Un niño pequeño andando de puntillas no es una imagen poco habitual por mucho que pueda llamar la atención y parecer alarmante. Te contamos por qué en esta pieza de la mano de especialistas en la materia, que tiene más que ver con la neurología que con la podología.
Adrián García Ron, neuropediatra del Instituto del Niño y Adolescente (INA) del Hospital Clínico San Carlos, explica “el ciclo de la marcha comienza cuando el pie contacta con el suelo y termina con el siguiente contacto con el suelo del mismo pie”. Durante este proceso, que suele culminar entre los 15 y 18 meses, se produce una fase de apoyo y una fase de balanceo.
Esta evolución explica por qué “Inicialmente la marcha del lactante es torpe, inestable e insegura, pero a medida que incrementa su experiencia y prosigue con un neurodesarrollo normal, se va perfeccionando (refinando) hasta alcanzar el patrón típico definitivo (talón-punta)”, señala García Ron.

Durante este proceso madurativo, “es frecuente que anden de puntillas”, añade. “En el 7 al 24% de la población infantil se presenta la marcha de puntillas sin asociación con problemas neurológicos, sobre todo en varones (68%)”, señala al respecto la Asociación Española de Pediatría de Atención Temprana (AEPap). “Hasta los tres años de edad entra dentro de lo normal”, concluye el neuropediatra.
Causas y consecuencias
Este hábito de andar de puntillas es lo que se llama clínicamente como marcha idiopática de puntillas, o también se puede leer como “deambulación en puntillas”, y se refiere a aquellos “niños que camina sobre las puntas de los pies sin contacto entre los talones y el suelo”, apunta la AEPap.
Puede estar en relación con alguna patología diagnosticada, como tener el talón de Aquiles más corto de lo normal, distrofia muscular o una parálisis cerebral, de ahí que a partir de los dos o tres años sea recomendable hacer un seguimiento exhaustivo por parte del pediatra.

Es fundamental que en dicho estudio se tenga en cuenta la historia gestacional, qué ocurrió durante el embarazo. Y por encima de tres años, afirma el neuropediatra Adrián García Ron, “es necesario realizar una evaluación neurológica, musculoesquelética y cognitivo-conductual exhaustiva para descartar otras causas”.
Pero lo cierto es que lo más probable en términos estadísticos es que no se produzca tan tarde, y que no se deba a ninguna de ellas, siendo desconocida la causa que provoca que niños pequeños sin este tipo de problemas de salud anden de puntillas.
La AEPap dice que “Parece que tiene un componente hereditario con antecedentes en algún familiar de hasta un 32-34%”, pero no es algo concluyente. Sí se sabe que la marcha idiopática de puntillas se produce en “niños por lo demás sanos y con un desarrollo normal”, que “Siempre se produce de modo simétrico en los dos pies”, y que “se exagera cuando caminan descalzos de una habitación a otra o sobre ciertas superficies (baldosas de frío, hierba,...)”, exponen desde la AEPap.
También se sabe, según apunta la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Temprana, que “La mayoría de los niños que andan de puntillas son capaces de apoyar el talón si se les pide, pero aumenta su marcha equina en situaciones de ansiedad, fatiga y estrés.
Tratamiento
Según el neuropediatra Adrián García Ron, “Si no existen antecedentes (gestacionales, obstétricos, neurodesarrollo…) que sugieran daño neurológico, lo más frecuente es que no se asocie a ningún trastorno neurológico”. En estos casos, añade, “La evolución será satisfactoria sin tratamiento en la mayoría de los casos”.
En términos estadísticos, el especialista médico lo traduce en un 60% los casos que remiten a los 5 años y en un 80% los que lo hacen a los 10 años “sin necesidad de tratamiento alguno”. Lo habitual es, por lo tanto, “que se resuelvan solos con el desarrollo, siendo raro encontrar la forma idiopática por encima de los 8 años”, aseguran desde la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Temprana.

Eso sí, para que esto ocurra suele ser necesaria la aplicación de terapias físicas y te ayuden a revertir la marcha idiopática de puntillas. Este trabajo de fisioterapia está dirigido “al estiramiento de los flexores plantares con o sin ortesis (DAFOS, férulas antiequino nocturnas…), para aumentar progresivamente la dorsiflexión”, apunta Adrián García Ron.
Cuando no basta con las terapias físicas, se pueden plantear tratamientos más agresivos. Una de ellos es la infiltración de toxina botulínica A (botox, dysport…) con “El objetivo de relajar la musculatura y facilitar el crecimiento de músculo para prevenir el acortamiento tendinoso y las consecuentes deformidades”, apunta el neuropediatra, quien asegura que la cirugía se reserva para los casos “en los que el acortamiento tendinoso condIciona contracturas fijas”.