Durante décadas, el debate sobre si la inteligencia se hereda del padre o de la madre ha generado una enorme controversia. Hoy, múltiples investigaciones genéticas y neurológicas apuntan a un consenso más o menos generalizado y un tanto matizable: la inteligencia se hereda de las madres, es decir que los genes maternos desempeñan un papel dominante en la transmisión de las capacidades cognitivas, aunque el entorno y la crianza modulan este legado biológico. En torno a un 40-60% de la inteligencia humana tiene base hereditaria, pero los factores ambientales moldean el potencial genético.
Sabemos que influye la genética en el color de pelo del bebé, como sabemos que también influye la genética de los padres en el comportamiento de los hijos, por lo que es sensato pensar que la genética también está relacionada de forma directa con la inteligencia del bebé.
Investigaciones de la Universidad de Minnesota destacan que el vínculo emocional con la madre en los primeros años incrementa la perseverancia y la capacidad para resolver problemas y un hallazgo revolucionario de la Universidad de Washington confirmó que niños con madres afectivas presentaban un hipocampo (centro de memoria) un 10% más grande a los 13 años. Este órgano no solo almacena conocimientos, sino que regula el estrés, facilitando el aprendizaje en entornos desafiantes.
El ADN materno
La clave reside en el cromosoma X, donde se localizan cientos de genes vinculados a funciones cerebrales avanzadas. Las mujeres poseen dos copias (XX), mientras los hombres tienen una X y una Y (XY). Estudios como el publicado en Psychology Spot revelan que los genes relacionados con el pensamiento abstracto, el lenguaje y la memoria se activan principalmente cuando se heredan de la madre.
Se trata de un fenómeno que se explica mediante los genes condicionados, marcadores bioquímicos que actúan según su origen parental. Experimentos con ratones en la Universidad de Cambridge llegaron a demostrar que los embriones con genes maternos extra, desarrollaban cerebros más grandes, mientras los paternales generaban cuerpos voluminosos pero cabezas pequeñas. Y en humanos, un análisis de 12.686 jóvenes mostraron que su coeficiente intelectual (CI) difería del materno en solo 15 puntos promedio.
Todos los análisis confirman que los genes maternos en el cromosoma X son decisivos para funciones cognitivas complejas y que el vínculo emocional con la madre potencia el desarrollo cerebral durante la primera infancia. Es cierto que la inteligencia es entre un 40% y un 60% heredable pero también es cierto que requiere de una estimulación constante para desarrollarse, una estimulación a la que contribuyen tanto los padres como las madres, completando entre ambos el legado biológico.
En definitiva, la ciencia desmonta viejos mitos: ser listo no depende de un solo progenitor, sino de cómo interactúan biología, el amor y las oportunidades. Como afirma Robert Lehrke, pionero en genética conductual, "la excelencia cognitiva es una sinfonía donde la madre escribe la partitura, pero el niño decide cómo tocarla"

¿Qué pasa con los genes paternos?
La selección evolutiva favoreció que los genes maternos dominaran en el desarrollo cortical —área responsable del razonamiento—, mientras que los genes paternos se concentran en el sistema límbico, vinculado a instintos de supervivencia como el hambre o la agresividad. Este reparto explica por qué el 30% de las discapacidades intelectuales en varones se relacionan con mutaciones en el cromosoma X heredado de la madre.
Contrario a la creencia popular, la contribución paterna no es irrelevante. Estudios en ratones revelan que los genes masculinos influyen en conductas sociales y hábitos alimenticios. En humanos, aunque su impacto cognitivo directo es menor, la participación activa del padre mejora la seguridad emocional, factor crítico para el rendimiento académico según la Universidad de Ulm.
Además, la inteligencia práctica —como gestionar conflictos o tomar decisiones bajo presión— se nutre de la interacción con ambos progenitores. Como señala Tobias Wolfram de la Universidad de Bielefeld, "los modelos que combinan datos genéticos y familiares muestran que las habilidades parentales individualizadas aportan matices únicos al desarrollo infantil".

Heredado y construido
Si la pregunta es si la inteligencia de los bebés es heredada genéticamente o construida mediante el aprendizaje, la respuesta solo puede ser que la inteligencia del bebé se nutre de ambas fuentes. Porque mientras la genética establece un rango potencial, la estimulación temprana, la educación y las experiencias determinan finalmente su alcance. Proyectos como el estudio TwinLife demuestran que la influencia ambiental compartida (como el nivel socioeconómico) explica solo el 25% de las capacidades cognitivas en adolescentes, priorizando los factores genéticos.
Sin embargo, esta herencia no es estática. Investigaciones con gemelos idénticos revelan que la plasticidad cerebral permite modificar hasta un 20% del CI inicial mediante desafíos intelectuales continuos. Así, un niño con genes "promedio" puede superar su predisposición biológica si crece en un entorno enriquecido.

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