Hay conceptos que, en nuestro afán por simplificar el lenguaje para facilitar la comunicación y el entendimiento, utilizamos como sinónimos cuando no lo son en realidad. Es el caso de dos palabras muy utilizadas en el ámbito de la educación y crianza de los niños y niñas: concentración y atención.

Aunque tendemos a combinar el uso de ambos términos para referirnos a contextos y situaciones similares o iguales, no tienen nada que ver en origen más allá de que las dos nacen en nuestro cerebro. Cuando decimos que nuestro hijo o hija no está atento a algo, en realidad deberíamos decir que no está concentrado en ello, ya sea una película, cruzar el paso de peatones o la explicación del profesor, por citar tres ejemplos distintos.
Principales diferencias
En nuestro lenguaje cotidiano los usamos como si fueran sinónimos pero no son lo mismo. Una de las diferencias es que la atención es innata mientras que la concentración es aprendida. La atención es una capacidad básica y natural del ser humano que está presente desde el nacimiento. De hecho, los bebés y los niños, desde edades tempranas, manifiestan diferentes formas de atención, como la atención sostenida hacia estímulos interesantes o la atención selectiva hacia objetos o personas específicas.
Esto significa que un niño -o un adulto- no puede estar atento a algo de manera voluntaria. La atención, que se ubica en la parte inferior del encéfalo, es refleja, involuntaria e inconsciente. El estímulo, la persona, el ambiente capta nuestra atención, queramos o no queramos.
Por otro lado, la concentración se puede considerar como un aspecto más complejo y desarrollado de la atención. Si bien la capacidad de concentrarse puede tener ciertas bases innatas, su mejora y desarrollo dependen en gran medida de factores como el aprendizaje, la experiencia y la práctica. A lo largo del tiempo, las personas aprenden a concentrarse mejor en ciertas tareas o actividades que requieren un enfoque sostenido y profundo.
Así pues, como padres sí podemos incidir en la concentración de nuestro hijo porque esta es voluntaria y tiene que ver con la consciencia. Por ejemplo, un niño puede concentrarse para estudiar, pero el ladrido de un perro puede captar su atención de manera involuntaria.
¿Cómo ayudar a un niño a potenciar su capacidad de concentración?

La concentración implica estar totalmente aquí y ahora, con la cabeza puesta en la tarea que estemos desarrollando, sin pensar ni “viajar” mentalmente a otros lugares o tiempo.
Es una aptitud que aplicamos en todos nuestros procesos cognitivos, y resulta esencial en el resultado final de la tarea que nos ocupe. Salvo excepciones, quienes puedan hacer varias cosas a la vez y ofrecer un gran rendimiento sin necesidad de estar muy concentrados, lo habitual es que la concentración esté ligada a mejores resultados y a la consecución de objetivos y retos.
Por lo que, como padres, debemos ayudar a nuestros peques a potenciar y educar la capacidad de concentración de nuestros hijos. Y, ¿cómo hacerlo? Existen diferentes estrategias.

En primer lugar, es importante crear un ambiente tranquilo y libre de distracciones para que el niño pueda concentrarse en sus actividades. Reducir el ruido y minimizar el acceso a dispositivos electrónicos puede ser beneficioso. Asimismo, las rutinas pueden ayudar a los niños a desarrollar hábitos de concentración. Es muy recomendable establecer horarios para realizar tareas específicas, como la tarea escolar, la lectura o actividades creativas.
Además de ello, las sopas de letras, los puzzles, los juegos de mesa, juegos de buscar diferencias, colorear, relacionar textos con dibujos, escuchar y aprender una canción… existen multitud de juegos y actividades lúdicas con las que los niños y niñas pequeñas pueden entrenar la concentración sin que sean conscientes de ello. Otro método que puede ayudar a tu peque a potenciar su capacidad de concentración en el tiempo presente es practicar mindfulness o alguna técnica de respiración consciente.
Pero en todos los casos, como hemos dicho, para que el entrenamiento sea efectivo, es necesario que el clima acompañe. De nada sirve, o de poco, por ejemplo, hacer puzzles o colorear si les ofrecemos otros estímulos que capten su atención y, por ende, les hagan perder la concentración, como puede ser la televisión o un tipo de música que no potencie su concentración.
Al fin y al cabo, cuando se trata de educar la concentración, no hace falta que pensar en las cosas que te funcionan a ti como adulto y cuáles no para replicarlas o evitarlas con los peques de la casa.