relación de mucha dependencia, poca autonomía y percepción de autoeficacia muy baja por parte de estos niños”, explica la psicóloga.
Niños que pueden tomar dos caminos: por un lado, los que acaban creando una inseguridad hacia su personal tal que les lleve a la construcción de relaciones débiles y tóxicas por el miedo a no ser capaz y a sentirse solo.
Por otro lado, niños que acaban creciendo y desarrollando la capacidad de darse cuenta que todo lo que han experimentado en la infancia son las consecuencias de las inseguridades de sus padres, que han volcado en ellos mismos. Así que ‘vuelan’ de ese nido materno y paterno para hacer su vida alejados de los sentimientos de culpabilidad por alejarse emocionalmente de sus padres, mientras estos les recriminan ser ‘malos hijos’ por haber cortado ese ‘cordón umbilical’, ya que ya no podrán seguir imponiéndoles nada.