Usar puntos de referencia para orientarse en el espacio es una habilidad esencial en la vida cotidiana. Pero, ¿cuándo comienza a funcionar este sistema en el cerebro humano? Aunque durante mucho tiempo se creyó que la navegación espacial basada en mapas mentales aparecía a partir de los doce años, un nuevo estudio publicado en PNAS demuestra que esta capacidad está presente desde los cinco. Los investigadores de la Universidad de Emory comprobaron que, incluso a esa edad, los niños ya activan regiones cerebrales específicas que permiten representarse y recordar la ubicación de lugares dentro de un entorno complejo.
La región clave es el complejo retrosplenial (RSC), situado en la corteza parietal medial. Esta área ya había sido identificada como fundamental para la navegación en adultos, pero hasta ahora no se había comprobado su actividad funcional en niños tan pequeños. Los investigadores utilizaron resonancia magnética funcional (fMRI) y una ciudad virtual especialmente diseñada para este estudio, llamada "Tiny Town", para medir qué parte del cerebro se activaba cuando los niños localizaban lugares dentro del mapa.
Los resultados revelaron que los niños podían distinguir entre una misma tienda ubicada en diferentes zonas del entorno, por ejemplo, una heladería junto a la montaña o una al lado del lago. Es decir, eran capaces de construir un mapa mental del espacio y utilizarlo para ubicarse y moverse. Esta representación espacial también se reflejó en su rendimiento: quienes tenían una actividad cerebral más clara en el RSC también acertaban más en las pruebas de localización.
Este hallazgo redefine lo que se creía sobre el desarrollo de las funciones espaciales complejas. Aunque el sistema de navegación continúa madurando durante la infancia, los cimientos cerebrales están operativos desde edades mucho más tempranas de lo que se pensaba.

Un pueblo virtual y una tarea real
Para diseñar el experimento, los científicos adaptaron una ciudad digital llamada Neuralville, previamente usada en adultos, a un formato triangular más simple y con elementos reconocibles para niños. Nació así "Tiny Town", un entorno de tres zonas (montaña, árboles y lago), cada una con edificios como heladerías, estaciones de bomberos y parques. El objetivo era comprobar si los niños podían recordar dónde estaban esos lugares y diferenciar entre dos estructuras similares según su posición en el mapa.
El proceso comenzaba con una fase de familiarización en la que los pequeños recorrían la ciudad virtual usando un teclado, seguidos de una serie de preguntas con imágenes estáticas para evaluar su memoria espacial. Los participantes que pasaban esta etapa eran entrenados en el uso de un escáner fMRI mediante juegos que simulaban las condiciones del experimento real.
Una vez en el escáner, se les mostraban pares de imágenes (por ejemplo, una estación de bomberos y el entorno del lago) y debían pulsar un botón si creían que esa combinación correspondía a una ubicación real en Tiny Town. Los resultados de actividad cerebral se correlacionaron con el rendimiento de los niños, confirmando que la región retrosplenial se activa específicamente para procesar información espacial.
Una de las observaciones más reveladoras fue que otra región cerebral, el área para-hipocampal, no representaba la ubicación de los lugares, sino solo su categoría. Es decir, esta zona identificaba que un edificio era una heladería, pero no distinguía su posición en el entorno. Esto refuerza la idea de que el RSC cumple una función altamente especializada en la navegación espacial.
Más allá del caminar: cuando el cerebro anticipa el entorno
Curiosamente, en investigaciones previas del mismo laboratorio, los autores habían demostrado que el sistema cerebral que nos permite caminar sin tropezar con obstáculos no se vuelve plenamente maduro hasta los ocho años.
Esto parecería contradecir el hecho de que los niños caminan desde muy temprana edad. Sin embargo, la explicación podría estar en el tipo de información que el cerebro procesa: moverse con precisión no requiere el mismo sistema que recordar rutas o ubicaciones en un espacio complejo.
En cambio, los niños desde pequeños están expuestos a trayectos constantes: en brazos, en cochecitos o caminando junto a adultos. Esta exposición pasiva les permite construir un mapa mental del entorno mucho antes de que puedan desplazarse autónomamente. De este modo, el sistema de navegación basado en mapas podría beneficiarse de una maduración anticipada.
El estudio con fMRI muestra que a los cinco años, los niños no solo reconocen los espacios, sino que ya utilizan la región cerebral adecuada para orientarse. Este hallazgo sugiere que ciertas capacidades complejas pueden estar operativas incluso cuando otras habilidades motoras o sensoriales todavía están en desarrollo.
Este conocimiento podría tener implicaciones en el diseño de estrategias educativas o terapias para niños con dificultades espaciales, ya que permite identificar qué sistemas cerebrales están activos y cómo pueden estimularse desde edades tempranas.

¿Qué papel juega la experiencia en la formación de mapas mentales?
Aunque el estudio revela que el complejo retrosplenial (RSC) ya representa información espacial a los cinco años, este desarrollo temprano no ocurre en aislamiento. La experiencia cotidiana —incluso antes de que un niño camine por sí mismo— parece tener un papel importante en la construcción de mapas mentales.
La repetición de trayectos cotidianos —como ir del hogar al parque, al supermercado o a casa de un familiar— fortalece la memoria visual y refuerza las asociaciones entre lugares, rutas y puntos de referencia. Incluso sin entender las reglas de orientación, los niños reconocen patrones visuales y contextos espaciales que se repiten. Esta familiaridad parece influir en cómo el cerebro organiza la información sobre el entorno, especialmente en regiones como el RSC que codifican la ubicación exacta de un lugar dentro de un mapa mental.
El diseño del entorno también puede impactar el desarrollo de estas habilidades. Ambientes ricos en señales visuales —como colores, formas de edificios, vegetación distintiva o sonidos característicos— permiten a los niños crear referencias más sólidas.
Desde un punto de vista educativo y familiar, este hallazgo tiene implicaciones claras. Fomentar el juego libre en diferentes espacios, caminar con los niños señalando lugares o involucrarlos en actividades que requieran orientación —como buscar objetos escondidos o seguir rutas simples— puede fortalecer sus mapas mentales. A medida que el cerebro ya tiene esta capacidad latente a los cinco años, enriquecer la experiencia es una forma de potenciarla de forma natural y efectiva.

Una puerta abierta al desarrollo cerebral infantil
Estudiar el cerebro de niños pequeños en condiciones de laboratorio no es tarea fácil. El equipo de investigación tuvo que diseñar actividades divertidas y entornos amigables para lograr que los participantes se sintieran seguros y motivados. Juegos de "congélate" y escáneres simulados ayudaron a los niños a adaptarse al entorno del experimento real sin miedo.
Gracias a estos protocolos, se logró demostrar que la capacidad de formar mapas mentales y utilizar el complejo retrosplenial es accesible a los cinco años, sentando las bases para explorar cómo se desarrolla esta función en etapas anteriores o en niños con dificultades del desarrollo.
Los investigadores ya están trabajando en nuevas versiones del experimento adaptadas para niños de dos a tres años, aunque reconocen que en esas edades la cooperación puede ser más difícil. Sin embargo, cada avance aporta pistas sobre el desarrollo temprano de funciones complejas y puede abrir nuevas vías para el diagnóstico precoz.
El hallazgo también recuerda que, para entender la mente humana, es necesario mirar más allá de lo evidente y explorar cómo el cerebro organiza el conocimiento desde los primeros años de vida.
Referencias
- Jung Y, Dilks DD. Early development of navigationally relevant location information in the retrosplenial complex. Proc Natl Acad Sci U S A. 2025;122(19):e2503569122. doi:10.1073/pnas.2503569122