Decidí poner pendientes a mi hija y esta es la lección de vida que me dio

Hice pasar a mi hija sin necesidad por algo que no sabía si ella desearía en el futuro, algo que no tenía ninguna importancia y que podía esperar hasta que ella tomara la decisión. Lección aprendida.
Todo lo que debes tener en cuenta para decidir si poner pendientes a tu hija

Hay muchas cosas que te replanteas con la paternidad/maternidad. Al menos para mí, está ha sido una de las grandes sorpresas y aprendizajes de esta experiencia que dura ya seis años, lo mucho que te hace reflexionar sobre cada detalle, y lo mucho que hace que se tambaleen algunas convicciones o posiciones personales. No solo las más trascendentales, sino también otras más rutinarias que luego, eso sí, tienen un impacto mayor cuando las aplicas en más ámbitos y contextos. Para muestra, un botón: la lección de vida que me dio mi hija pequeña con los pendientes.

Como ya sabréis quienes hayáis leído algún tema anterior en primera persona en los que he compartido alguna experiencia personal sobre la paternidad, tenemos dos peques, de 6 y 4 años respectivamente. Son muchas las dudas acerca de numerosas decisiones las que hemos afrontado en este corto pero intenso periodo de tiempo. No es fácil tomar decisiones que no aplican exclusivamente a ti.

Algunas decisiones, a priori, no parecen difíciles. Y las tomas sin la reflexión previa que requieren. Mis hijas se merecían, por ejemplo, que hubiera pensado y repensado si ponerlas pendientes o no. Se los pusimos, por insistencia mía a nuestra hija mayor. Y claro, cómo no íbamos a hacer lo mismo con la pequeña. Conste que la mamá de las criaturas no quería, pero se impuso mi opinión, a todas luces equivocada. Pero todavía no había caído en la cuenta.

Tardé un poco. Si bien es cierto que con el paso del tiempo he ido acumulando aprendizajes concretos que me han hecho darme cuenta de que no soy nadie para tomar decisiones que no son vitales que tienen que ver exclusivamente con el cuerpo de mis hijas, no fue hasta la lección final que me dio mi hija pequeña con los pendientes cuando completé mi particular proceso evolutivo.

Ahora tiene cuatro años, pero con tres, el pasado verano, la peque tomó la decisión personal de quitarse para siempre los pendientes. Tal cual. La pedimos que reflexionara sobre ello (todo lo que alguien de tres años puede reflexionar acerca de una cuestión en la que influyen, por ejemplo, conceptos temporalescomo “para siempre”, que se le escapan todavía) y no movió un solo centímetro su posición: no los quería ni ver.

El motivo desencadenante fue una pequeña infección de un orificio en verano que le generó molestias, pero ya llevaba tiempo avisando de lo que algún día haría. Claro, no imaginamos que con tres años ya tendría claro que no quería pendientes ni en pintura.

Nos asustamos pensando en las rabietas que vendrían cuando esos pendientes ya no entrarán en sus agujeros todavía con capacidad para cerrarse, como así ha ocurrido. Pero ha pasado casi un año y no se arrepiente nada de su decisión; es más, se vanagloria de ello. Le ha dado igual que su hermana los lleve y le regalen un par chulos, que la familia le haya preguntado por sus pendientes más de la cuenta y todo lo que tiene que ver con este tema, que para ella está más que cerrado: es su cuerpo —nos lo dice cuando la avisamos de que quizá se vaya a hacer daño probando alguna de sus aventuras arriesgadas…— y ella decide. Y es un argumento irrefutable. ¿Quién soy yo para ponerlo en duda? Su padre, ¿y qué?

Así que en algo tan sencillo como poner o quitar unos pendientes, quien esto se escribe se llevó una de las grandes lecciones de su vida. Hice pasar a mi hija sin necesidad por algo que no sabía si ella desearía en el futuro, algo que no tenía ninguna importancia y que podía esperar hasta que ella tomara la decisión. La alegría es que el aprendizaje haya tenido lugar con los pendientes, a tiempo de que lleguen otras muchas situaciones mucho más trascendentales en las que como padre pueda aplicar lo aprendido en este precedente. 

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