Todos los padres y madres han vivido situaciones extremas en las que sus hijos gritan, pegan, desobedecen o simplemente se descontrolan. Sean una rabieta o no, en esos momentos de tensión, no es raro que los adultos también pierdan el control y reaccionen con gritos, amenazas o castigos físicos. Nadie es perfecto. Pero esas reacciones, aunque humanas, son ejemplos claros de lo que ocurre cuando el cerebro inferior domina y se apodera del comportamiento, tanto del niño como del adulto.
El equilibrio emocional del padre o la madre es, de hecho, la clave para atravesar estas tormentas. Solo tienes que revisar cuando recuperes la calma alguna de esas situaciones reales en las que, en medio de una crisis con tus hijos, has terminado gritando frases hirientes o has recurrido, en el peor de los casos, a la agresividad física, en momentos de desesperación.
Esto no quita para que no seas buen padre o madre porque incluso los mejores pueden perder el control si no reconocen a tiempo que están siendo dominados por su cerebro más primitivo.
Daniel J. Siegel, en su libro El cerebro del niño (editorial no especificada), recoge varios ejemplos y propone una mirada compasiva, pero también práctica y científica acerca de cómo abordar las rabietas o situaciones extremas con los hijos e hijas. Dice el experto que entender que estos momentos representan una desconexión del cerebro superior –donde residen la empatía, la reflexión y el autocontrol– es esencial para actuar de forma diferente. El primer paso, entonces, no es calmar al niño, sino mantener el equilibrio propio.

Consejos prácticos para recuperar o mantener el equilibrio
En primer lugar, tomar conciencia de que uno está a punto de perder el control es esencial para intentar limitar el impacto de lo que se está cociendo en el ámbito familiar. En ese instante, el adulto debe cerrar la boca, literalmente, en la medida de lo posible, para no decir algo de lo que se arrepienta. También puede poner las manos detrás de la espalda, evitando cualquier tipo de contacto físico impulsivo. Estas acciones simples pero potentes sirven para frenar el impulso y evitar daños emocionales o físicos, según el autor.
Luego, es necesario alejarse de la situación si es posible, respirar y calmarse. No hay nada de malo en tomar un descanso breve para recuperarse. Incluso se puede verbalizar: "Necesito un momento para tranquilizarme". Esto no solo ayuda al adulto, sino que da al niño o niña un ejemplo concreto de autorregulación, y ya sabemos lo efectivo que es dar ejemplo a los hijos…
En este sentido, técnicas físicas como saltar, mover el cuerpo, respirar profundamente aplicando ejercicios del yoga o aplaudir y sacar así energía negativa pueden ayudar a recuperar el control cuando la amígdala, el centro emocional del cerebro, ha tomado el mando.

Qué hacer una vez recuperado el equilibrio
Pero el proceso no termina ahí. Una vez recuperado el equilibrio, el adulto debe reparar la conexión emocional con el niño. Esto puede implicar pedir perdón, reconocer el error o simplemente mostrar afecto de nuevo. Lejos de debilitar la autoridad del padre o madre, este gesto refuerza el vínculo y modela habilidades esenciales para el desarrollo emocional del niño.
Las crisis no son solo momentos de descontrol: también son oportunidades para enseñar. Cada vez que un adulto se calma en medio del caos, le está enseñando a su hijo que es posible gestionar las emociones intensas. Y lo hace desde el ejemplo, que es la herramienta más poderosa de crianza. Si no sabes cómo hablar con tu hijo después de una rabieta, puedes seguir los consejos de Álvaro Bilbao.

En definitiva, antes de intentar calmar una rabieta, lo más efectivo es mirar hacia adentro y autorrevisarse. El autocontrol del adulto es el verdadero punto de partida porque regularse primero a uno mismo es una forma de proteger al niño o niña, ya que esto facilita la creación y mantenimiento de un entorno seguro en el ámbito de la familia.
Referencias
- Siegel, Daniel J. El cerebro del niño, 2013.