Para la divulgadora y psicóloga Elsa Punset es evidente que según nos vamos haciendo mayores aumenta nuestra tendencia a vivir y recordar más lo negativo que nos ha ido pasando en la vida que los momentos positivos.
Ella lo define como una “mochila de negatividad” que en gran medida está vinculada con la velocidad vital que llevamos en este siglo XXI en el que estamos procesando cambios equivalentes a “20.000 años” de épocas anteriores.

Recuperar la sonrisa
Los niños sonríen en torno a las “300 veces al día”, menciona la conocida divulgadora en algunas de sus charlas, por contra, los adultos no llegamos ni a 18 veces al día porque “a medida que vamos creciendo, miramos el futuro con miedo y recordamos el pasado con tristeza”, algo que no tiene ningún beneficio para nuestra salud mental.
Podríamos pensar que empeñarnos en recuperar la sonrisa que practicábamos con tanta frecuencia en la niñez no debería ser tan complicado y sin embargo lo es según ella misma explica, precisamente por esa tendencia del ser humano a grabar más lo negativo que lo positivo, las palabras ofensivas, los desplantes, los malos gestos, terminan por no dejar hueco a las sonrisas, las miradas o las palabras amables.
El “lenguaje no verbal, mirada y caricias” se quedan fuera de nuestra memoria y hace que nos cueste construir relaciones interpersonales nuevas y mantener las que ya hemos establecido, a pesar de que como apunta Elsa Punset “descubrir el secreto de las buenas relaciones” es fundamental para “disparar la calidad” de nuestras vidas, para cuidar nuestra salud mental.
Entrenar el cerebro
“El cerebro es muy adaptable pero una vez que se fija le cuesta mucho cambiar un hábito, por eso repetimos siempre los mismos errores”, señala la conocida psicóloga y divulgadora.
Y sin embargo es evidente que “somos pura química y electricidad” por lo que no hay duda de que “cada emoción deja una huella” en nosotras que puede ser positiva o negativa, así pues ya que para Elsa Punset la solución aunque no sea fácil, es evidente puesto que “hemos dedicado el siglo XX a entrenar el cuerpo, vamos a dedicar el siglo XXI a entrenar el cerebro”.
De hecho ella va un paso más allá y a las madres y a los padres actuales, nos anima a ser entrenadores emocionales de nuestros hijos porque es evidente la relación entre la inteligencia emocional y la felicidad en la niñez y porque cabe la posibilidad de que estemos criando analfabetos emocionales casi sin darnos cuenta.
Ella propone ir implementando pequeños gestos en nuestro día a día que nos dejen una huella positiva en el cerebro. Ya sabemos que decir “te quiero” mejora la salud, a lo que podemos añadir dar abrazos a las personas que queremos que duren en torno a los seis segundos, a recordar las dos o tres mejores vivencias que hemos tenido en el día justo antes de irnos a dormir.
Con ello conseguimos reducir nuestro estrés, mejorar nuestro bienestar emocional y mejorar nuestras relaciones interpersonales y empezar a entrenar nuestro cerebro para que se fije más en lo positivo que nos rodea para así poder enseñar también educar en el optimismo a nuestros hijos.

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