Desde las primeras semanas de vida, la salud mental de una madre puede tener un impacto duradero en el bienestar emocional y conductual de su hijo. Cada vez más investigaciones muestran que el vínculo temprano entre madre e hijo no solo determina la calidad de la relación afectiva en los primeros años de vida, sino que también puede condicionar el desarrollo emocional del niño hasta la adolescencia. Un nuevo estudio de la Universidad de Shinshu, en Japón, aporta evidencia contundente sobre este fenómeno, al revelar que los efectos de la depresión posparto pueden seguir presentes en los niños incluso doce años después de su nacimiento.
La investigación, liderada por el psiquiatra Daimei Sasayama, analizó a 245 madres y sus hijos desde el nacimiento hasta el sexto grado de primaria. El estudio examinó cómo la depresión posparto y el vínculo afectivo entre madre e hijo durante las primeras semanas se relacionaban con problemas emocionales y de conducta en la infancia media. Los resultados, publicados en Archives of Women’s Mental Health en abril de 2025, plantean un mensaje claro: intervenir pronto podría cambiar el curso del desarrollo infantil.
No solo se trata de la depresión en sí, sino de lo que interrumpe: la capacidad de una madre para establecer una conexión segura con su bebé. Esta conexión temprana, conocida como “bonding”, puede actuar como un escudo protector o, en su ausencia, convertirse en un canal por el cual el malestar emocional materno deja su huella en el desarrollo del niño.

Una relación directa... y otra más sutil, pero igual de importante
El estudio halló que el 17,1% de las madres presentaban síntomas de depresión posparto, una cifra que coincide con las estimaciones globales. Estas madres, además de atravesar una etapa emocionalmente difícil, tendían a mostrar más dificultades para establecer un vínculo afectivo positivo con sus bebés.
Lo que hace especialmente relevante este trabajo es que el vínculo materno-infantil no solo estuvo relacionado con la calidad del desarrollo infantil, sino que explicó el 34,6% del impacto de la depresión materna en los problemas psicosociales de los hijos. En otras palabras, el vínculo fue un mediador: un canal a través del cual el malestar emocional de la madre influye en el comportamiento de su hijo más de una década después.
El cuestionario Strengths and Difficulties Questionnaire (SDQ), aplicado tanto a los niños como a sus cuidadores, mostró que los hijos de madres con depresión posparto tenían más dificultades en áreas como el control de la conducta, la hiperactividad o el manejo emocional, especialmente en el caso de los niños varones. La diferencia entre sexos fue significativa y confirma hallazgos previos que indican una mayor vulnerabilidad de los niños frente a factores de riesgo tempranos.
Además del efecto directo de la depresión materna, este estudio señala que fortalecer el vínculo temprano podría mitigar los efectos a largo plazo, abriendo la puerta a intervenciones centradas no solo en tratar la depresión, sino también en promover una relación afectiva sólida en los primeros meses de vida.
¿Cómo se forma un vínculo seguro en un contexto vulnerable?
Establecer un vínculo positivo entre madre e hijo implica algo más que cuidados básicos: requiere presencia emocional, sensibilidad, y respuesta afectiva a las señales del bebé. La depresión posparto puede interferir con estos aspectos, al reducir la energía emocional y limitar la capacidad de sintonizar con las necesidades del niño.
Este estudio sugiere que el daño no proviene solo del trastorno afectivo, sino de su efecto sobre las interacciones cotidianas en los primeros días y semanas.
Cuando la madre no logra interpretar o responder de forma sensible, se debilita la construcción de una base segura, lo que repercute en el desarrollo de la regulación emocional, la empatía y la confianza del niño.
Los autores del estudio proponen que el vínculo afectivo interfiere o facilita procesos biológicos como la regulación del eje del estrés o la liberación de oxitocina, hormonas cruciales para el desarrollo emocional temprano. Esta dimensión neurobiológica refuerza la importancia del entorno afectivo en los primeros meses, especialmente en contextos de riesgo.

Una oportunidad temprana para cambiar la historia
La buena noticia es que el vínculo madre-hijo es moldeable. Existen programas de apoyo a la maternidad que han demostrado mejorar tanto el bienestar emocional de la madre como su capacidad para establecer relaciones positivas con su hijo.
La detección temprana de síntomas depresivos y el acompañamiento psicológico posparto son pasos fundamentales. Según los autores, es prioritario integrar la evaluación del vínculo afectivo en los controles pediátricos y ofrecer recursos desde el primer mes de vida.
De este modo, se puede romper el ciclo de transmisión intergeneracional del malestar emocional y proteger el desarrollo de los hijos.
El estudio también destaca la necesidad de diseñar intervenciones específicas según el perfil de síntomas maternos y otras variables contextuales como el nivel socioeconómico o el apoyo familiar. La meta es personalizar la prevención y el tratamiento, y no limitarse a una fórmula única para todas las madres.
Implicaciones clínicas y sociales
El estudio publicado por la Universidad de Shinshu aporta un argumento sólido para repensar las prioridades en salud perinatal. No basta con identificar la depresión posparto: es imprescindible intervenir también en el fortalecimiento del vínculo afectivo entre madre e hijo desde los primeros días de vida. La calidad de este vínculo puede ser decisiva en la trayectoria emocional del niño, incluso años después del parto.
Programas de salud que integren terapias centradas en el apego, formación sobre sensibilidad materna o visitas domiciliarias de apoyo emocional podrían marcar una diferencia sustancial en el desarrollo infantil.
Además del bienestar inmediato de la madre, intervenir sobre la relación temprana tiene un efecto preventivo a largo plazo. Las dificultades de conducta, atención o regulación emocional que pueden aparecer en la infancia o adolescencia se reducen notablemente cuando hay un apego seguro en los primeros meses de vida.
Los autores del estudio proponen una actualización urgente de los protocolos clínicos. Esto implica incluir escalas validadas no solo para evaluar los síntomas depresivos, sino también para identificar señales de dificultades vinculares. Integrar la dimensión afectiva y relacional en los controles pediátricos permitiría detectar de forma más temprana los casos de riesgo.

¿Qué aprendemos sobre salud mental perinatal a partir de este estudio?
Este trabajo japonés se suma a una creciente evidencia que invita a repensar las políticas públicas de salud perinatal. La depresión posparto no puede abordarse como un problema individual y aislado: es un factor de riesgo para la salud mental de toda la familia.
Las intervenciones deberían empezar antes del parto, extenderse más allá del puerperio inmediato, y contemplar tanto el estado emocional de la madre como la calidad del vínculo que establece con su hijo.
Solo así será posible disminuir el impacto de los síntomas depresivos sobre el desarrollo emocional y conductual infantil a largo plazo.
Este enfoque integrador y preventivo no solo tiene beneficios clínicos, sino también sociales y económicos. La infancia es una ventana de oportunidad única: cuidar a las madres en sus primeros meses de maternidad es una de las mejores inversiones que una sociedad puede hacer.
Referencias
- Sasayama D, Honda H, et al. Postpartum maternal depression, mother-to-infant bonding, and their association with child difficulties in sixth grade. Arch Womens Ment Health. 2025. doi:10.1007/s00737-025-01585-y