El consejo de Álvaro Bilbao para que la hora de la cena con niños no sea una tortura

Descubre el consejo de Álvaro Bilbao para que la cena con niños deje de ser un drama y se convierta en un momento tranquilo y educativo.
No se trata de que lo coman todo, sino de crear un hábito positivo alrededor de la mesa y respetar su apetito real.
No se trata de que lo coman todo, sino de crear un hábito positivo alrededor de la mesa y respetar su apetito real (Midjourney-RG)

Es la misma escena cada noche: la mesa puesta, los niños y niñas dando vueltas al plato, mareando la perdiz (en este caso, la verdura…), la comida que se queda helada… y una pareja de adultos intentando mantener la calma mientras piden —o suplican— que sus hijos coman “aunque sea un poquito”. A veces lo consiguen a regañadientes; otras, acaban frustrados y con un nudo en la garganta. ¿Por qué algo tan cotidiano como cenar juntos puede ser tan complicado cuando hay peques en casa?

La respuesta no está solo en su actitud, ni en si son más o menos “buenos comedores”. Está en cómo funciona su cerebro. Entender esto cambia por completo nuestra perspectiva como padres, como adultos, porque nos ayuda a dejar de pelearnos por la comida para empezar a acompañarles con más calma y conexión.

Así lo explica Álvaro Bilbao, neuropsicólogo muy popular en redes sociales y divulgador, en uno de sus libros más vendidos, El cerebro del niño explicado a los padres.

En línea con este reportaje con consejos para convertir el caos de la mañana en un remanso de paz, te contamos, a partir de sus reflexiones, cómo lograr que la cena no sea una tortura si tienes peques en casa.

Cocinar juntos es una forma de enseñar a comer sano sin presionar: el cerebro infantil aprende mejor en un ambiente de cariño
Cocinar juntos es una forma de enseñar a comer sano sin presionar: el cerebro infantil aprende mejor en un ambiente de cariño (Midjourney-RG)

El cerebro infantil y su instinto de protección

La hora de comer (o cenar) con niños y niñas pequeños suele ser conflictiva porque choca el deseo de los padres de que sus hijos coman bien y de todo con el instinto natural del cerebro infantil de ser precavido con lo que ingiere. Es una forma de autoprotección.

Por ejemplo, muchos niños y niñas rechazan las verduras por su sabor amargo o su color verde. No lo hacen por capricho: su cerebro interpreta que esos alimentos podrían estar en mal estado. Es un mecanismo que ha permitido a los humanos sobrevivir durante generaciones. Por eso, cuando forzamos a nuestros hijos e hijas a comer algo que les resulta desagradable, no solo no resolvemos el problema: lo empeoramos.

La ciencia avala este argumento de Álvaro Bilbao. Sin ir más lejos, hace unas semanas te contamos los detalles de un estudio que demostró que a los niños las galletas les gustan... si no son verdes.

Obligar a comer genera más rechazo (y a veces, para siempre)

Insistir o presionar para que un niño o niña coma lo que no quiere puede parecer una solución rápida, pero tiene un efecto rebote. El cerebro asocia ese alimento con una experiencia negativa. Como señala el neuropsicólogo, cuando se fuerza el apetito, las áreas cerebrales implicadas en el placer y el rechazo aprenden a evitar ese estímulo. 

En otras palabras: cuanto más les obligamos, más se alejan de ese alimento. Y a veces, ese rechazo se convierte en algo permanente.

¿Te ha pasado con algún plato que te forzaron a comer de pequeño y aún hoy te da asco solo de pensarlo? Pues eso mismo les ocurre a los niños y niñas  cuando forzamos una y otra vez con las mismas verduras.

El rechazo a ciertos alimentos no es un capricho: es una respuesta natural del cerebro del niño que busca protegerse
El rechazo a ciertos alimentos no es un capricho: es una respuesta natural del cerebro del niño que busca protegerse (Midjourney-RG)

Qué hacer en lugar de obligar: 7 claves efectivas

La buena noticia es que hay una forma más amable y eficaz de conseguir que los niños y niñas coman mejor. Álvaro Bilbao propone hasta siete claves sencillas, basadas en el sentido común y en cómo aprende el cerebro. Son las siguientes:

  • Eliminar tentaciones poco saludables en casa, como galletas, snacks o dulces, que compiten con los alimentos sanos.
  • Comer todos juntos siempre que sea posible, para que los niños nos vean como modelo y aprendan por imitación.
  • Poner siempre verdura en la mesa, aunque no la coman, para que se familiaricen con su aspecto, olor y presencia.
  • Dejar que elijan cuánto servirse, incluso con las manos si lo prefieren. Una norma útil puede ser: “Pon lo que quieras, pero al menos un poquito”.
  • Trocear muy pequeño lo que no conocen, para que su cerebro se adapte poco a poco al nuevo sabor.
  • Animar a probar sin presionar, aunque sea una porción tan pequeña como un grano de arroz.
  • Crear un ambiente relajado en la mesa, donde se asocie la comida con afecto, conversación y una pizca de humor.

Estas estrategias no solo previenen conflictos, sino que también construyen una relación positiva con la comida que durará toda la vida.

Cenar juntos en un ambiente distendido ayuda a que los niños relacionen la comida saludable con momentos agradables
Cenar juntos en un ambiente distendido ayuda a que los niños relacionen la comida saludable con momentos agradables (Midjourney-RG)

¿Y si no se termina el plato?

Otra trampa común es insistir en que se lo coman todo. Muchos adultos creen que es lo correcto, pero según los estudios, los niños y niñas regulan mejor que nosotros su apetito. De hecho, la cantidad de comida que necesitan suele ser mucho menor de lo que pensamos.

Tal y como indica Álvaro Bilbao, en muchos casos es normal —e incluso saludable— que dejen la mitad del plato. Su estómago es más pequeño, se llena antes y tiene ritmos distintos a los nuestros. 

Además, forzarles a comer de más interfiere en su capacidad de autorregulación, algo fundamental para evitar problemas alimentarios en la adolescencia y la edad adulta.

Educar sin miedo y con confianza

Parte del conflicto también viene de una creencia heredada: la de que hay que comer todo lo que hay en el plato “porque en nuestra época no había para elegir”. Pero hoy vivimos otra realidad, y la mayoría de las familias pueden garantizar las comidas del día siguiente. 

En este nuevo contexto, tiene más sentido confiar en que nuestros hijos e hijas saben cuánto necesitan y permitirles escuchar a su propio cuerpo.

Si logramos cambiar el foco —de la cantidad a la calidad del vínculo en la mesa—, podremos convertir la hora de la cena en lo que realmente debería ser: un momento para estar juntos, conversar, y enseñar sin tensiones que comer sano puede ser también un acto de cariño.

Referencias

  • Bilbao, Álvaro. El cerebro de los niños explicado a los padres, 2015.

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