Una infancia marcada por dificultades puede dejar una huella profunda, no solo en el comportamiento o la salud mental, sino también en la arquitectura misma del cerebro. Así lo demuestra un nuevo estudio publicado en 2025 en Proceedings of the National Academy of Sciences, que analizó cómo el entorno temprano influye en el desarrollo de la sustancia blanca —el sistema de conectividad interna del cerebro.
Esta red de fibras mielinizadas, que permite la comunicación entre regiones cerebrales, mostró alteraciones significativas en niños y niñas expuestos a distintos tipos de adversidad.
Los investigadores analizaron datos de más de 9.000 menores de entre 9 y 10 años del estudio longitudinal ABCD, representativo de la población estadounidense.
Examinaron la influencia de factores como el estrés prenatal, la adversidad interpersonal, la precariedad económica y la desventaja barrial sobre dos parámetros clave de la sustancia blanca: la anisotropía fraccional (FA) y el número de líneas de flujo, ambos obtenidos por imágenes de difusión.
Los resultados muestran que los efectos de las experiencias tempranas negativas se extienden a lo largo de todo el cerebro, afectando la calidad y fuerza de las conexiones cerebrales.
La sustancia blanca como mediadora entre ambiente y cognición
La relevancia de la sustancia blanca en el desarrollo cognitivo ha sido subestimada en comparación con las áreas de sustancia gris. Sin embargo, este estudio destaca su papel como mediadora fundamental entre las experiencias infantiles y el rendimiento intelectual posterior.
Los niveles reducidos de FA, un marcador de integridad microestructural, se asociaron de manera consistente con un menor desempeño en tareas de aritmética mental y comprensión del lenguaje.
Estas asociaciones no se limitaron a una o dos regiones específicas. Los efectos negativos fueron generalizados, afectando redes cerebrales enteras, especialmente aquellas relacionadas con el procesamiento matemático y lingüístico.
Esto respalda teorías recientes del desarrollo que consideran la conectividad interregional como un motor clave en la maduración cerebral, incluso más influyente que los cambios locales en la corteza.

Adversidades que reconfiguran el cerebro en desarrollo
Los investigadores identificaron distintos tipos de experiencias adversas que mostraron efectos estructurales similares. El estrés prenatal, la violencia doméstica, la pobreza persistente y la falta de cohesión comunitaria se vincularon con reducciones significativas en la calidad de las conexiones de sustancia blanca.
Estos resultados sugieren que no es necesario un evento traumático único para afectar el desarrollo cerebral, sino que una acumulación de factores de riesgo puede tener consecuencias medibles en la arquitectura neuronal.
Este hallazgo resalta la vulnerabilidad del cerebro en las etapas iniciales de la vida, cuando aún está en pleno proceso de cableado. La plasticidad del sistema nervioso central es máxima en la infancia, lo que permite un desarrollo adaptativo, pero también lo expone a la posibilidad de trayectorias perjudiciales si el entorno no proporciona estabilidad y cuidado.
El rol protector de la resiliencia interpersonal
No todas las historias con adversidad terminan igual. El estudio también analizó factores de resiliencia que podrían amortiguar el impacto negativo sobre el cerebro.
La crianza cálida, la presencia de adultos confiables y comunidades cohesionadas fueron elementos que mostraron un efecto protector sobre la integridad de la sustancia blanca.
En los menores que contaban con estas condiciones, los valores de FA eran más altos, y su rendimiento cognitivo, mejor, incluso en presencia de dificultades socioeconómicas.
Estos resultados subrayan la importancia de las relaciones sociales positivas como moduladores biológicos del desarrollo cerebral. La resiliencia no es solo una capacidad psicológica; también tiene una base neurobiológica observable, capaz de modificar el curso de la maduración cerebral frente a la adversidad.

La estructura cerebral como puente entre experiencia y aprendizaje
Uno de los aspectos más destacados de la investigación fue la función mediadora de la sustancia blanca. A través de análisis estadísticos complejos, el equipo mostró que las diferencias en la conectividad cerebral explicaban parte del vínculo entre las experiencias tempranas y las habilidades cognitivas posteriores.
En otras palabras, el entorno afecta la estructura del cerebro, y esta estructura, a su vez, condiciona la capacidad de aprender, razonar y comprender el mundo.
Esta mediación no implica determinismo. El cerebro sigue siendo plástico durante gran parte de la infancia y adolescencia, lo que sugiere oportunidades para intervenir y promover trayectorias de desarrollo positivas, especialmente en poblaciones en riesgo.
Limitaciones y futuros pasos en la investigación
Aunque el estudio es uno de los más amplios y detallados hasta la fecha, los autores reconocen ciertas limitaciones. Los datos de neuroimagen corresponden a un único momento, lo que impide observar la evolución del cerebro a lo largo del tiempo.
Además, al tratarse de un estudio observacional, no se pueden establecer relaciones causales definitivas entre adversidad, estructura cerebral y rendimiento cognitivo.
Los investigadores destacan la necesidad de realizar estudios longitudinales con múltiples mediciones cerebrales, que sigan a los niños durante años para trazar cómo se desarrollan las conexiones cerebrales en diferentes entornos.
También señalan la importancia de integrar otras variables, como el acceso a educación de calidad, servicios de salud y políticas de protección social.

Implicaciones para la salud pública y la educación
Este trabajo refuerza el llamado a implementar intervenciones tempranas que fortalezcan los entornos de cuidado infantil, especialmente en contextos desfavorecidos.
Asegurar hogares estables, adultos atentos y comunidades seguras no solo mejora la calidad de vida a corto plazo, sino que también protege el desarrollo neurológico de los niños, con efectos duraderos en su capacidad para aprender y prosperar.
En definitiva, el estudio ofrece una visión integral de cómo las condiciones de vida se inscriben en el tejido mismo del cerebro. La infancia no solo deja recuerdos: deja conexiones neuronales que moldean el pensamiento, la emoción y la conducta.
Con esta evidencia en mano, la ciencia y las políticas públicas tienen una responsabilidad compartida: construir entornos que favorezcan un desarrollo cerebral saludable desde el inicio.
Referencias
- Carozza, Sofia, et al. Whole-brain white matter variation across childhood environments. Proceedings of the National Academy of Sciences . (2025). doi: 10.1073/pnas.2409985122