La afirmación de que "estar embarazada no es una enfermedad" se ha repetido tantas veces en los últimos años como eslogan a favor de las mujeres y desestigmatizador del embarazo que las propias mujeres nos hemos creído el cuento de que nos apoya y empodera, cuando realmente nos somete y limita.

Afirmar que una mujer embarazada no es una mujer enferma es una realidad, pero la aseveración en sí va cargada de un doble sentido que le niega a las mujeres la libertad de queja o descanso en una etapa vital en la que el cuerpo sufre unos cambios y un desgaste más que considerable: ganas peso, te sientes hinchada, a menudo sufres nauseas y mareos y te acompaña un superolfato que te hace sentir que hueles a sudor continuamente y repeler alimentos por los que antes bebías los vientos.
Así que como con otras tantas cosas, nos han vendido este dicho como un favor, que nos reconoce a las mujeres embarazas como iguales a las que no lo están y a los hombres, que nos asegura que nadie va a ponernos en cuestión ni a nosotras ni a nuestra productividad por el hecho de estar gestando, pero a cambio no podemos quejarnos, porque el embarazo es, ante todo, un estado de gracia.

Y no, muy señores míos, no es eso lo que merecemos ni lo que necesitamos. Necesitamos que se reconozca la transformación que sufre nuestro cuerpo durante los meses que creamos vida, que se nos permita el descanso que ello precisa, que se nos agradezca como sociedad garantizar la perdurabilidad de la especie humana con un sistema preparado para asumir bajas maternales, y que estas no entorpezcan las posibilidades de crecimiento laboral de esas madres.
Necesitamos que nos digan algo como "Oye, estate tranquila, que aunque esto no es una enfermedad, nos imaginamos por lo que puede estar pasando tu cuerpo y estamos aquí para apoyarte y sostenerte. Tómate el tiempo que necesites y a tu vuelta sigue, o no, como tú quieras, comiéndote el mundo"
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