August Weismann, biólogo alemán y teórico evolucionista del s. XIX, describió la teoría llamada telegonía, un planteamiento basado en la herencia no genética. Defendía Weismann que la estirpe de una hembra y un macho podía adquirir cualidades físicas de otro macho que previamente se hubiera apareado con la hembra. Dicho en clave humana, que los hijos pueden parecerse a la anterior pareja (masculina) de la mujer de la pareja que los ha procreado.
Como explican nuestros compañeros de Muy Interesante en esta pieza, esta teoría desarrollada en el siglo XIX está basada en la impregnación y en la herencia no genética. Es un planteamiento que la ciencia desterró posteriormente: la biología tiene claro cómo es la reproducción y la carga genética hereditaria es la que manda en exclusiva en los seres humanos.
Sin embargo, a modo de curiosidad, que es el enfoque de esta pieza, un estudio recién publicado por la revista Ecology Letters demuestra que la telegonía de August Weismann no es tan descabellada porque en las moscas ocurre algo que, si no es exactamente lo que el biólogo describió, se le parece mucho.
Explica el grupo de investigadores australianos liderados por Angela Crean que ha desarrollado el experimento en qué consiste el trabajo realizado que ha demostrado esta carga hereditaria no genética entre las moscas. Lo que hicieron estos investigadores fue, a grandes rasgos, cruzar insectos inmaduros con machos grandes y pequeños. En su edad fértil, cruzaron a las hembras de nuevo, y esto fue lo que descubrieron: “a pesar de que el segundo macho engendró la descendencia, el tamaño de la progenie lo determinaba el de la anterior pareja sexual de la madre”. Es decir, el tamaño se heredó del anterior macho, el que se cruzó con la hembra cuando todavía no era fértil. “Este hallazgo muestra que también se pueden transmitir algunos rasgos adquiridos a la descendencia de parejas posteriores de una hembra”, afirma Crean.

El motivo por el que esto ocurre
La líder del estudio que ha demostrado la telegonía en moscas asegura que la idea de Weismann no era descabellada. “La primera impregnación”, según Angela Crean, tiene más posibilidades de influir en la hembra por dos motivos: es más joven y los posteriores machos han de compartir su “influencia” con las anteriores.
De momento, este es un experimento probado en moscas, pero la líder del grupo de investigadores se atreve a extrapolarlo a los seres humanos buscando una posible línea de investigación que retome la idea original de Weismann. Como cuentan nuestros compañeros de Muy Interesante, esta teoría defendería que “la capacidad del ARN de los espermatozoides podría también alcanzar óvulos inmaduros provocando esa impregnación y, por tanto, estar presente en un embarazo posterior, provocando reordenamientos genéticos que variarían la expresión de los genes”.
La idea está flotando en el aire de la comunidad científica. Prueba de ello es la reflexión reciente del investigador Yongsheng Liu en un artículo publicado en la revista Gene: “Podemos imaginar que durante el coito millones de espermatozoides que contienen ADN se depositan en el cuerpo de la hembra y los que no se utiliza en la fertilización son absorbidos por el mismo. Si este ADN extraño se llega a incorporar en las células somáticas y los óvulos inmaduros, la descendencia podría mostrar esta influencia en su constitución genética, y de ese modo proporcionar otra base para la telegonía”, afirma.
Si algún día la telegonía fuera demostrada en seres humanos, quizá algunas familias entenderían entonces por qué su hijo se da un aire a la primera pareja de la madre. No son más que conjeturas, expuestas a modo de curiosidad, porque la ciencia de momento ha demostrado que esto ocurre en las moscas, no en los seres humanos.